Teatro de sombras, una película de Josep Vilageliú

Producción: Laly Díaz / Guión y Dirección: Josep Vilageliú / Ayte. dirección: Daniel León Lacave / Fotografía: Facundo Pérez / Edición: Daniel León Lacave / Maquillaje: Marisa Parsons / vAytes producción: Adela Valentín, Lorenzo Delgado, Irene de Henar Delgado, Mari Carmen Díaz / Fechas de rodaje: agosto-septiembre 2018 / Duración: 20 minutos / Rodada en Candelaria (Tenerife) / Intérpretes: Cristina Piñero, Norberto Trujillo, Cathy Pulido, Verónica Galán, Miguel Batista n

Teatro de sombras es una de las más perturbadoras películas en la ya larga y perturbadora filmografía de su realizador, Josep Vilageliú, a quien se puede considerar como padre fundador junto a Daniel León Lacave del cine leve, o cine pobre en acertada definición de este último aunque en el caso de Vilageliú y de otra manera aunque con similares miradas por el mismo Lacave, lo de pobre o indigente se obvie por un preciso y hasta elegante trabajo de producción y de un acerado ojo artístico de quien se encuentra detrás de la cámaras, en el caso de Josep Vilageliú, un cineasta que parece estar viviendo un período de estado de gracia con sus últimas propuestas cinematográficas, trabajos todos ellos en los que se ha desprendido de un cripticismo inicial y balbuceante para cristalizar ahora en un cine de agradecido calado poético y, ocasionalmente, extraño.

Se dice que Teatro de sombras es una película atípica, pero película al fin y al cabo de y sobre fantasmas. No les falta razón a quienes lo aseguran aunque los espíritus o entes que desfilan alrededor del personaje protagonista de la película y que interpreta la actriz Cristina Piñero, tienen más vida que la supuestamente habitante– ¿real o ficcional?– de la vivienda en la que se desarrolla la historia o historias a las que asiste el personaje central sin pronunciar palabra: los encuentros y desencuentros de dos parejas que hacen vida en común junto a ella, aunque no perciban su presencia ni de la de los otros.

Rodada en blanco y negro y prácticamente en elegantes planos secuencias, produce cierta desazón contemplar esta película donde no queda muy claro quienes son los espectros, ya que se trata de una decisión que debe de asumir el espectador, así que quien ahora les escribe ha escogido quizá el razonamiento más retorcido, el más difícil todavía: el único fantasma de esta historia es ella, la mujer solitaria, la que se asoma a la ventana y espera escuchar una voz humana pero incorpórea en su estación de radioaficionado.

Teatro de sombras se desarrolla prácticamente en interiores aunque se inicia y se cierra con un plano de la antena de radio instalada en el techo de la vivienda. El crepitar de las ondas se confunde con el devenir de dos parejas que celebran o lamentan su unión, el espectáculo de cualquier relación sentimental al que asiste con conmovedora y resignada sorpresa la habitante –¿real o ficcional?– de una casa de la que conocemos el dormitorio, el salón y la cocina, los escenarios en los que se desarrolla un drama que ha sabido transmitir cierta angustia, cierta necesidad por escapar de esa mirada casi muerta –¿de marioneta?– con la que Cristina Piñero asiste a unos lances amorosos que, parece ser, les han sido negados que disfrute.

Se masca en el ambiente no el signo de la tragedia sino el sino de la soledad más absoluta, que es aquella que se vive rodeado de personas aunque estos sean ¿fantasmas? que actúan en tiempos distintos aunque hay un plano en el que aparecen los cuatro y la protagonista, el quinto elemento, en el que, personalmente, considero uno de los momentos más terroríficos de esta película que debe estar llamada a otros méritos y elogios. Y se escribe “terrorífico” porque tiene una lectura que traduzco como el vacío y la condena de estar solo. Ya lo escribió Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

Saludos, bravo, desde este lado del ordenador

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