Fallece Angélica Castellano Suárez, directora de la Sociedad Científica del Museo Canario

Lo primero que pienso es que no es verdad, que no es verdad que ya no esté entre nosotros, que ya no me la vuelva a tropezar y a disfrutar de su generosa compañía, de su conversación, de todos esos ratos que iluminaba con su presencia y que supieron abrirse en mi corazón y ordenar de paso el laberinto de mis ideas.

Para mi era sencillamente Chiqui, aunque su nombre era el de Angélica Castellano Suárez, directora de la Sociedad Científica El Museo Canario desde 2016.

La conocí en septiembre del año pasado en la primera edición del Festival Hispanoamericano de Escritores que se celebró en Los Llanos de Aridane y volví a coincidir con ella en diciembre en Las Palmas de Gran Canaria, ciudad que acogió el II Congreso de Museos de Canarias, jornadas en las que coincidimos en varias ocasiones y en las que tuvimos tiempo de conversar sobre lo divino y lo humano. Recuerdo de aquellos días de intenso trabajo una cena en un restaurante que antaño, me dijeron, había sido lugar de tenidas de masones. En ella estábamos con Chiqui, el escritor Santiago Gil, su compañero sentimental al que le envío un gran abrazo desde esta orilla y el también escritor Andrés Trapiello, entre otros.

Apenas alcanzo a recordar lo que hablamos aunque probablemente el tema dominante fuera el literario por la calidad de los comensales. Horas antes, me había tropezado con Chiqui en el Museo Canario en la inauguración de una exposición de fotografías que intentaban poner de manifiesto que el aborigen que todos llevamos dentro se conserva en muchos casos racialmente. Como siempre que me la encontraba, cruzamos las bromas habituales porque la vida nos parece eterna hasta que llega alguien y nos demuestra lo contrario. El problema es cuando se lleva a una persona con la que mantienes una complicidad que me resulta milagrosa y por milagrosa tan poco dada a que se reproduzca todos los días.

Chiqui se nos fue demasiado joven, y eso da mucha más rabia cuando escribo estas líneas apresuradas y a modo de liberar la pena profunda que siento ante el anuncio de su ausencia. No es fácil querer a una persona nada más conocerla, pero con ella fue así. Y sé que el sentimiento fue mutuo.

Conocerla, conocerte, fue un milagro.

No puedo decir más, salvo que te envío miles de besos, querida amiga, y el aviso de que tarde o temprano nos veremos…

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