Emilio Salgari, recuerdos de un suicida

En mi adolescencia me dio por leer novelas de aventuras, un género al que recurro de tanto en tanto porque me permite viajar a otros territorios si levantarme de la cama o del maltrecho sofá del salón. Este tipo de literatura, tan prejuiciada por lectores que huyen como de la peste ante la sola mención de la palabra entretenimiento ignoran que los libros de aventuras ofrecen a quien se refugia en ellos caminar por el sendero de la experiencia tras la búsqueda de tesoros, forjar amistades y enamorarse en los puertos donde el barco en el que navega por los siete mares hace escala.

En aquellos días no sé si más felices era habitual ver en la mesa de noche novelas de Verne, Conan Doyle, Dumas y más tarde H.P. Lovecraft y compañía, que también escribió novela de aventuras aunque en clave fantástica, pero si había tres autores en los que invertí más tiempo y dinero –un hecho que probablemente puede explicar el estado de mi salud mental– estaban R.L. Stevenson, siempre vivo y presente en mis lecturas; H. Rider Haggarth, autor de dos grandes novelas de aventuras como son Las minas del rey Salomón y Ella, y Emilio Salgari, el creador de Sandokán y el único novelista europeo de aquel entonces y también ahora profundamente anticolonialista, tanto, que señaló a los ingleses como los villanos de sus historias.

Salgari fue uno de los escritores más vendidos de su tiempo pero murió en la indigencia mientras sus editores se enriquecían a costa de su trabajo.

Escrito en los últimos años de su vida, Mis memorias (Parsifal Ediciones, 1989) es uno de los libros más tristes y amargos que he leído recientemente. Se trata, a primera vista, de una autobiografía breve que no llega a las doscientas páginas y que el escritor entregó con el fin de que su editor le diera una “compensación a los beneficios que le he dado a ganar” para pagar su funeral. “Le saluda –se despide Salgari nada más comenzar el texto– destrozando la pluma”.

Enviado el manuscrfito, parece ser que unos días más tarde Emilio Salgari se rebanaría el cuello y el vientre con su navaja de afeitar. Un harakiri que puso final a su vida.

Como libro Mis memorias es una apasionante novela de aventuras en las que el escritor más que mentir, imagina su vida. Su vida en estas páginas se transforma en el relato imaginado de un hombre henchido de coraje, ese mismo coraje que tan bien transmitió en sus novelas, y relata sin que se le caiga la cara de vergüenza sus viajes, imaginados aunque en el texto asegura que fueron así, por los siente mares. En uno de estos viajes, cuenta cómo conoció al pirata Sandokán , que más tarde sería el protagonista de muchas de sus novelas, y cómo cuajó en él su desprecio a todo lo anglosajón por culpa de un primer amor. Una inglesita que le fue arrebatada por una civilización que lo miraba como a un ciudadano de tercera. Casi a la misma altura que a Sandokán, solo que el rey de los piratas los combatía con toda la fiereza del mundo en sus novelas.

Tal fue el desprecio que tuvo Emilio Salgari por todo lo que fuera anglosajón que en una de sus novelas, La capitana del Yucatán, que se desarrolla en Cuba a finales del siglo XIX, se pone del lado de los españoles que hacen la guerra de guerrillas al ejército norteamericano que había desembarcado en la playa de Daikiri, en el oriente de la isla.

Estas memorias escritas con premura y la sensación para nada vaga que sería lo último que registraría, domina prácticamente las páginas de un libro en el que el escritor hace el notable esfuerzo por contar otra vida, más pegada a sus apasionadas historias que a su existencia real, bastante grisácea a tenor de lo que narran los biógrafos oficiales de Salgari

No obstante, estas páginas repletas de viajes por mar, amores frustrados, piratas malayos y combates descritos con una celeridad que quita el hipo, se tornan oscuras y siniestras cuando se llega a su final, ya que revela la verdadera faz del escritor, quien como si ante un espejo se observara, explica la deplorable situación económica en la que se encuentra y su desesperación por no alcanzar de dar de comer a los suyos.

Tras varias tentativas de suicidio, el epílogo que añade el autor de El león de Damasco es uno de los textos más estremecedores de la literatura de principios del siglo XX y en el que bajo el título de Los últimos años de mi existencia, no es otra cosa que el grito de alguien que ha llegado al límite de las fuerzas. Físicas y espirituales.

“Me siento próximo al derrumbamiento: ¡¡La ceguera llama a mis puertas!!”, escribe Salgari, siempre tan económico en el lenguaje, estilo que subraya el anuncio de que a continuación pondrá fin a su vida. Estas páginas que en contra de las otras que forman sus memorias parecen que forman parte de un diario personal saben a batacazo para quien se atreva a acercarse a ellas. Mis memorias se transforma así en una obra rara en la producción de Emilio Salgari pero quizá sea la más auténtica pese a las licencias literarias que se permite para dar color a una existencia que entregó demasiado joven a la literatura.

Mis memorias, como ya se apuntó, es un libro amargo, casi me atrevería a decir que recomendable no solo para los iniciados en la fantástica literatura del escritor sino también para los que una vez lo dejaron de lado a conciencia. En este libro encontrarán a un periodista y escritor con todas sus letras que supo transmitir al lector no solo el lado amable del autor que producía y producía relatos de aventuras para sus explotadores sino el hombre, el padre de familia que, pese a vender y vende,r apenas tenía dinero para mantener a los suyos.

Mis memorias despiertan así una piedad absoluta ante un escritor de talento que lo dio todo y al que le arrebataron casi todo. Un autor de éxito que murió en la indigencia mientras el mundo entero, Inglaterra incluida, devoraba las hazañas de sus tigres del Mompracem, el Corsario Negro y el Capitán Tormenta.

Saludos, leed, hijos mìos, desde este lado del ordenador

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