“Rafael Amargo dirigió un bodrio infumable y siempre prometió algo excepcional”

Las interioridades de la que se considera fue la peor gala del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, aquella que dirigió el bailaor Rafael Amargo en 2007 y que contó, entre otras estrellas con Belén Esteban, es la materia de la que se sirve Juan Ignacio Royo Iranzo en Un carnaval amargo, una novela en la que pese a disfrazar el nombre de los protagonistas, se trata de una ácida y divertida crónica sobre cómo se hace posible, en este caso imposible, el carnaval oficial de la capital tinerfeña.

Juan Ignacio Royo es autor, entre otras novelas de El furor del barranco, Puerto Santo y Mejor cuando improvisas, a las que pronto se añadirá La Gesta, que define como un cuento de “hadas bélico” que no tratará con “la apropiada seriedad el ataque de Nelson a la ciudad. ¡Por supuesto que no! Escribo para ser distinto”, sentencia.

- Un carnaval amargo está inspirado en hechos reales pero ¿cuánto hay de ficción y de realidad en la novela?

“La novela es una ficción inspirada en hechos reales. No debe entenderse como una crónica fidedigna. Contiene pasajes totalmente imaginarios, como cuando el concejal de fiestas baja al infierno por el Barranco de Santos o cuando la escultura de Borges Salas en el centro del parque García Sanabria, nuestra tetuda, se levanta de su pedestal de piedra y se suma al baile nocturno del carnaval. Han pasado ya diez años desde que ocurrieron los hechos en los que se inspira, y que todo el mundo todavía recuerda. Espero, no obstante, que, con el paso del tiempo, la novela pueda leerse como un simple artefacto literario de contenido humorístico. Lo que he pretendido es divertir.”

- Sin embargo, no me ha parecido una novela muy feliz….

“La novela, entre otras cosas, describe un desastre que duró apenas un mes y medio. Los personajes pagaron las consecuencias por una suerte de fatalismo inevitable.  Si que hubo vencedores, y fueron los carnavaleros que dejaron claro qué tipo de fiesta es la que les gusta. Y que la fiesta es suya y de nadie más.”

- La amenaza de una guerra es una constante en su obra. Está en El furor del barranco, como fondo en Puerto Santo, y aborda la de sexos en Mejor cuando improvisas. También aparece en Un Carnaval amargo cuando describe el estado de crispación de los personajes ante una gala que se prevé catastrófica.

“Literariamente, el conflicto siempre es el motor de las buenas historias. Sin un conflicto dentro, las novelas resultan aburridas. Así que lo primero que hago al plantearme escribir es buscar un buen conflicto. La guerra militar ya se planteó en La Iliada, como conflicto subyacente En eso he innovado poco. El conflicto entre sexos fue una cuestión determinante en la elección de Donald Trump, a quien se acusó de machista. Eso, al parecer, terminó por beneficiarle electoralmente. Así que también da juego literario. En mi novela Mejor cuando improvisas se me ocurrió elegir un personaje masculino harto de sus relaciones sentimentales con las mujeres. Me pareció una manera de ir a contracorriente, porque se escribe mucho sobre mujeres maltratadas, pero hay hombres que, al fracasar en sus relaciones sentimentales, sienten que se les acusa de algo. En esta última novela he planteado, desde el prisma del humor, un conflicto de ámbito local. Siempre con un fondo humorístico se plantean varios enfrentamientos ciudadanos a cuenta del carnaval en medio de un caos de organización.”

- Santa Cruz de Tenerife es un personaje más en todas sus novelas.

“Yo nací en esta ciudad hace 61 años. Mis hijos también. Me gusta Santa Cruz. Intento hacer algo bueno por ella todos los días en mi trabajo. Me encantan otras ciudades más grandes, como Londres, París, Madrid o Barcelona; pero no me siento enraizado en ninguna de ellas. Seguramente porque no he podido. Así que escribo sobre el territorio que llevo dentro. Es una cuestión casi íntima. Últimamente he escrito una novela corta con Fuerteventura como escenario. Una rama de mi familia está entroncada en Tetir y me fascina su paisaje.”

- ¿Y qué atractivos y defectos le observa como vecino y como escritor?

