De pruritos

Reproducimos a continuación el texto que firma el traductor José Aníbal Campos en el que contesta a una de las respuesta que el escritor austríaco Wolfgang Hermann planteó a una de las preguntas de la entrevista que subimos ayer, jueves, a este su blog.

Con sorpresa, y no poca decepción, he leído las declaraciones de Wolfgang Hermann acerca de mi traducción (en proceso) de su poemario Sombras en el camino de un bosque de ámbar. Sorpresa, porque jamás pensé que, aun legítimamente defraudado por no haber visto aún materializada la publicación de su libro, Hermann optase por ofrecer datos falsos en una entrevista que yo mismo animé. Decepción, porque acusarme de que he «estado tomándole el pelo» es, como mínimo, una calumnia.

Pero entiendo a Wolfgang Hermann. Entiendo ese prurito (que no llamaré vanidad) de autor, para el que la publicación de un libro propio está por encima de cualquier otra consideración. Ese prurito de autor (vanidad en muchos) que tan bien conocemos los traductores cuando trabajamos con ciertos escritores vivos. (No era para mí el caso de Hermann.)

Porque el descubrimiento de la poesía de Wolfgang Hermann (y las primeras traducciones de cualquier texto suyo al castellano) tuvo lugar en La Habana, hace ya más de veinte años, cuando traduje y publiqué dos poemas en una revista cultural dedicada íntegramente a la literatura austriaca contemporánea. Porque mi apasionamiento con su obra (especialmente la poética) se ha materializado en una labor (callada, muchas veces) de recomendación a otros escritores, poetas o traductores, de publicaciones parciales, de establecimiento de contactos para que esa obra sea más conocida.

Cuando en el 2015 Wolfgang Hermann visitó Tenerife, coordiné un encuentro en la Librería de Mujeres al que fueron invitados autores de la isla, entre ellos el extraordinario poeta Iván Cabrera (que más tarde escribió una hermosa nota en el diario La Opinión), y un traductor que ahora se encarga de la traducción de un nuevo libro suyo.

Pero entiendo a Hermann. Para él lo que cuenta es la publicación de su libro, no tanto lo hecho en favor de que su obra se conozca lo mejor posible. Dice en su entrevista, en cambio: «Muchos libros que merecerían ser leídos [...] no llegan a conocerse. A no ser que un traductor interesado descubre un libro y se lo recomienda a una editorial comprometida».

Supongo que al referirse a «traductores interesados» Hermann habla (con razón) de quienes han conseguido que un libro suyo se publique. A mí, que traduzco hace sólo 3 años (en ningún caso 5) el poemario de marras, aún inédito, me atribuye más bien el intento de una «tomadura de pelo».

Pero entiendo a Wolfgang Hermann y su prurito (aún no lo llamaré vanidad) de autor. Entiendo su desconocimiento de lo que implica traducir, de la situación penosísima de la profesión del traductor en España (y más específicamente en Tenerife), de la lucha que muchos hemos emprendido para trabajar en mejores condiciones, para obtener paga por nuestro trabajo, para garantizar el máximo de calidad y sentar precedentes que eliminen de una vez y por todas la falta de profesionalidad, el clientelismo tantas veces reinante en nuestra vida cultural. Wolfgang Hermann, en sus apresuradas atribuciones, ignora que un libro de poemas no se traduce como se fríen churros, que un traductor a tiempo completo sólo puede dedicar un tiempo limitado a un trabajo de filigrana poética por el que, en el caso de ese contrato que menciona el autor, ni siquiera se preve el cobro por su trabajo, porque la subvención otorgada al libro fue muy reducida.

Ignora Hermann, por lo tanto, que la demora se debe a cuestiones que incluso le benefician: la búsqueda de mejor financiación y mejor distribución para el libro, de una publicación que garantice sus derechos (y los derechos del traductor).

Wolfgang Hermann ignora algo más: que en España no es necesaria la excelencia para figurar en cualquier corrillo como «poeta», como «escritor» o «intelectual». Ignora, quiere ignorar, que este, su traductor, ha luchado y seguirá luchando contra eso, y que esa lucha no le trae amigos en un entorno donde la mediocridad es el caldo de beneficio de todos, o de tantos, y es tapada por todos, o por tantos, porque a todos (o a tantos) conviene.

En junio del pasado año, en el Templo de Teseo vienés, tuve junto a Wolfgang Hermann un recital de poemas suyos. Otro evento para el que propuse su obra. Un amigo y colega me escribía luego que «una amiga traductora [...] había quedado impresionada por [mis] traducciones de la poesía de Wolfgang  Hermann. La amiga traductora tiene oído y sapiencia».

Hermann afirma que yo «nunca traduciré este libro», y añade que su poemario «no existirá en español». Su profecía, ahora, habrá de cumplirse, pero sólo en parte. Completaré esa traducción, aunque nunca se publique. Porque, a fin de cuentas, yo me debo a esa colega y lectora «impresionada» muchísimo más que al prurito (¿o será vanidad?) de un simple autor.
Colegio Europeo de Traductores (Straelen), marzo de 2019

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