Memorias de un pornógrafo tímido, una novela de Kenneth Patchen

Fue un poeta y escritor que influyó para que asaltaran las carreteras de Norteamérica los que formaron la generación beat pero sigue siendo un desconocido para la mayoría de los aficionados a leer sobre aquel movimiento que escribió y jugó con las drogas y el alcohol a ritmo de be-bop.

Si algún problema tiene Kenneth Patchen es que no pertenece a ningún grupo ni a ninguna tribu. Es un escritor y poeta que se mueve solo, que anda un poco solo dando tumbos en el patio trasero de la literatura norteamericana. Ha llegado, además, en dosis muy controladas al español, idioma en el que afortunadamente se tradujo hace ya casi un millón de años, 1981, la novela Memorias de un pornógrafo timido.

La edición que está en mis manos la publicò Star Books, y la traducción es de Antonio Promteo Moya. Star Books para quienes no lo sepan fue una colección de libros que la revista contracultural Star comenzó a editar en España tras la muerte de Francisco Franco, y en sus páginas se recogía otra forma de decir las cosas fuera como artículo o cómics. Gracias a Star se me rebeló en la noche de los tiempos el talento de un gigante llamado Robert Crumb, entre otros grandes de la literatura gráfica norteamericana underground.

Memorias de un pornógrafo tímido es una novela que hace reír y en ocasiones soltar la carcajada. Se trata de una sátira con su grano de perversidad y es un retrato demoledor de un país victorioso tras la II Guerra Mundial, ya que se publicó en el año de gracia de 1945.

La novela está poblada de personajes que son grotescos y hace sospechar que tuvo que ser escrita bajo el efecto de estímulos varios. Si no fuera así, bendita la portentosa y sobria imaginación de un escritor que arremete contra todo en un libro que hace elogio del absurdo como forma de aceptarse..

El caso es que si uno se sumerge sin prejuicios flotando en su cabeza en esta obra que contiene su poso de ponzoña, se dará cuenta que fue determinante también para John Kennedy Toole y su La conjura de los necios, solo que Patchen fue reconocido más o menos en vida, sobre todo por su poesía, y no necesitó despedirse trágicamente del mundo porque, quién sabe, igual confió en su literatura. Y si no confió, al menos pudo escribir y sacar algo para continuar tirando, salir adelante.

Memorias de un pornógrafo tímido, ya se dijo, es una sátira teñida de sobresaliente sentido del humor. Un humor que a veces resulta delirante y corrosivo, sobre todo cuando describe el ambiente literario de su momento. Un ambiente, curiosamente, bastante parecido al que se genera en otras latitude en la actualidad. La descripción es la de un mundillo de mindunguis, artesanos bastante topres de la palabra que dedican gran parte de su tiempo a criticar al vecino que a trabajar en lo que tienen que trabajar: su literatura.

Personajes variopintos, pasiones desatadas y crudas con el sexo y una ciudad de rascacielos donde parece que nunca se pone el sol son otros de los elementos que dan cuerpo a un libro que se adelantó a su tiempo y que por esa razón explica que no alcanzara el éxito que se merecía aunque ha terminado por convertirse en una obra de culto, en una de esas novelas que paulatinamente llegan a ocupar un espacio en el universo de trabajos que fueron ignorados en su día por desconocimiento o castigo.

A la espera de que algún iluminado editor publique de nuevo esta gema extraña, rugosa por dentro y por fuera, quizá va siendo hora de sumarse a los hermanos y hermanas que derraman revitalizante entusiasmo libertario.

Anoten el libro y el nombre de su autor:

Memorias de un pornógrafo tímido, Kennet Pactchen.

Saludos, ancho es el mar de los Sargazos, desde este lado del ordenador

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