Cazadores en la noche, una novela de Lawrence Osborne

Entre los últimos descubrimientos literarios del año pasado se encontraba Cazadores en la noche (Gatorpardo Ediciones, 2019), una novela escrita por Lawrence Osborne y que se desarrolla prácticamente en la Camboya actual. Un país que intenta adaptarse de la pesadilla jémer y convivir con una tradición y unas supersticiones muy pegadas a la tierra.

Los protagonistas de Cazadores en la noche son Robert, un turista británico de vacaciones en el sudeste asiático, y una galería de secundarios que toman tal fuerza que en muchas ocasiones le arrebatan las páginas a un personaje que inicia toda la peripecia (y son bastantes) de un libro que tiene una excelente primera y segunda parte y una tercera que desnivela el tono que había conseguido hasta entonces. Se convierte en un policíaco que tiene interés pero que carece del calado emocional de su inicio y mitad.

Es inevitable al leer Cazadores en la noche pensar en Graham Greene, que no solía desnivelar sus historias, y en escritores más de viaje que de novela como Paul Theroux, no solo por el ambiente en el que se desarrolla la historia sino también por presentar a una serie de personajes occidentales varados en un país que no es el suyo, convirtiéndose en errantes; tipos a la deriva que intentan una nueva vida en otro territorio al que terminan por corromper.

En el libro Camboya, que es el escenario escogido y un poco Tailandia, ha logrado desprenderse de las influencias del colonialismo occidental para no de las del gigante chino.

Novela con claro mensaje moral, lo que se agradece en unos tiempos donde esta palabra ha perdido razón de ser, algunos de los personajes resultan, paradójicamente, amorales.

Pero no solo son occidentales varados los protagonistas del libro, ya que cuenta también con varios camboyanos que respiran una humanidad en la que hay muchos claros y oscuros. Se retrata la vida en Camboya y cómo se intenta vivir con un pasado terrorífico en el que muchos fueron víctimas y otros verdugos.

La novela tiene, no obstante, una historia que se bifurca en otras historias sin perder de vista el objeto principal, el cambio de identidad de Robert, su deseo de ser otra persona. Esa persona no será otra que un norteamericano al que conoce. La idea, que ya narró con sobresaliente pulso Patricia Highsmith en las novelas que dedica a Tom Ripley, tiene sin embargo otras intenciones más próximas al Simenon de La huida y al Jean Patrick Manchette de Volver al redil, donde ambos autores planteaban cambios de identidad radicales, procesos de convertirse en otra persona y de iniciar una nueva vida que dé sentido a sus existencias.

Lawrence Osborne no ha alcanza con Cazadores en la noche esta dimensión pero cuando tantea con esa posibilidad se convierte en un escritor notable, dotado de nervio y mirada psicológica que sabe transmitir en sus personajes. Utiliza además la rica y fascinante geografía de Camboya así como su historia reciente para hacer presión sobre todos ellos y mostrar las debilidades y las fuerzas de un país que atravesó el infierno. Infierno en el que han aprendido a vivir sus habitantes y algunos de los occidentales varados en aquella tierra.

El escritor vive desde hace unos años en Tailandia y se nota que conoce muy bien aquella tierra como las que limitan con sus fronteras. Este conocimiento no es solo geográfico sino también humano porque los personajes que en este libro son camboyanos no chirrían ni son observados con paternales ojos europeos (un continente de todas formas que apenas cuenta ya en esta parte del mundo, según la novela) sino con naturalidad aplastante. Como Robert y el amigo americano, los camboyanos tienen sus luces y sus sombras.

Todo ellos, asiáticos y europeos, se mueven por algo. Uno intenta borrar su vida pasada, la grisácea existencia de un profesor en Inglaterra; otro olvidarse de ella metiéndose heroína en las venas y la del resto por dinero. Las mujeres, todas ellas camboyanas, funcionan de manera diferente. Osborne propone dos ejemplos, la hija de un acomodado médico y la de una prostituta que, perteneciendo a dos universos radicalmente diferentes casi se rozan en una de las historias.

No tiene la altura de cualquiera de las novelas “en otros países” de Graham Greene, pero se intuye que Osborne va cogiendo profundidad para lo que se espera sea una brillante carrera como escritor y representante de ese muy noble y tan poco apreciado equipo de escritores anglosajones que escogieron huir y refugiarse en cualquier parte del mundo antes que volver a vivir en la madre patria.

Saludos, digo hola con uan sonrisa, desde este lado del ordenador

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