Apuntes sobre la (in)sumisión a las antologías

NOTA: EL ESCOBILLÓN reproduce íntegramente un texto firmado por Ernesto Suárez, Carlos Bruno y Daniel Bellón en el que reflexionan sobre la antología Insumisas, un libro editado por Baile del Sol que ha generado cierta polémica en el mundillo literario canario al no incluir a ninguna poetisa de las islas.

APUNTES SOBRE LA (IN)SUMISIÓN A LAS ANTOLOGÍAS, SOBRE CÓMO LAS LEEMOS Y SOBRE LAS RELACIONES (LITERARIAS) ENTRECANARIAS Y ESPAÑA

1.
El 4 de junio de 2019 echa a andar una interesante polémica desde las redes sociales. Creemos que se inicia con un comentario de Rafael José Díaz en su muro de Facebook. Unos días más tarde, el 11 de junio, y de la mano de Sergio Lojendio, periodista de El Día, la prensa se hace eco. El titular y las primeras líneas del artículo periodístico son las siguientes: “Una antología poética editada en Canarias excluye a autoras isleñas. La editorial canaria Baile del Sol ha sacado al mercado la obra ‘Insumisas’, una compilación que recoge el trabajo de 78 escritoras entre las que el antólogo no ha recogido ninguna voz insular“. Hablamos por tanto de Insumisas, antología cuyo responsable Alberto García-Teresa.

A partir de este momento, poetas, mujeres y hombres, algún que otro periodista y distintas lectoras y lectores alientan el debate sumándose o abriendo nuevos hilos de discusión en la red, particularmente en Facebook. También lo hace el editor de Baile del sol. No así, hasta donde sabemos, el antólogo. Esto podría ser una somera y neutra descripción de lo acontecido hasta este momento. Cuatro cuestiones más para comenzar.

La primera. Parte de los comentarios en la red han consistido en alabanzas a la trayectoria y el trabajo editorial de Baile del sol a lo largo de sus casi treinta años de existencia. Pueden añadirse a estos comentarios de apoyo al Baile del sol, aquellos otros de quienes, valorando negativamente la antología, también precisaban que sus críticas se circunscribían a la misma, sin pretender poner en cuestión en su totalidad ni a la editorial ni al esfuerzo de sus responsables.

Segundo. Algunas intervenciones por parte de seguidores y seguidoras en la red del editor de Baile del Sol en tierras peninsulares mostraban cierta extrañeza cargada de tonito condescendiente ante la queja de la inexistencia de autoras isleñas en una antología editada por una editorial radicada en Canarias.

Tercero. Algunos de los comentarios recogidos en los diferentes hilos abiertos, y algún artículo en prensa sobre el asunto estaban “salpimentados” con calificativos gruesos, tanto entre aquellos que critican la antología como entre los que “defienden” a la editorial. El uso de la descalificación no pasa de ser una fórmula frecuente en la red para mantener sobre ascuas vivas cualquier discusión. También es cierto que no emplear adecuadamente las formas de “netetiqueta” termina por impedir un cruce interesante de opiniones, pudiendo llegar incluso al insulto y la descalificación personal y, como consecuencia, enconando también posiciones.

Cuarto. Mientras se desarrolla el debate, la antología es presentada en la Feria del libro de Madrid, aún no ha llegado a las librerías insulares, sólo podía ser adquirida electrónicamente y, por tanto, apenas es conocido su contenido entre los posibles lectores canarios.

2.
Este hecho, es decir, que la discusión y la crítica a Insumisas se produzca, en apariencia, al margen del contenido de la misma, parece plantear que el debate está más allá de lo estrictamente poético y que tiene que ver, sobre todo, con aspectos culturales preexistentes. Estos aspectos se refieren además exclusivamente a la incuestionable ausencia en la antología de autoras canarias. El primer elemento crítico por tanto se fundamenta en la idea de las proporciones y del ángulo desde el que se observa la figura geométrica de esta antología.

