Un agente secreto al servicio de Franco

Hacen y muy mal quienes critican la última novela de Arturo Pérez-Reverte, Falcó, como artefacto de derechas. Era inevitable, sin embargo, que algunas voces con ganas de polémica se, aparentemente, escandalizaran porque Lorenzo Falcó, su protagonista, espía en favor de los militares que se rebelaron contra la II República. También porque como miembro del Servicio Nacional de Información y Operaciones (SNIO) y pertenecer al Grupo Lucero de operaciones especiales, coordina una misión para rescatar a José Antonio Primo de Rivera, líder falangista preso en Alicante y personaje que también interviene en la interesante Riña de gatos, por la que Eduardo Mendoza obtuvo en 2010 el Premio Planeta.

No es intención de Arturo Pérez Reverte armar una novela política sobre la Guerra Civil española, ni siquiera contar una novela sobre la guerra, territorio inestable que transitó también Jorge M. Reverte con Triple agente. Pérez-Reverte se decanta por la novela de espías tradicional, por lo que está más cerca del espíritu literario de algunos grandes maestros del género como Eric Ambler, sin renunciar tampoco al hedonismo que destilan las obras que Ian Flemming dedicó a James Bond, su agente secreto con licencia para matar.

La mirada guerrillera del periodista que fue corresponsal de guerra y que hoy se ha transformado en uno de los escritores más vendido de este país y en polémico twittero, describe con trazos nítidos y broncos cómo se vivía en la retaguardia de esas dos España que se enfrentaban en los campos de batalla con una mirada distanciada que procura ser neutral, y que explica que hombres buenos y malvados lucharon en ambos bandos.

La novela, como la mayoría de los libros de Pérez-Reverte, atrapa desde el inicio, engancha cuando ya se navega por más de la mitad de sus páginas y deja cierto regusto amargo cuando se alcanza su final. El regusto amargo se explica porque se trata de esas historias de las que el lector no quiere separarse. Está escrita, además, con estilo sencillo, de sujeto verbo y predicado, y cuenta con personajes que si bien son arquetipos en cualquier novela de espionaje y aventura que se precie, se agradece que por una vez estos hombres y mujeres que se juegan la vida sirviendo a una causa, aunque Falcó no entienda de causas, sean españoles.

En este aspecto, la operación de rescate de José Antonio pasa a un segundo plano para centrarse en las relaciones que mantiene el protagonista con un grupo de quinta columnistas que han decidido arriesgar su vida para liberar a su fundador. Pero más allá de estos heroicos e ingenuos hombres y mujeres de acción, que así los retrata Pérez Reverte, se encuentra un mundo turbio que está muy por encima de todos ellos y que le pertenece a los que mueven los hilos de las marionetas que intervinieron en esa y otras guerras.

Es más que probable que las aventuras de Lorenzo Falcó continúen en próximas entregas. Al menos, Arturo Pérez-Reverte no ha dicho que no,  luego es muy posible que dentro de un tiempo aparezca un nuevo libro sobre este agente secreto al servicio del general Francisco Franco y que como sucediera con las aventuras de Alatriste, aparezcan personajes que ya nos ha presentado en esta primera entrega.

Entre otros, su jefe, El Almirante, una especie de M gallego que además de un ojo de cristal no deja de repetir carallo cuando ordena a Falcó una nueva operación y que suena más que como una queja a señal de reconocimiento a su agente secreto número uno, y Paquito Araña, asesino de sangre fría que combate, para fortuna de Falcó, en su mismo bando, así como enemigos que juegan en su propia cancha como Lisardo Queralt, coronel de la Guardia Civil, jefe de policía y seguridad, que va tras las huellas de Falcó, un espía tremendamente individualista y que no es de derecha ni de izquierdas, sino un seductor y bon vivant que ama a las mujeres, saborea los hupa-hupa que les sirve Leandro, camarero del que probablemente sea el mejor café de Salamanca, capital del ejército rebelde, fuma como si en ello le fuera la vida y para mantener la mente despejada devora cafiaspirinas como si fueran caramelos.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

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