“En Santa Cruz, desde que la refinería no funciona, respiramos mejor. Eso es indudable. La ciudad tiene mejor atmósfera. Me gusta pasear por el centro, ir al mercado, a la calle de La Noria y Cruz Verde de noche. Me gusta el carnaval. Vale la pena vivir aquí. Tenemos un clima estupendo. Eso me inspira como escritor. En el lado negativo, echo de menos el mar junto a la ciudad. Cuando era niño paseaba por el muelle con mi padre, observábamos las maniobras de atraque y descarga de los barcos. Ahora nos hemos alejado del mar. Tenemos un bosque de plataformas petrolíferas francamente horribles que supongo que tendrán su importancia económica, pero bonitas no son.     Por otra parte, me gustaría que aumentase la oferta cultural en la ciudad, aunque solo sea por sana envidia con Las Palmas de Gran Canaria, que ofrece teatro de calidad todos los fines de semana en el Teatro Cuyás. No creo que esto sea una responsabilidad exclusiva del Ayuntamiento, que conste. Lo es de todas las Administraciones.”

- Un carnaval amargo se lee con una sonrisa, una sonrisa helada, cabe decirlo. ¿Cuál es para usted el momento más surrealista de esta surrealista concatenación de desastres anunciados?

“El conflicto ya de por sí es surrealista. Babalú, el concejal de fiestas, se ve obligado a asumir la intervención de un coreógrafo, contratado para dirigir la Gran Gala, al que detesta. Y varios ciudadanos del centro de la ciudad demandan al Ayuntamiento en contra de la celebración del carnaval en la calle.”

- Su mirada sobre los hechos y sobre los personajes resulta ser bastante distanciada aunque si hay un personaje mal parado, éste es el director de la gala: ¿se lo merece?

“Sí. Dirigió un bodrio infumable y siempre prometió algo excepcional.”

- ¿Y qué personaje le resulta más simpáticos de los que se mueve en esta comedia de aire tan agradecidamente bufo?

“No sé. Durante la gala de elección de la Reina de la Tercera Edad, las gradas se llenaron de ancianos que se lo pasaron genial con Karina. Y las abuelas candidatas eran mujeres muy animosas y simpáticas. El personaje principal fue Babalú, el concejal de fiestas, obligado a pasarlas canutas. En realidad, el escritor termina por sentir simpatía por sus personajes.”

- El humor es otra de las constantes de su obra. ¿Necesita del humor para tomarse las cosas en serio?

“Sin humor, esta vida sería horrible. Si no eres capaz de reírte de ti mismo, estás perdido. Y creo que, sin humor, la creación literaria se resiente. Necesito escribir con sentido del humor, aunque parezca ácido, para sentirme satisfecho con lo que hago.”

- Humor, y mucho, hay en Un carnaval amargo pero ¿no teme cómo la recibirán los carnavaleros de corazón?

“La novela es un homenaje al carnaval. Yo mismo me considero un carnavalero; lo fui, sobre todo, cuando era joven. Me agarré algunos pedetes monumentales y me apuntaba año tras año a la fiesta en la calle. Ahora, con 61 años y superado un cáncer, tengo que cuidar mi salud si pretendo vivir unos años más. Ya no estoy para muchos trotes, pero me sigue gustando el carnaval. Me encantan las murgas, el año pasado me encantó el despelote de los Diablos Locos, muy provocador, me fascinan los diseños de los trajes de las candidatas. Y, sobre todo, las comparsas, que bailan y tocan música maravillosamente. Espero no haber ofendido a ningún carnavalero o carnavalera. Si lo hice, les pido perdón. Pero he escrito una novela de humor.  Creo que, en todo caso, las ironías que salpican el texto también lo son contra mí mismo.”

- Cómo definiría el carnaval de la calle y el carnaval que está detrás de la organización. ¿Hay puntos coincidentes, o ni se hablan ni se conocen?

“Depende. Hay políticos que han sido un desastre, muy pagados de sí mismos, incapaces de entender lo que gestionan. Otros se las apañan mejor para conectar con la gente. La concejala que está ahora mismo, por ejemplo, lo hace francamente bien. Y no es fácil. En cualquier caso, los empleados que se encargan de organizar los actos sí que entienden del asunto. Han adquirido con los años una profesionalidad incuestionable. Por eso les he dedicado el libro.”

- Me llama la atención el estilo que escogió para contar esta historia: el diálogo.

“Es lo que se conoce en teoría literaria como un simposio. Los comensales se reúnen, se dan un banquete y hablan sobre un tema. Lo usaba Platón en sus escritos filosóficos. Y Macrobio escribió otro simposio sobre las saturnales, el carnaval de los romanos, aunque luego, si te lees el libro, los comensales hablan más sobre otras cosas. Llevaba diez años pensando en cómo escribir esta novela. De hecho, escribí varias versiones. Me decidí por el simposio, una estructura narrativa antigua. En mi novela se habla de la antigüedad de los carnavales y de su condición de rito sagrado en el paganismo. Por eso lo prohibía la Iglesia católica. El simposio también permite liberarse del punto de vista literario rígido y, sobre todo, permite disgregar

Saludos, carnaval, carnavaaal, desde este lado del ordenador.

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