Demasiados cadáveres en los armarios

A punto de cerrar el año lo hacemos con la lectura de una novela que a nuestro juicio encaja y muy bien con calificativos como imprevisible y desconcertante. Cabría también lo de monumental, por su número de páginas, número que quizá pueda echar para atrás a más de un lector, y que si bien ralentiza las historias que en ella se cruzan –es muy difícil manejar con agilidad y recursos los tiempos muertos– al final se terminan por absorber porque El santo al cielo (Editorial Dos Bigotes, 2016), de Carlos Ortega Vilas, augura ser el primer volumen de una serie protagonizada por Aldo Monteiro, inspector jefe de la Brigada de Homicidios y Desaparecidos de la Policía Nacional, y el teniente Julio Mataró, teniente de la Guardia Civil.

Estamos ante una novela que más que negra apuesta por el suspense. Luego quien busque síntomas de crítica social, retrato de los barrios altos y bajos, algo de existencialismo urbano, desamor y soledad y ese peculiar sentido de la justicia que despliegan los protagonistas de un género que hizo grande escritores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler, que no se llamen a engaño porque nada más iniciarse el relato primero se sospecha y más tarde se confirma que si algo negro tiene El santo al cielo son las pistas falsas que salpican la historia y algún cadáver que despiertan a esos fantasmas que se creían bien guardados en los armarios. La novela es, en todo caso, un intento por mezclar literatura negra y criminal con la de misterio que suscita la aparición de un cadáver en una habitación cerrada.

Este género lo cultivó con gran éxito de público escritoras, más que escritores, como Agatha Christie y Ann Perry en la actualidad, ésta última con un punto más sórdido que la respetable dama del crimen británico, y exige una arquitectura casi matemática en cuanto a diseño del caso (y cuanto más aparentemente caótico mejor) así como de los personajes, que son al final los factores que actúan en la operación y en el cálculo de este tipo de literatura.

Como en toda novela de misterio que se precie (y en las negras y criminales también) Carlos Ortega Vilas presenta a una pareja protagonista que funciona y tiene química. Así que su Holmes y doctor Watson, su Poirot y capitán Hasting, se apellidan Monteiro y Mataró, y cada uno de ellos tiene si se quiere observar así, su debilidad y su fortaleza.

Aldo Monteiro es un experto en santos. Los conoce a todos. Esta manía sirve al autor de la novela para introducir un elemento humorístico que es otro de los hallazgos de un libro al que se le puede censurar su extensión aunque no su ironía y una impecable galería de secundarios que, como marionetas, actúan en esta a ratos divina comedia negra.

Otro personaje en El santo al cielo es Silvia, un carácter que también tiene sus defectos o virtudes, según se mire. Y un muerto que aparece al principio, Orion Dauber, que introduce a los protagonistas para desarrollar y justificar, claro está, una investigación policial que, como marca la tradición, se complica. Y se complica hasta decir basta.

Es en ese basta donde nace una de las críticas más directas que hacemos a una novela que hubiera resultado más redonda e intensa con un recorte de páginas. La idea que defendemos es que en ocasiones, y aunque cueste creerlo, el tamaño no importa.

Con todo, El santo al cielo es una novela original y subyace en ella un notable sentido de la comedia que se combina con ironía. Además,  está muy bien escrita y no tiene nada que ver con su sombrío primer libro, Tuve que hacerlo y otros relatos (Baile del Sol, 2015), lo que pone de manifiesto que estamos ante un escritor de variados registros.

El santo al cielo debe de entenderse así y pese a su extensión, como una corriente de aire fresco dentro de la novela policial que se escribe hoy en España.

Saludos, se acerca la Navidad, desde este lado del ordenador.

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