Nunca tantos debieron tanto a una sola persona

La semana pasada descubrí un tesoro, lástima que corriera la voz y esa pequeña isla de libros usados y de ocasión que es Solican, calle de Anchieta en la capital tinerfeña, se llenara de otros buscadores de libros que no se habían percatado de, reitero, tesoro que llegó a ocupar sus estantes. No sé si les habrá pasado pero la sensaciòn sencillamente es fantástica cuando uno se tropieza con volúmenes que son de su gusto a precios de verdad de saldo. Vasili Grossman, Curzio Malaparte, Gore Vidal, Josep Plá, Graham, Greene, José Bergamín, Norman Mailer… No podía dar crédito a mis ojos aunque la historia de su antiguo propietario resulta igual de atractiva que los excelentes libros que armaron su biblioteca, hoy en desguace tras su reciente fallecimiento.

No voy a revelar su nombre aunque los libros están debidamente firmados y cuentan con su ex libris, así que de alguna manera continúan siendo suyos, pero sí, por lo que he podido averiguar, que este apasionado lector de origen judío nació en Trieste y que por esos azares de la vida se vino a vivir a Tenerife. No sé a qué se dedicaba pero por sus lecturas puedo suponer que se trataba de un humanista con todas sus letras. Alguno de los libros que me he llevado a casa cuentan en su segunda o tercera página con un breve comentario de su propietario en el que da sus impresiones sobre lo leído. Coincido en sus valoraciones la mayor parte de las veces.

Tras su muerte, como sucederá conmigo, sus allegados decidieron donar su extensa biblioteca para felicidad de los que, como quien ahora les escribe, se pone como ejemplo cuando alguien dice aquello de que la lectura le ayudó a sobrevivir.

Lo hizo, estoy seguro, este amigo del que recojo solo migajas de su tesoro y pasará clo mismo con quien ahora les escribe cuando descubra que no es eterno y que como cualquier bicho viviente tiene fecha de caducidad.

Solo me desespera contemplar la columna de libros que tengo depositada en mi mesa de noche. Todavía no toca el techo pero tiempo al tiempo porque si bien ya no se encuentran muchos de los volúmenes que me encontré en Solican de semejante tesoro, aún quedan restos del naufragio, o esas obras que otros carnívoros como yo han desechado porque no se dieron cuenta– o vaya usted a saber– de que estaban distribuidos en los estantes y no en la entrada de este pequeño oasis próximo al mercado de Nuestra Señora de África.

Así que es verdad, cierto, auténtico el título que da nombre a este comentario apresurado y escrito a modo de tributo emocionado; nunca tantos debieron tanto a una sola persona.

Muchas gracias, allá donde se encuentre.

Saludos, cualquier día de estos nos conocemos, desde este lado del ordenador

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