Confesiones de una máscara (2): Sobre el día después

Paseo con Kala por la rambla. Tira de la correa nerviosa porque tiene ganas de espantar a una bandada de palomas que parecen que se han multiplicado en esta ciudad. Me detengo a un metro del kiosco donde compro el pan y mientras espero en la cola doy un vistazo a las portadas que puedo ver de los periódicos. Alguien, detrás de mi, le dice a otro que respeta la distancia de seguridad:

- Bueno, es intentar predecir lo que vendrá después pero nadie quiere hablar de ello mientras vivamos bajo el terror de la pandemia…

Kala se recuesta en el suelo, luce un sol de justicia y el cielo es de un azul intenso, perfecto. De una belleza como solo he podido disfrutar en esta tierra. Responde el otro:

- De lo que quizá no se han dado cuenta es que el puto virus marcará el después de estos meses de confinamiento. También de las actitudes que vamos a tomar ante los demás aunque percibo en el aire que mantendremos durante un tiempo las distancias entre unos y otros, como ahora.

Pienso en ese cruzar de acera si te encuentras con un ciudadano que, como tú, pasea al perro o simplemente va a buscar pan.

Le responde el otro:

- Es probable que veamos a algunos llevar máscara y que se señale a otros porque son portadores del dichoso invisible –lo dice así, “invisible”–. En un sueño que tuve despierto, la gente dejaba paulatinamente de comprar en metálico y exprimía la tarjeta. Creo, tal y como están las cosas, que se incentivará a que la mayoría trabaje desde casa y que se procurará que cuanto menos salgas, mejor. Visto lo visto tras la pandemia y si aún respira algo de crédito tu tarjeta, podrás seguir consumiendo pero mejor en casa… El mejor en casa sustituirá al Quédate en casa.

Kala se pone a cuatro patas y suelta dos ladridos. Está aburrida de esperar en la cola. Yo hace tiempo que me aburrí de ver las noticias y de leerlas en los periódicos. Hecho de menos la frivolidad de antes aunque algunos, ayer tuve una demostración, se empeñen en que siga ahí pese a la enfermedad.

El otro caballero responde al otro que está detrás de él mientras avanzamos un paso.

- Me da terror el panorama que se avecina. Porque tras esta película de ciencia ficción a lo Michael Crichton ya no seremos los mismos. Tampoco los que dirigen esta crisis que deberían de arrodillarse ante el fundamento de su ciudadanía.

Vaya, pienso, el tipo que tengo detrás ha leído a Crichton. Enseguida se me disparan mis conocimientos enciclopédicos inútiles. Y barajo entre otros títulos que se refiere a la novela La amenaza de Andrómeda, novela que se convirtió en una película de Robert Wise. Trataba no sé ahora si de un virus o una bacteria extraterrestre que aterrizaba en el planeta azul para acabar con media humanidad. Algo parecido a lo actual. Por lo menos en lo tremebundo.

- Visto lo visto desde Canarias –responde el otro, al que llamo a partir de ahora B– saludo a los que han resistido y maldigo a los que todavía creen que tras la pesadilla todo seguirá igual. Todo igual que antes.

Antres de que conteste A me digo a mi mismo que no le tengo miedo al coronavirus pero sí a mañana. No dejo de plantearme esa pregunta mientras doy vueltas por una rambla vacía. Kala continúa tirando de la correa y me contagia algo de su felicidad perruna. Esta misma mañana, terminé de leer Total Kheops de Jean-Claude Izzo.

¿Qué significa Total Kheops? se preuntará alguno de ustedes

Caos total, respondo mentalmente mientras me dirijo a casa.

A casa… ¿dónde si no?

Saludos, se prolonga la cuarentena, desde este lado del ordenador

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