El anarquista desnudo

“Su primer movimiento fue mostrarse amable con Terry. En vez de tratar al joven como a un científico poco apto para la sociedad civilizada, Graham empezó a tomarse cierto interés, e incluso tuvo la humildad de dejar que Terry le enseñara el funcionamiento de alguno de sus queridos ordenadores. Graham no entendió nada, pero aparentó entusiasmo y luego se llevó a su guía al bar de la empresa, donde le fueron presentados otros empleados que habían destacado en las técnicas de computadoras. Les demostró que era afable y estaba impaciente por el acercamiento rezagado de la firma a las nuevas tecnologías.” (Golpe al sistema, Simon Brett. Traducción: Gloria Pous. Cosecha roja, Ediciones B, 1989)

A mi edad resulta poco probable entusiasmarse con una nueva lectura, una escucha o un visionado. Se dice que el paso de los años además de hacernos más viejos nos quita, o nos arrebata más bien, la capacidad de sorprendernos, de maravillarnos con algo nuevo aunque fuera viejo en ese universo inabarcable que son los libros, los discos, el cine…

Por lo que uno, que casi creía que había leído, oído o visto lo fundamental de esta vida, se cae del caballo para recuperar de nuevo la fe en actividades tan solitarias como productivas, y en la que más que mezclar se fusiona entretenimiento con lección magistral en este caso de la abyección humana.

Una idea, la abyección, revelada en tono humorístico, en clave de comedia muy negra.

La literatura británica cuenta con obras maestras del humor para contarnos cosas muy serias. Esta virtud se ha transmitido también al cine. Recuerdo con especial agrado, y a mi manera como madre de toda esta gran batalla, Ocho sentencias de muerte (Rober Hammer, 1949), protagonizada por Dennis Price y Alec Guiness y basada en la novela Memorias de un asesino: Irael Rank, de Roy Horniman porque por una vez, la historia se cuenta desde los ojos del villano. Un tipo detestable pero con encanto.

Detestable y con encanto es el protagonista de Golpe al sistema, de Simon Brett, otra novela inglesa en la que su protagonista es un antihéroe de mediana edad que en esta ocasión llega al asesinato por casualidad para convertirse en un profesional del crimen perfecto, ya que siempre lo hace pasar como un accidente doméstico. Así, como si se tratara de un fatal signo del destino, liquida a su mujer, a su suegra y al tipo que en su empresa amenaza con ponerlo de patitas en la calle.

Golpe al sistema dio origen a una película que en España circuló con el título de Ejecutivo ejecutor y que protagoniza Michel Caine, un actor que da personalidad al grisáceo, contenido y resentido Graham Marshall, personaje de carácter avinagrado a medida que avanza el relato y en el que se describe cómo un pusilánime se hace depredador conservando su máscara de respetable cabeza de familia.

Golpe al sistema es una novela psicológica y un retrato certero, y muy británico por otra parte, sobre un hombre al que las circunstancias ha reducido a un círculo mediocre, que es el que socialmente se acepta como el de la vida misma.

Tiene muchas lecturas esta pequeña maravilla que, no dejo de preguntármelo, ha pasado tan desapercibida. De ahí, mi sorpresa y entusiasmo al descubrirla y devorarla en apenas un día.

Quiero creer que de algún modo este Golpe al sistema me descubrió para hacerme reír y tomarme las cosa un poquito más en serio.

Las más de trescientas páginas se leen como agua fresca en medio del desierto, y le otorga carta de naturaleza para ser un clásico del género criminal más divertido y enfermizo.

Un libro de cabecera y presumo que de urgente relectura ante el nuevo mundo que está por venir.

Las primeras y excéntricas señales están ahí.

(*) En la imagen que ilustra estas líneas Michael Caine y John McMartin en la película Ejecutivo ejecutor (Jan Egleson, 1990), que adapta la novela Golpe al sistema de Simon Brett.

Saludos, y gracias a los dioses, desde este lado del ordenador.

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