El dolor de los demás, una novela de Miguel Ángel Hernández

La última novela de Miguel Ángel Hernández, El dolor de los demás (Anagrama, 2018) está basada en un suceso real, el crimen que su mejor amigo de la infancia, una infancia que transcurre en la huerta murciana, cometió contra su hermana y su suicidio posterior.

Estamos ante una novela desconcertante aunque decepcionante en sus resultados finales. Por un lado cuenta la historia de cómo se hizo la otra historia que relata con indiscutible pulso narrativo un escritor que es protagonista de una trama que, a medida que avanza, lo transforma, a él como los amigos y vecinos testigos de aquellos dramáticos hechos.

El relato sirve además para recrear sus primeros años, la vida familiar y los deseos de un adolescente obeso y frustrado de campo que una mañana se levanta con la noticia de que su mejor amigos es un asesino.

Todos estos acontecimientos se desarrollan una Nochebuena de hace unos 20 o 30 años atrás y son verdad. Una verdad que marca al rojo vivo al escritor como a la comunidad en la que en ese entonces vivía.

Una realidad que va reconstruyendo 20 o 30 años después a través de periódicos de la época e imágenes de la televisión de aquel entonces. En una de ellas, un periodista hace preguntas a un niño, el mismo Miguel Ángel Hernández, que no tiene nada que ver con el hombre en el que se ha convertido ahora. Así lo escribe.

Resulta por ello potente leer las sensaciones que le produce verse 20 o 30 años después más joven mientras bulle en su cabeza cómo dar cuerpo a una historia que escribe por recomendación de otro amigo escritor.

Inspirada en modelos narrativos ya propuestos por escritores como Emmanuel Carrère y Delphine de Vigan con resultados en la mayor parte de las veces notables y que Serge Doubrovsky acuñó como autoficción, vehículo genérico todavía no demasiado explotado en España, El dolor de los demás pone de manifiesto que es un territorio en el que Miguel Ángel Hernández se mueve bastante bien a medida que va dejando claro que lo de menos es intentar esclarecer los motivos que llevaron a su mejor amigo a cometer el asesinato de su hermana sino el profundo dolor que su acto dejó entre los vivos. Cómo este hecho transformó la apacible, bucólica y también aburrida vida en el campo.

Lo mejor de esta novela escrita con sencillez y a modo de autoconfesión es reflejar el proceso de cambio que lentamente va sufriendo el narrador-protagonista de esta novela que sabe a verdad. Una metamorfosis que deriva en un final que quizás resulte un tanto apresurado pero en el que su autor pone punto y final a una historia que, a lo largo de sus más de trescientas páginas, ha logrado conmover al lector. Lector que asiste hipnotizado a la reconstrucción de unos hechos que significaron el fin de su infancia y que fueron la semilla de que adoptara la determinación de abandonar la huerta para comenzar una carrera universitaria en la ciudad.

Durante la lectura, puede herir la falta de pudor que ocasionalmente se interpreta leyendo el libro, pero se agradece esta desnudez que no tiene nada de exhibicionista y sí de hombre que más que escribir para los demás escribe para sí mismo. Como si intentara hacer un exorcismo con aquel episodio de su infancia.

Esto hace que lo leído resulte tan veraz, que se tenga la sensación de que todo lo que se cuenta debió de ser así según la mirada de Miguel Ángel Hernández, quien se muestra no demasiado convencido con las conclusiones que propone, sobre todo aquellos argumentos que, razonablemente, explican un caso cuya hondura hay que buscarla, dice el escritor, en nosotros mismos.

En la reflexión final que establece ante los interrogantes que le asaltan tras su reconstrucción de este capítulo siniestro es que el pasado no existe porque solo es recuerdo. Y los recuerdos nunca son objetivos.

Su relato de los hechos se torna así más bien como una metáfora que no conduce a ningún parte porque no se puede cambiar lo que aconteció ni las mil conjeturas que se reprodujeron en los que vivieron aquel caso que rompió la apacible calma de la comunidad campestre.

El dolor de los demás es el de sus hermanos y vecinos que a raíz de aquel crimen también cambiaron su manera de ver las cosas, la perspectiva digamos ingenua que tenían de un mundo en el que hasta entonces no ocurría nada.

Saludos, game over, desde este lado del ordenador

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