Entre 78 poetas, ni una de ellas desarrolla su actividad literaria en las Islas Canarias. La crítica más repetida entre los comentarios en la red a la antología Insumisas es el olvido de las poetas canarias ¿No hay entre las poetas radicadas en las islas ninguna cuya obra pueda ser caracterizada como “poesía crítica”? Atendamos sin embargo y por un instante a un aspecto previo. Nos referimos a cómo tendemos a “interpretar” las antologías.

La historiografía literaria española nos ha acostumbrado a describir la evolución y cambios poéticos del siglo XX (y también del XXI) a golpe de antología. Todos estudiamos con la antología del 27; todos supimos de la antología de Castellet sobre los novísimos y de ahí en adelante. Tal práctica -la descripción a través de una antología de lo que sucede en la poesía- se vuelve además particularmente inflacionaria a partir de los años 80 de la mano de críticos como Luis Antonio de Villena o José Luis García Martín. Por supuesto, no son los únicos, de hecho, en el siglo XXI el fervor antológico se dispara. Así, en España, el panorama poético actual parece haberse dirimido en el espacio de las antologías. Claro que hay distintas fórmulas de antología. Están, por un lado, aquellas antologías que buscan definir la nómina, el catálogo del quién es quién poético en un determinado momento. Se diseñan con el fin de fijar la fotografía de los cambios (frecuentemente generacionales), sin que en ellas se refleje, al menos explícitamente, un claro alineamiento estético. No obstante, son las antologías preferidas desde el periodismo y la gestión cultural: evitan tener que hacer un trabajo lector y de investigación demasiado concienzudo (y extenuante). Aunque no lo expresemos abiertamente, buena parte de los autores y autoras actuales asumimos que es en estas antologías donde hay que estar ¿La razón? A estas antologías y a sus antólogos se les confiere la capacidad de designar presencia y asignar, por tanto, valor.

Por otro lado, tal y como quiso ser aquella de los Nueve novísimos (poetas españoles), están las antologías interpretadas expresamente como programáticas o como contra-programáticas. Entre las segundas, una en concreto fue planteada abiertamente desde el contexto insular como intento de contravenir al canon vigente. Nos referimos a La otra joven poesía española, que reunió en 2003 a catorce poetas, todos nacidos entre 1962 y 1974, cinco de los cuales eran tinerfeños, y donde se incluyeron también los propios antólogos, Francisco León y Alejandro Krawietz. La antología entonces como una forma de intervención cultural más o menos interesada.
Porque, en cualquier caso, ambos tipos de antología pueden servir de plataforma a partir de la cual se distribuya un cierto tipo de prebendas literarias en forma de invitaciones a eventos, de concesión de premios o de presencia en medios periodísticos y audiovisuales, las antologías son piezas clave en lo que podríamos denominar el canon contemporáneo como juego de estrategia. Un matiz importante: las selecciones de poetas son limitadas. El club nunca ha de ser numeroso en exceso, precisamente porque, de serlo, dañaría las opciones para alcanzar la tan anhelada visibilidad.

También, sin embargo, es posible encontrar antologías que buscan presentar en extenso. Esto es, frente a las restricciones selectivas, son aquellas que usan un mecanismo contrario. Se trata de acoger bajo el concepto o tópico de interés la gama más amplia posible de textos y autores -“joven poesía”, “poesía del siglo XX”, “poesía escrita por mujeres”, “treinta años de poesía”, “poesía canaria contemporánea”, lo mismo da el ejemplo-. En este caso, la persona responsable de la antología no elige activamente; podría decirse que de alguna manera se deja llevar generosamente por una especie de “todo vale”. Pese a que utilicen un acercamiento diferente, estas antologías ómnibus (guagua, en canario) con sus entre setenta y ochenta autores y sus respectivos poemas pueden responder al mismo interés prescriptivo que las antologías selectivas.

