Larga vida a Beigbeder

Tras la publicación de 13,99 euros el nombre de Frédéric Beigbeder se hizo un sitio en el mapa de las letras francesas. Novela desprejuiciada, narraba las idas y venidas de su protagonista, el mismo Beigbeder, como alto ejecutivo de una agencia de publicidad. En el libro contaba cómo se las ingeniaba para trabajar en un mundillo de trepas y también algunos excesos con drogas y alcohol para subrayar el aire tragicómico que tiene la obra.

La novela fue un éxito y elevó su nombre fuera de Francia. Hoy por hoy, sus libros se publican con puntualidad en España, y en todos ellos se puede apreciar cómo ha ido evolucionando Beigbeder su manera de ver las cosas con el paso de los años.

Esta filosofía vital se mantiene con las mismas vitaminas en su nuevo libro, Una vida sin fin (Anagrama, 2020). Lo serio y lo cómico se mezcla. A veces no se sabe si escribe en serio o en broma. Tal es su financieramente rentable inmadurez.

Si hay dos escritores franceses que lideran la lista de tipos raros son Beigbeder y Michel Houllebecq. Es verdad que esta imagen la han cultivado ellos mismos y es probable que eso sea lo que los haya acercado. Man mantienen en la actualidad excelentes relaciones y ambos suelen citarse de manera habitual en sus libros. En los dos casos, y siendo en apariencia tan opuestos, Beigbeder y Houllebecq hablan de la actualidad con un dolor que desarma pero también con una ironía que hace encogerse de hombros ante lo obvio.

En Una la vida sin fin Frédéric Beigbeder no parece el mismo aunque como en todo proceso de transformación arrastra sedimentos que hace que lo reconozcamos como el escritor que a veces puede llegar a ser.

Beigbeder es un escritor al que sigo el rastro porque nunca me ha dejado indiferente. Algunos de sus libros me pueden gustar más y otros menos pero siempre hay algo que reconozco en ellos.

Una vida sin fin es su novela más reciente. Un relato sobre la vida eterna que tiene mucho de periodismo literario.

El asunto puede resultar algo irritante, pero algunas de las posibilidades que estudia y experimenta la ciencia para prolongar la existencia hace que uno se plantee si realmente lo que persigue en la vida es la vida eterna o vivir más años con calidad de vida. La pregunta planea en todo el libro, incluso en sus momentos más familiares y relajados.

¿Se podrá vivir eternamente?

¿No sería fastidioso vivir algo que empieza pero que nunca acaba?

La novela, porque de eso se trata, de una novela con sus altibajos, atrapa y en ella Beigbeder nos presenta a sus protagonistas: él mismo y su familia, a los que retrata con el sello de la casa Beigbeder: hago el tonto pero los quiero.

Si hay un personaje que todavía cree en Peter Pan en el libro ese es Beigbeder, y lo escribe tal cual. Su hija de doce años es más responsable que él aunque en las entrevistas que mantiene con los especialistas aparece el Beigbeder adulto y ocasionalmente el adolescente que está empeñado en seguir siendo.

El libro discurre por carreteras y aviones pero también en coches para llegar a centros de salud de alto standing. Otro mundo que está ahí y que casi produce miedo reverencial porque solo pertenece a los ricos.

Quizá no sea uno de sus mejores libros pero sí que se trata de una novela que reflexiona a su manera sobre la vida y la muerte para concluir en lo que más o menos pensamos sobre la existencia y su fin. También del amor que damos y recibimos sin darnos cuenta.
Esto y algo más en Una vida sin fin, una novela escrita por un tipo que se hizo famoso en la prensa loca por su aire de pijo aficionado a los excesos.

Frédéric Beigbeder se ríe de eso y de sí mismo aunque su risa sea amarga. Ha crecido aunque le cuesta trabajo ser adulto. Que siga así.

Larga vida a Beigbeder

Saludos, bajo la amenaza de la peste del siglo XXI, desde este lado del ordenador

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