La sorriba, una novela de Cecilia Domínguez Luis

Están apareciendo en los últimos tiempos novelas escritas en Canarias en las que se reivindica el protagonismo de la mujer en la construcción de lo que podría denominarse carácter de un archipiélago que, por fin, no baja la cabeza cuando quiere reconocerse en su pasado.

Algunas de estas historias se desarrollan durante la Guerra Civil española y la postguerra y se tratan de relatos en los que se describe cómo era ser mujer en aquel entonces. Ser mujer con pensamiento propio que a ojos de las autoridades entonces gobernantes resultaban inequívocamente rebeldes.

La lucha por salir adelante con dignidad forma así un gran tema que, se insiste, comienza a proliferar en una literatura como es la canaria tan desprejuiciada como es la que se escribe y publica en estos tiempos enfermos, y no solo por el covid-19.

Esta tendencia literaria, novelas históricas escritas por mujeres y protagonizada por mujeres se caracteriza en cierta manera por su entusiasmo revisionista y se preocupa por auscultar su pasado como sexo. El resultado de esta reflexión, una reflexión que mezcla corazón y cabeza, temperamento y sensatez, son una serie de novelas que han aparecido recientemente escritas por escritoras muy próximas generacionalmente.

El año pasado se publicaron varias novelas generosas en páginas que abordaban este asunto. Entre otras, destacaría La prestamista, de María del Mar Rodríguez, que se desarrolla en la isla de La Palma en un arco temporal amplio, 1850-1946, y en la que se reflejan las grandezas y miserias de sus protagonistas y Felisa en su mudanza, de María Candelaria Pérez Galván, en la que se recrea la vida de dos jóvenes canarias que viven en un pueblo perdido en las montañas de la isla que deciden ir a la ciudad para labrarse una vida mejor. En esta obra, tanto el pueblo como la ciudad no existen en la realidad aunque no es difícil encontrar similitudes con los que motean la geografía de las islas solo que se deja a la inventiva del lector que los identifique como desee aunque una de las claves de la obra es no buscarse problemas por reconocerlos sino dejarse llevar por una narración que fluye con voz propia. Esa voz propia se detecta también en La prestamista y continúa ahora la estela Cecilia Domínguez Luis con La sorriba (Ediciones Idea, 2020), novela en la que se tocan temas si no iguales muy parecidos a los títulos con anterioridad mencionados.

La sorriba se desarrolla durante la postguerra y transcurre en un pueblo perdido en la montaña de nombre Los Eriales. La narración comienza con el arribo de la maestra a este grupo diseminado de casas y los primeros capítulos subrayan la diferencia de mundos a los que pertenece esa mujer joven, con ideas liberales en la cabeza resultado de muchas lecturas, y las mujeres del pueblo, la mayoría de ellas ancladas en el medievo. Es decir, mujeres dedicadas al hogar y a la crianza de los hijos y de sus respectivos maridos en una sociedad que apenas evoluciona y que asiste con sorpresa a los avances de la técnica como la aparición del primer teléfono en el pueblo.

Por contra, y en un mundo dominado por el hombre, los personajes masculinos salvo el doctor que se desplaza al pueblo cuando tiene que atender a enfermos de gravedad o mujeres a punto de parir, se describen como tipos feroces, que emanan hostilidad y con una sola idea en la cabeza. En especial el alcalde y el cura del pueblo. El primero como responsable público de Los Eriales y el segundo como el responsable espiritual de sus vecinos. Lamentablemente, no son los personajes mejor acabados de la novela. Resultan demasiado trillados, vistos. Se dibujan como encarnaciones maléficas, muy tópicas de ese franquismo que nos ha retratado cierta literatura y cine tras la muerte del dictador en noviembre de 1975.

En este sentido, basta imaginar al alcalde vestido con camisa azul, obseso, con bigote estrecho, al modo falangista con el pelo estirado para atrás con brillantina. El sacerdote asume la función de representar la autoridad de la Iglesia, una Iglesia castradora, que vela además por el mantenimiento de las jerarquías en la comunidad.

Una comunidad que, ya lo dice el nombre del pueblo, resulta un erial.

El sacerdote tiene así la misión de castrar simbólicamente a las mujeres de la congregación mientras el alcalde abusa de su poder sin que nadie le rechiste. Este poder hace que incluso y sin disimulo acose a una de las jóvenes que tiene a su servicio en el Ayuntamiento.

Si hay heroínas en la novela son las seis mujeres protagonistas. Todas, instruidas o analfabetas, se abren paso como buenamente pueden en un mundo de hombres. Se subraya su capacidad de sacrificio en unos tiempos donde lo habitual era que el marido emigrara a las América para trabajar y enviara parte del dinero a la familia. Dinero que, al cabo de los meses, dejaba de llegar cuando se dejaba de tener noticias de él. La sorriba quiere en este aspecto ser un homenaje a todas esas mujeres que solas ante el peligro se enfrentaron a un mundo hostil y aprovechado. Y que pese a las adversidades, lograron salir adelante gracias a su arrojo y hondo sentido de la dignidad.

La novela de Cecilia Domínguez es un relato muy emocional sobre todo en la segunda parte, de un grupo de mujeres que hace todo lo posible para sobrevivir en tiempos de escasez y penuria. Son mujeres solas aunque en la novela unas y otras terminan por conocerse y ayudarse para salir adelante. Como es obvio, no es una tarea que resulte fácil y el libro pone el acento en esas tragedias cotidianas que, pese a todo, hizo que la mayoría de ellas llevara bien alta la cabeza. Lástima que la obra caiga en el error, bastante habitual en novelas de este tipo, de resultar excesivamente maniquea ya que distingue sin grises quiénes son los buenos y quiénes los malos.
Novela coral, las protagonistas de esta historia son mujeres. Mujeres enteras, francas, que miran al futuro sin pestañear aunque la procesión la lleven por dentro.

La sorriba cuenta a mi juicio con un interesante hallazgo que si bien dificulta la lectura la hace tremendamente atractiva no solo para los lectores nacidos o residentes en las islas y es el esfuerzo de la autora por reproducir gráficamente el habla “canaria” de sus protagonistas con independencia de su sexo. Se entiende que se hizo así para distinguir el nivel cultural entre los personajes y aporta colorido y hasta belleza sonora (se recomienda leer estos diálogos en voz alta) al tiempo que dota de peso psicológico a los personajes. El libro contiene un glosario de canarismos así como de expresiones y vulgarismos con el fin de que el lector no pierda el sentido de unas voces que aún permanecen muy vivas en determinados rincones del archipiélago.

Saludos, lecturas, lecturas, lecturas, desde este lado del ordenador

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