Imaginen la siguiente situación. Si bajo el título de “poesía confesional española” se agrupasen, 50, 70 o, incluso más, hasta 90 autores y autoras, no resulta descabellado pensar que quienes leyeran tal hipotética antología terminaran por aceptar que la poesía española es poesía confesional y que no hay otra forma de concebir la poesía española. También es posible pensar que los poetas se vieran tentados a sumarse a ese “mayoritario signo de su propio tiempo”. ¿Quién no tendría tres o cuatro poemas confesionales para que pudiera ser incluido en la susodicha propuesta? ¿Y para el antólogo o la antóloga, qué depararía este tipo de trabajo? Sin duda podría convertirse en alguien “indispensable para interpretar” la evolución de la poesía: sería toda una autoridad, la más cualificada experta en el tema. Recuerden no obstante que sólo estamos planteando un ejemplo ficticio, ¿verdad?

El afán por delimitar territorios y por asentar alineaciones ha contribuido a la inflación antológica. En apenas diez años, sólo en lo que a mujeres poetas se refiere, se han publicado, que tengamos detectadas: 23 Pandoras (Baile del Sol, 2009), que, en cierto modo inauguró este subgénero, La manera de recogerse el pelo: Generación Blogger (Bartleby, 2010), (Tras)lúcidas (Bartleby, 2016), y las muy recientes Decir mi nombre: muestra de poetas contemporáneas desde el entorno digital (ed. Milenio, 2019) y la que ha dado pie a esta intervención: Insumisas (Baile del Sol, 2019). Seguramente se nos escapa alguna más.

3.

Volvamos, pues, a Insumisas. Es cierto, la antología no incluye poemas de autoras insulares. Habría no obstante que decir que la reclamación sobre dicha ausencia no pretende considerar estrictamente el lugar de nacimiento sino el entorno desde el que se desarrolla estéticamente y editorialmente una obra poética. De ahí que, si bien Yaiza Martínez o Ana Pérez Cañamares, ambas seleccionadas por el antólogo, han nacido en las islas, a ninguna de las dos se les puede considerar “poetas canarias”, en el sentido de responder a una tradición que se autoidentifica como diferente (volveremos sobre este asunto). Esta apreciación nos lleva a plantear una cuestión que no atañe exclusivamente al hacer de García-Teresa en Insumisas sino que enmienda la manera habitual de buena parte de las prácticas literarias en el estado español. Nos referimos a la invisibilidad de los criterios territoriales en la configuración de eso que se denomina poesía y literatura españolas.

El canon poético español tiende a ser representado de forma desterritorializada. Es decir, parte de la premisa de que el lugar desde el que se escribe no aporta diversidad o singularidad destacables. Tampoco, en el mismo sentido, parece reseñable la existencia, vinculadas a algunos enclaves, de ciertas tradiciones particulares, o la confluencia y acceso a determinadas lecturas, incluso, el uso en el poema de formas lingüísticas territorialmente específicas. En apariencia, se escribe desde un no lugar poético.

Así, se asume de manera escasamente crítica que la poesía española “se escribe en castellano” y que los programas estéticos se distribuyen homogéneamente en todas y cada una de las regiones y comunidades del estado. Esto es, que cuando, por ejemplo, la poesía de la experiencia se planteaba como la poética española dominante se presuponía que lo era entre los poetas de cualquier lugar, peninsular e insular. Los hechos, sin embargo, refutan esta idea. La poesía de la experiencia tuvo su principal foco irradiante en Andalucía (particularmente en Granada) para conjugarse también en Valencia. En cualquier caso, es difícil hallarla en lugares como el norte castellano y León, donde la influencia y presencia de autores como Antonio Gamoneda o Juan Carlos Mestre dará lugar a poéticas muy alejadas de la escuela andaluza (pensamos en la escritura de Olvido García, Miguel Casado, Miguel Suárez, Ildefonso Rodríguez), o, desde una posición aparentemente menos territorializada, pero más políticamente delimitada, en el caso de la llamada “poesía de la conciencia crítica” (Falcón, Riechmann, Orihuela, entre otros nombres). Por supuesto, tampoco es posible identificar a ningún poeta canario que se haya sumado a la poética de la experiencia, al menos en la etapa que va de los años 80 a mediados de los 90 del siglo XX, periodo de desarrollo y consolidación de la misma.

