La historia del Cementerio de San Juan, La Laguna

El periodista y escritor Benjamín Reyes desentierra los secretos bien guardados del camposanto de San Juan en un libro en el que estudia su historia desde 1814 a 1983.

El cementerio lleva el nombre de San Juan “porque la primera persona que se enterró en el camposanto de La Laguna fue Juan Rodríguez Toste, el 4 de julio de 1814”. 

Reyes explica que este nombre continúa una tradición popular en aquel entonces que consistía en denominar al cementerio como la primera persona enterrada en él. La tradición comenzó con el de San Rafael y San Roque en Santa Cruz de Tenerife.

Con este libro, el periodista pretende no solo contar la historia de un cementerio en el que honrar “a nuestros antepasados” sino también para descubrir “nuestra historia”, dice.

A través de este relato se pone al lector en situación ya que describe cómo era la sociedad lagunera del siglo XIX. Una sociedad, destaca, “profundamente religiosa, muy jerarquizada, donde el 87% de la población era analfabeta y la enfermedad más común “se ignora, porque se desconocía la enfermedad que lo había llevado a la muerte” . En esta línea, Benjamín Reyes afirma que se desconoce de que murió el 25 por ciento de todas las personas que fueron enterradas en el siglo XIX.

El escritor y periodista aprovecha este libro para explorar con datos otros aspectos relacionados con la cultura de la muerte en la ciudad de los Adelantados. Escribe así sobre las procesiones fúnebres en las que el finado era trasladado desde la iglesia o casa mortuoria al camposanto en una tartana tirada por caballos. Costumbre que dejó de hacerse a raíz de una epidemia de gripe, al prohibir en 1843 “el toque fúnebre de camposanto y el trasiego de procesiones de cadáveres por las calles”. Esta decisión generó tensiones entre la autoridad civil y la eclesiástica, ya que la Iglesia Católica se resistió a aceptar la nueva normativa al considerar que vulneraba sus derechos.

A modo de ejemplo, Benjamín Reyes alude al caso del presbítero Felipe González, quien sí contó con una procesión fúnebre que desafió la prohibición mientras se dirigía a la iglesia de La Concepción.

Entre otros defensores de la creación de un camposanto en La Laguna se encuentra el doctor Domingo Saviñón tras la epidemia de gripe de 1807. Tuvieron que sucederse otras epidemias como las de fiebre amarilla de 1810 y la de viruela de 1812 para que se hiciera realidad el proyecto del primer cementerio lagunero, ciudad que por aquel entonces contaba con 9.672 habitantes.

Adquirida la finca para construir el camposanto de San Juan fue necesario trasladar a lugar más conveniente el molino harinero de viento allí instalado, relata Benjamín Reyes, quien añade que hasta finales del siglo XIX podemos encontrar vestigios de estos molinos en La Laguna.
 
La ermita de San Juan Bautista, anexa al camposanto se construyó al finalizar una epidemia de peste bubónica que acabó con la vida de casi 6.000 personas (muchas de ellas están enterradas bajo la ermita).

Una década antes otra epidemia de peste bubónica costó la vida a 9.000 personas. Se tratan de dos de las epidemias más feroces que ha sufrido Tenerife, y fue tanta la devastación que las gente sencillas creían que más que una enfermedad se trataba de un castigo divino.

Entre las curiosidades que ofrece una obra netamente divulgadora fue el descubrimiento durante la investigación un registro de elefantiásicos que data de 1853. En él aparece un listado de diez personas que padecieron esta enfermedad que produce un engrosamiento de las extremidades inferiores.

La obra cuenta además cómo al llegar al máximo de su capacidad, el último enterramiento del antiguo cementerio de La Laguna se celebró el 25 de enero de 1983. El finado se llamaba Anselmo Pardo Hernández y en total, asegura Benjamín Santana, allí se encuentran “unas 55.000 almas inhumadas”.

Tres días después de su cierre, se inauguró en La Laguna el camposanto de San Luis, que se llama así porque “la primera persona inhumada era Luis López Marrero”.

Saludos, se acerca la Noche de Todos los Santos, desde este lado del ordenador

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