Vencedores y vencidos

“El silencio es un espacio, una oquedad donde nos refugiamos pero en el que no estamos nunca a salvo. El silencio no se termina, se rompe; su cualidad fundamental es la fragilidad y el epitelio sutil que la circunda es transparente: deja pasar todas las miradas. Juan tuvo que enfrentarse a las miradas  de sus compañeros de galería cuando, con gran sorpresa suya, le devolvieron a lugar donde la muerte no necesita todavía un trámite.”

(Los girasoles ciegos, Alberto Méndez, Editorial Anagrama, 2004)

Es inevitable pensar por dónde hubiera transitado la literatura de Alberto Méndez si la muerte no se lo lleva tras apenas transcurrir un año de la publicación de su primera novela, Los girasoles ciegos, un libro que desde entonces no ha dejado de crecer y de circular en innumerable ediciones.

La obra que apenas llega a las doscientas páginas, está divida en cuatro partes y en cada una de ellas se cuenta la historia de cómo la Guerra y la postguerra marca el destino de sus protagonistas, personajes principales en un relato y secundarios en otros que dotan de grosor una mirada sobre la victoria y la derrota.

Se narran historias de los que perdieron la guerra. Y de su castración, de cómo les devoró por dentro el miedo y cómo ese miedo transformó a quienes le rodeaban.

Las cuatro historias son retratos líricos pero también feroces de perdedores y brochazos de los vencedores, a quienes Alberto Méndez retrata como crueles ganadores, ya no adversarios,  de una guerra en la que se enfrentaron los partidarios del respeto y el orden con los que impusieron al final un cuartelario orden.

La estructura de la novela revela sus contenidos siguiendo una angustiosa cronología:

Primera derrota: 1939

o si el corazón pensara dejaría de latir

Segunda derrota: 1940

Manuscrito encontrado en el olvido

Tercera derrota: 1941

o El idioma de los muertos

Cuarta derrota: 1942

o Los girasoles ciegos.

Cuadros en los que se cuentan tragedias de los derrotados a través de las acciones de un capitán del ejército rebelde que se pasa por dignidad al bando republicano los dos días antes de finalizar la Guerra Civil; la de una pareja de jóvenes huidos y su bebé en la montaña acosados por lobos, el hambre y un frío glaciar; el interrogatorio al que someten a un preso republicano que, como Sherezade, fabula los últimos días de su hijo a unos padres vencedores con el objeto de prolongar un día más de vida y la de un “topo”, un escondido, cuya mujer es acosada por un diácono.

Los girasoles ciegos es un libro conmovedor, y muy medido. Se masca la tragedia y genera empatía con los personajes porque las cuatro historias están narradas de una u otra manera desde dentro de los que la sufren.

Más que redención y épica, sus personajes asumen la resignación de morir cuando sus vidas llegan a un callejón sin salida dentro de un régimen que no fue clemente con los que la perdieron.

Descritos con crudeza pero también mucho sentimiento, Los girasoles ciegos queda como un libro extraño en la bibliografía literaria de la Guerra Civil Española, una pieza que brilla con luz propia para todos aquellos que, por una u otra razón, perdieron su guerra.

Una guerra que necesariamente no tiene que ser la del 36 pero sí civil e igual de cruenta porque se libra en casa.

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