Ese “no lugar” canónico es disputado por las diversas “comunidades” o “círculos” de poetas a cuchillo, porque jugar desde el centro del tablero ofrece ventajas tangibles e intangibles, y esa disputa ha estado en el cogollo de los debates “poéticos” españoles, más allá de las tendencias estéticas de cada cual. Si se conocen los nombres y los entornos, no es difícil convertir en grafos los diferentes “circuitos poéticos” que atraviesan la península, y ver cómo raramente se cruzan. En estos circuitos, tan importante como ser es estar (participar en lecturas, convocatorias, reuniones, encuentros, verse en los mismos bares…). Sin embargo, estar desde una distancia de 1000 kilómetros (la que separa las Islas Canarias de las costas peninsulares más cercanas), a pesar de la “desterritorialidad” que ha podido suponer internet, es bastante difícil, a decir verdad.

De una manera tal vez inevitable, los y las poetas canarias se ubican en la periferia de esos circuitos. (No son las y los únicos, habría que hablar de la poesía escrita en otras lenguas del estado, que viene a ser tratada mayormente como literatura extranjera, o de la escrita por poetas inmigrantes) Y es de justicia recordar y reconocer que la única empresa cultural canaria que mantuvo una estrategia seria de difusión de los autores isleños a nivel nacional e internacional ha sido Baile del Sol, con sus actividades “Acercando orillas” y con un catálogo entreverado de autores canarios junto a las y los de otras latitudes. Una estrategia inteligente que ha permitido a la editorial situarse más allá de la tradicional “editora isleña de poesía”, por así decirlo, y sobrevivir (los que hemos vivido en nuestras carnes el trabajo editorial sabemos que sobrevivir es una victoria) con mucha dignidad, precisamente, por haber dado ese salto.

4.

Quizá uno de los argumentos más certeros en el debate alrededor de Insumisas es el aportado por Aida González Rossi en un comentario en el muro de Facebook de Rafael-José Díaz:

“una antología de mujeres pretende paliar o corregir los fallos que la mirada sesgada de la industria cultural ha provocado en la representación de las y los artistas. Mirar hacia lo que se ha convertido en “lo otro” precisamente porque se ha impedido mirarlo. Entonces, si estamos apoyando lo que desgraciadamente se ha colocado en un lugar periférico, ¿cómo es posible que impidamos, de nuevo, el paso a algo que también se ha convertido en periférico? O sea, corregir la exclusión con más exclusión. (…) si entendemos los mecanismos de exclusión de la industria cultural en un sentido, si entendemos las hegemonías en un sentido, también deberíamos entender otros procesos y hacer un esfuerzo por no continuar con los vicios de la representación. Por desgracia, ser mujer + ser canaria es igual a doble otredad”.

