Tal día como hoy…

“Pronto –concluyó con apesadumbrado y solemne entusiasmo– moriré a mi vez y dejaré de sufrir como lo he hecho hasta ahora. Pronto se extinguirá el fuego que me atormenta. Ascenderé, triunfante, a mi pira y exultaré de júbilo en la tortura de las llamas. Lentamente su brillo se irá apagando y el viento esparcerá mis cenizas por el mar. Mi espíritu descansará en paz allí donde, si es todavía consciente, todo habrá sin duda cambiado”. (Frankenstein, el moderno Prometeo, Mary Shelley. Edición Manuel Serrat Crespo, colección Libro Amigo, editorial Bruguera, 1980)

La primera vez que leí Frankenstein de Mary Shelley me di cuenta que la novela no tenía nada que ver con las películas que, hasta ese entonces, había visto sobre el personaje y la torturada criatura que nace en su laboratorio. El libro que tenía en mis manos era una edición, sospecho que abreviada, de la obra y estaba editada en Molino. Conservaba el ejemplar hasta hace unos años y en muy mal estado por las continuas relecturas que, desde entonces, hice. Lo mismo pasa con la edición del Drácula de Bram Stoker que en su día publicó la misma editorial, famosa por editar y reeditar las narraciones de Agatha Christie.

Pasado los años, volví a leer Frankenstein en la versión que Manuel Serrat Crespo realizó para la colección Libro Amigo de la editorial Bruguera. Quiero creer que fue uno de los primeros volúmenes editados en España donde aparecía por primera vez el nombre del traductor en portada, lo que daba realce al autor de la traducción o interpretación de este clásico de la literatura británica. El caso es que fue como descubrir de nuevo la novela porque la sensación que me rodeó fue que todo lo que allí se me contaba no tenía nada que ver con lo que había digerido en el legendario libro de Molino.

Releo esa misma edición estos días en los que se celebra el doscientos aniversario de la publicación de Frankenstein y soy consciente que, pese a su tono romántico, la novela sigue respirando la misma emoción que cuando la descubrí. Y que Mary Shelley fue la primera de dar voz al monstruo. Un monstruo que es resultado de centenares de cadáveres cuyas partes se han cosido a su piel. Esa monstruosidad tiene, sin embargo, alma, y resulta a medida que avanzamos la lectura de la obra, más humano que el padre, el doctor Víctor Frankenstein, quien tras renunciar al hijo se niega a entregarle una compañera con la compartir su inevitable marginalidad.

La novela comienza y termina en tierras heladas y está construida, salvo el largo relato de su protagonista, con cartas y diarios. Fórmula que años más tarde imitaría Stoker para escribir la inmortal Drácula, que es el libro que más miedo me ha dado desde que descubrí mi afición por este tipo de literatura. El Frankenstein se Mary Shelley más que miedo lo que me provocó fue pena. Una pena inmensa por ese gigante hecho de retales que comprende que su existencia va a ser la de vagar solo por los campos y páramos de la tierra. O la de perderse en las frías geografías del polo.

Frankenstein o el moderno Prometeo debe ser una novela de lectura obligada para los que sienten atractivo por lo extrañó y sobrenatural, aunque sea ligero ya que todo en esta obra pretende ser real aunque sea mentira su ciencia, esa que explica lo necesario para regresar a la vida después de la muerte, que es la gran obsesión que arrastra Víctor Frankenstein, una obsesión que terminará por volverlo completamente loco.

Dicho esto, rcuerden que hoy, como cualquier día, es una buena ocasión para conocer al personaje a través de la palabra. Las versiones cinematográficas, incluso las pretendidamente fieles como la de Kenneth Branagh, no tienen nada que hacer frente a este clásico de la literatura.

Fantástica o no. He ahí la clave.

Saludos, tres hurras por Mary Shelley, desde este lado del ordenador

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