Alberto Uderzo (Astérix) y Juan Padrón (Elpidio Valdés), dos irreductibles

En estos días de confinamiento, de dar vueltas como una peonza, duchas frías si lo requiere el caso y buscar y rebuscar en la biblioteca un libro que ocupe el tedio leo que ha muerto dos tipos que me hicieron mejor persona.

Los dos eran dibujantes y a uno lo descubrí antes y en familia y al otro después con otra familia. Los dos, probablemente, pensaban distinto aunque los dos, probablemente, dibujaban con el corazón

Alberto Uderzo nació en la nación que exportó el mensaje de libertad, igualdad y fraternidad, y como la bandera tricolor transmitió parte de esta idea en sus historietas, en especial con la del personaje que le dio fama y dinero: Astérix el galo, aunque para los que llegamos a él siendo niños nos gustara más la fortachona candidez de su amigo íntimo, Obélix, que además cuidaba con mimo a Ideáfix, su perrito, aquel que lloraba cuando se derribaban los árboles…

Gracias a Astérix quise devorar un jabalí y darle de cachetones a los romanos, aquellos tipos que según Astérix estaban locos. Locos porque seguían, derrota tras derrota, intentando aplastar a la irreductible aldea de los galos, feroces guerreros que se achantaban, eso sí, ante sus mujeres. Algunas espectaculares como la de Edaddepiédrix, el anciano del pueblo.

La primera historia de Astérix que entró en casa fue la de Astérix y los normandos y desde ese entonces es uno de mis álbumes favoritos junto a Astérix legionario, La cizaña y El caldero mágico. En verdad me gustan todas las historias que Uderzo, el dibujante, dibujó con los guiones de René Gosciny, un auténtico genio. Un maestro del tebeo francés que encontró en Uderzo al compañero ideal para sacar adelante un cómic que si por algo se define es por ser tan francés.

No termina de convencerme sin embargo la historieta que transcurre en España, pero es por esa visión que ofrece de este país: tipos rudos y pendencieros, a los que les gusta bailar flamenco y torear (olé) pero al margen de esta historieta, no terminan tampoco de convencerme las que llevan a sus protagonistas a otros territorios como Gran Bretaña, Bélgica, Helvecia…, ya que salvo La vuelta a La Galia, que es una deliciosa guía turística por Francia, la visión que reflejan en clave cómica de aquellos pueblos resulta demasiado tópica.

Entre mi hermano y yo comenzamos a completar la serie cuando aquel Astérix y los normandos, que nos llegó por un regalo, uno de esos regalos que te cambian la vida que para eso están los regalos, estuvo en nuestras manos. Más tarde y como podíamos, cumpleaños, reyes, reuniendo como hormiguitas el dinero suficiente para adquirir algunos de esos libros porque estaban a un precio prohibido entonces a nuestros bolsillos, fuimos leyendo su encuentro con Cleopatra (cuando estuve en Egipto lo primero que pensé cuando vi la Gran Esfinge de Guiza fue que Obélix le había roto la nariz); su cara a cara con el mismísimo Julio César y cómo tomarse a guasa lo que dicta un adivino. Eso entre otros cómics de la serie que comencé a dejar de lado tras el fallecimiento de Gociny.

A partir de entonces los dibujos eran los mismos (continuaba Uderzo) pero los guiones no eran lo mismo. La abandoné por completo cuando el dibujante le cedió la creación a Jean-Yves Ferri (guionista) y Didier Conrad (dibujante) porque ya no me decía nada. Y eso que el mimetismo que han conseguido estos autores con el trazo de Uderzo es perfecto pero ya no me veo en ellos, ya no estoy acompañando a Astérix y Obélix en sus aventuras. Con o sin poción mágica.

Muere Uderzo en unos días terroríficos para todos. Personalmente, mis relaciones con los demás ya no son las mismas. Hablo con los que más quiero en videollamadas. Con otros a través de diálogos interminables y a golpe de whatsap. A veces quisiera, cuando termine este jaleo enfermo, que todos los que quiero nos sentemos alrededor de una mesa y no descansemos hasta el amanecer. Eso sí, con Asurancetúrix colgando de un árbol y los piratas maldiciendo su mala suerte en alta mar por haberse vuelto a encontrar con los galos.

Descubrí a Juan Padrón tarde y en un viaje a Cuba. Estaba charlando con una familia en su casa y mientras tomábamos café cuando en la pantalla del televisor apareció Elpidio Valdés.

Las aventuras del bravo mambí se desarrollan durante la guerra de independencia con España.

En ella, los villanos pero villanos simpáticos, son los españoles que hablan con acento peninsular solo que en cubano, lo que da más gracia a los personajes. Me asombró la agilidad de aquel episodio y el amor que los niños que había en la casa tenían con el bueno de Valdés.

Disfruté con otros episodios de la serie que vi más adelante y ahora lo sigo haciendo de tanto en tanto gracias a Internet. No dejen pasar uno de sus últimos largometraje, aquel en el que los españoles dejan de ser los villanos, papel que asumen los yanquis, los gringos, los norteamericanos que son los malos, malos de verdad. El final de esta película es muy esclarecedor y resume el espíritu de una serie muy cubana pero abierta al mundo. A toda clase de públicos.

Si se conoce fuera a Juan Padrón no es, sin embargo, por Elpidio sino por Vampiros en La Habana que es una película deliciosa sobre un grupo de no muertos de chiste que llegan a la capital cubana en los locos, locos, locs años 30.

El filme recoge bien el ambiente que había entonces en esa ciudad que sedujo a Gabriel García Infante, su mejor cronista, hay fiesta y gangsterismo a partes iguales y en ese escenario de clubs nocturnos y de mala nota aparecen los vampiro y ¡ay, asere, q’ bolá!

Durante unos años llevé en mi llavero, ese en el que van las llaves, una figurita de Elpidio. Me daba fuerza aquel canijo. Luego, un día, se fue en busca de otros caminos que quisieran contar con el concurso de sus modestos esfuerzos y espero que lo haya conseguido porque un tipo como ése se lo merece todo.

Me pregunto, si existe algo más allá de esto que conozco, si Uderzo y Padrón se habrán visto. Y si se han visto qué se habrán dicho.

Quiero pensar que los dos se habrán inclinado y que después (porque en ese más allá imagino que no llega el corona virus) se habrán dado las manos y si me apuran hasta un abrazo.

Seguro que observan con preocupación el mundo que dejan. Y seguro que nos alientan a enfrentarnos al mal con arrojo y valentía. Con mucho arrojo y valentía. Ya ven, igual de irreductibles que sus dos creaciones más famosas.

Saludos, hasta la próxima, desde este lado del ordenador

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