González Rossi plantea así que en el caso de las autoras canarias les afecta una doble invisibilidad: su condición femenina y su condición de habitantes de la ultraperiferia, y que trabajos como Insumisas vienen a ahondar en esa invisibilidad. Porque, hay que decirlo, la única razón que se nos ocurre para que no aparezcan en una obra que se quiere exhaustiva (o eso da a entender el alto número de poetas que recoge), voces femeninas de calidad evidente y que escriben desde Canarias, es el puro desconocimiento. Las poetas canarias no están en el punto de mira del investigador (ni de este ni de los autores de las otras antologías mencionadas) porque las autoras isleñas no han publicado en las editoriales correctas, ni han participado en los eventos adecuados. Punto. Y por parte de los diferentes antólogos no se ha hecho el esfuerzo de asomarse a ver “qué hay por ahí”. Cabría pensar que, tal vez, el sesgo “crítico” con el que se subtitula Insumisas vino a ser la raya que fijó quién y quién no, lo cual vendría a ser el ejercicio del criterio que se supone a un trabajo de selección. Aceptemos, habida cuenta de que no tenemos Insumisas en nuestras manos, ya sea incluso provisionalmente, la definición de poesía “crítica” explicitada por Alberto García-Teresa en otra antología ómnibus (81 poetas fueron allí seleccionados), Disidentes (La Oveja Roja, 2015):

“(…) todas esas voces que, de manera central, constante, o bien en tramos amplios de su trayectoria, y no sólo de forma puntual o circunstancial, ni reservada a declaraciones y manifiestos, han hecho en su práctica poética del verso una expresión de disidencia y de antagonismo; una crítica a la estructura socioeconómica actual, a su ideología y a los valores que la sustentan. En su diversidad de abordajes, en su multiplicidad de registros, reside una de las potencias de la poesía crítica española contemporánea, como manifiesta el conjunto de textos aquí reunidos. Se revela, entonces, que la perspectiva crítica del presente no conlleva una opción estética determinada, sino que da pie a diferentes modos de enunciar, transmitir y provocar un cuestionamiento del orden actual de la sociedad. De este modo, en los poetas críticos contemporáneos descubrimos la utilización de dicción clara, lenguaje directo, registro narrativo, discursivo y referencial, captura de hablas populares, ampliación del campo referencial a lo excluido, tono menor y cercano, refuerzo de los explícito pero también expresión surrealista, decir descompuesto, ritmo disruptivo, lenguaje desarticulado, potenciación de la evocación , discurrir filosófico, concisión, torrencialidad, reconstrucción lírica, apoyo en la sensorialidad metafórica, potenciación de la evocación, collage, acercamiento irónico, búsqueda de lo contradictorio, juego con lo elíptico, carácter épico, anclaje conceptual”.

Visto así, es difícil llegar a comprender cómo ese amplio “sesgo crítico” ha podido excluir la obra de poetas como la propia González Rossi, Alba Sabina Pérez o Belén Lorenzo, por hablar de las más jóvenes. Insistimos, sólo se explica tal exclusión desde el desconocimiento. El mismo desconocimiento que obvia a Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón cuando se escribe sobre modernismo español, o que desconoce a revistas como Gaceta de Arte y La rosa de los vientos cuando se habla de la vanguardia española, o deja de mencionar a los poetas de Antología Cercada cuando se trata de la poesía social española de los años 50 (y no son los únicos olvidos aunque sí los más flagrantes). Esa invisibilidad, ese ser parte de un secreto, es la que, en cierto modo, está en la base de una tal vez identidad propia de la poesía escrita en las islas respecto al mainstream peninsular. Si bien podemos adherirnos con una antorcha bien cebada a la correspondiente hoguera (San Juan acaba de pasar), hay que reconocer que la invisibilidad de las escrituras poéticas radicadas en las islas no es, desde luego, una novedad y tiene muchos, sonoros y tristes antecedentes. Se trata de una carencia estructural en la visión de muchos críticos y prescriptores peninsulares olvidar que las islas existen, que los territorios existen, pero también se trata de una carencia estructural de la propia vida literaria y cultural en las islas, que parece impedir, primero, ser influyente en su propia comunidad, y segundo, dar a conocer lo que de valor se desarrolla.

