La casa

Desaparece consumido por las llamas de un incendio una de la instituciones culturales señeras de Canarias, el Ateneo de La Laguna. Y junto a la rabia de que no es cierto, de que no puede ser cierto, contemplo las imágenes de un edificio ahora en ruinas que fue casa de la cultura.

Se han salvado, afortunadamente, muchas de las obras de arte que guardaba el inmueble y no hay víctimas resultado de este desastre, lo que alivia el espíritu aunque ya no quede nada físico de un edificio en el que presencié exposiciones y tantas presentaciones de libros que hoy forman parte de sus cenizas.

Qué mala suerte, pienso. Joder, exclamo cuando me avisan de la noticia. ¿El Ateneo en llamas?, ¿que un incendio devora el corazón cultural de La Laguna?

Y lo primero que se me ocurre es dar un abrazo a su equipo directivo y sobre todo a su presidente desde enero de este año, Claudio Marrero. Y es que el Ateneo estaba recuperando ahora, tras décadas de rutina cultural una presencia que nunca tuvo que haber perdido.

En esa casa, asistí a presentaciones y yo mismo intervine como presentador de libros de amigos que tuvieron la generosidad de proponérmelo.

En su cafetería, al margen, mantuve conversaciones que versaron de todas las cosas menos de política, deportes y sucesos, y allí se fraguaron amistades que se cocieron al fuego lento de lecturas…

Que el fuego insolente haya borrado de pronto todo esa parte de mi memoria que forma parte de la memoria del Ateneo me hace sentir huérfano y rabioso como dije antes. Rabioso porque no comprendo por qué, por qué tienen que pasar cosas que no quieres que pasen.

La isla de Tenerife se queda más sola si cabe.

Demasiado sola.

El Círculo de Bellas Artes, en Santa Cruz de Tenerife, permanece cerrado mientras el nuevo equipo de gobierno del Ayuntamiento no se pronuncia sobre su futuro. Espero que esa demora no se prolongue con el Ateneo, y que la implicación del también nuevo equipo de gobierno de La Laguna sea de compromiso real, que colabore para que el corazón cultural de la ciudad vuelva a latir.

Por allí desfilaron Arturo Maccanti y Juan José Delgado. Y en esa misma casa escuché a José Saramago decir que no pensaba que le dieran el Nobel mientras se rendía homenaje entre otros a uno de sus habituales, Ezequiel Pérez Plasencia. Seguí también su revista literaria cuando se servía en papel y compartí risas con amigos y desconocidos mientras caía la fría noche lagunera.

La última vez que visité la casa fue para presentar un libro y las sensaciones que percibí fueron exactamente las mismas que tuve cuando entré allí por primera vez. Recuerdo la escalera de madera que crujía cuando subías o bajabas los peldaños y el salón de actos de la parte principal, tan detenido en el tiempo, como perdido en un inicio del siglo XX que allí se resistía a morir.

Son demasiados los recuerdos y la tristeza de un final que espero solo sea señal de un principio porque las llamas han devorado la casa pero no el espíritu del Ateneo.

Hoy, me dice una amiga aficionada al drama, “todos somos ateneístas”.

Y pienso lo bonito que sería si ese entusiasmo se mantuviera para siempre. Que todos, ya saben, somos ateneísas.

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