Hay otra cuestión a dilucidar respecto a la poesía canaria. Tal vez haciendo de la necesidad virtud, como decíamos antes, la poesía isleña ha ido construyendo cierta identidad propia sobre los hombros de autores y autoras muy relevantes. Estos poetas, mujeres y hombres, sin la merecida repercusión en el exterior, han quedado como una especie de tesoro escondido, tesoro que, sin embargo, en las islas manoseamos, más que tratarlo crítica y activamente. Nos referimos entonces a la necesidad de decidir cuál es nuestro lugar en el mapa de la poesía escrita en el español de las diferentes orillas del Atlántico: ¿Somos una provincia ansiosa de una pizca de reconocimiento metropolitano y nos duele el displicente silencio? ¿Tiene la poesía isleña una identidad propia y diferenciada y, por tanto, no asimilable por la visión “estatal”? ¿Sabemos o queremos saber dónde estamos? Las nuevas tecnologías ¿nos ayudan o nos acaban de enterrar? Pensamos que el que cabe llamar “Incidente Insumisas” puede ser una buena oportunidad para volver a debatir todas estas preguntas, más allá de las polémicas en redes sociales, esas que por su propia dinámica suelen llevar a la descalificación personal y al enfrentamiento cainita.



5.

Una de las cuestiones que interesaría plantearse es el peso canónico de las antologías de autores y autoras contemporáneas en el actual momento inflacionario: si su publicación tiene un sentido básicamente comercial, al modo de los discos de recopilación de “éxitos del año”, en el que el papel de la investigación, y, en especial, de la reflexión, se reduce a su mínima expresión. Si esto fuese así, sería bueno preguntarse también por su valor a la hora de ofrecer pistas sobre cuáles son las o los poetas de referencia en un momento dado. Basta con repasar algunas de las antologías publicadas en los 90 para empezar a preguntarnos dónde están a día de hoy buena parte de aquellos autores seleccionados: dónde su obra, dónde sus libros.

Cabría decir, en defensa de los antólogos de entonces y ahora, que esas selecciones reflejan un momento, una instantánea de la escritura de poesía en un tiempo concreto. Y entonces deberíamos plantearnos si la sobreabundancia actual de este tipo de libros no es sino parte del fenómeno social del selfi o de la foto de móvil que se comparte entre los participantes de la fiesta y que se borrará en cuanto se vaya llegando al tope del límite de datos acumulables en la correspondiente “nube” (otro concepto que nos habla de la fragilidad y provisionalidad). Y si así fuese, que pudiera ser, ¿merece la pena luchar por ocupar un breve espacio, una esquina de la foto? Auden comentaba en su “El poeta y la ciudad” lo siguiente: “Hasta la Revolución Industrial la forma de vida de los hombres cambiaba tan lentamente que cualquiera podía pensar en sus bisnietos e imaginarlos como personas que compartirían sus mismas necesidades y satisfacciones. La tecnología, con sus transformaciones cada vez más aceleradas, nos ha clausurado la posibilidad de imaginar cómo serán las cosas dentro de veinte años. El artista, en consecuencia, ya no cuenta siquiera con la seguridad de que su producción pueda ser disfrutada o comprendida por la generación siguiente. No puede evitar el deseo de un éxito inmediato, con todos los peligros que esto implica para su integridad.” El fervor editorial antológico-temático de los últimos tiempos (por ahí hemos visto una de poetas suicidas en la que ninguno de los abajo firmantes tiene gran interés en participar) habría que identificarlo como parte de este fenómeno/modelo social y creativo centrado en la obsesión por la presencia cristalizada en el concepto de “marca personal” y en la provisionalidad. Quizá convenga pues preguntarse, antes de seguir este ritmo de pollos sin cabeza, si todo eso tiene sentido. Si merece la pena enfadarse, o pelear por el huequito ante la cámara.

6.
Una hipótesis de trabajo (acaso incómoda) que combina el concepto de poesía crítica y el modelo social dominante de sobreexposición personal. Todas (y todos) sabemos escribir, todos (y todas) tenemos móviles inteligentes, todos (y todas) podemos opinar sobre todo y, además, estamos expuestos a un grado extremo de flujos comunicativos, informacionales y de propaganda. Luego, cualquiera tiene derecho a expresar(se) y todo “tema”, “contenido”, “mensaje” “reivindicación”, “problema” es “ineludible”, a la par que una oportunidad perfecta para poder ser/estar/mostrar(se) socialmente comprometido/a. A elegir entonces: guerras, terrorismos, discriminaciones, pobreza, represiones, crisis, migraciones, violencias, explotaciones.

En cualquier caso, si quieres ser relevante más allá de tu grupo de amistades, amiga, amigo poeta, te lo tienes que trabajar: participa en foros, alinéate (sin excesos), analiza los diferentes circuitos -no hace falta un bot para hacer eso, sólo afinar la vista y realizar las oportunas conexiones-, participa en todos los eventos relacionados con la poesía posibles aquí, y si puedes (ya hemos visto que es absolutamente importante) allí. Gestiona la agenda de concursos con profesionalidad (no hay premio pequeño), Trabaja tu imagen, que forma parte de tu Marca Personal, aunque tal vez vaya contra tus principios pero es que algunos pelos hay que perder en la gatera. Déjate ver. Haz branding. Ah, bueno, y cuando todo esto te deje tiempo, trata de escribir algún poema que valga la pena aunque, bien mirado, tampoco es imprescindible.

En este contexto, cierta actitud escritural y pose vital “crítica”, no deja de ser otra etiqueta más, como la de “poeta youtuber”, o “intensitos” , “de la experiencia”, “del silencio” o “fragmentaria”… tras las cuales hay un vacío de reflexión colectiva documentada. Sí, quizá también por eso haya tanta y tanto poeta de cualquier cosa. Desde esta ultraperiferia bendita y ante el contenido vacío de buena parte de esas etiquetas, no acabamos de entender qué valor aportan a la escritura de poesía, más allá de una sencilla clasificación para ordenar (y estar en) los correspondientes circuitos.

7.
Hemos visto que la poesía escrita en Canarias tiene un problema de visibilidad exterior, algo que, de nuevo, una antología como Insumisas no hace sino a recordarnos. Es decir, viene a rozar la escocedura, vaya, y ese resquemor que viene de viejo es incomprendido desde miradas externas. Pero, siendo ese un problema, creemos que existe uno mayor: la falta de visibilidad y repercusión en el interior, en el propio territorio isleño, de las escrituras canarias. Y ante ambos problemas la pregunta es siempre la misma ¿Qué hacer?
Asistimos con cierta inevitable ilusión a un cambio político en las islas tras cinco lustros de “nacionalismo” de base clientelar. Resulta paradójico que el periodo de tiempo (en realidad, casi todo el vigente ciclo democrático) en que una opción “nacionalista” ha gestionado las políticas culturales públicas en la mayor parte del archipiélago sea, también, la etapa en la que entre en crisis profunda el concepto mismo de “literatura canaria” como clave diferenciadora.

Anticipando las también inevitables decepciones (porque ya estamos mayores), quienes escribimos esto no podemos dejar de pensar que, tal vez, se abra lo que llaman una “ventana de oportunidad” para la literatura y el arte hecho en Canarias. Tal vez. Y tal vez también debería plantear la comunidad algunas propuestas prácticas y útiles al comienzo de este nuevo ciclo. Aunque quizá haya que hacerse unas preguntas previas: ¿existimos aún como comunidad, como un conjunto de escritoras y escritores que nos reconocemos en tanto partícipes de algo en común? ¿Seríamos capaces de citarnos, hablar y proponer esas iniciativas colectivas, realistas y creativas a las nuevas administraciones canarias para fomentar la producción poética y literaria en las islas y, si somos ambiciosos, internacionalizar su difusión? Probablemente de cómo contestemos a este tipo de preguntas dependerá el cariz que tome ese futuro propio. Eso sí, también podemos esperar tranquilamente a la próxima antología.

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