La Academia Canaria de la Lengua se divierte con las ‘Palabras nuestras’

El año pasado y con motivo de la celebración del XX Aniversario de la Academia Canaria de la Lengua (ACL) se publicó un libro, Palabras nuestras, en el que un total de 29 escritores y profesores reflexionaban sobre una palabra en particular del amplio y rico acervo de voces canarias. A estas voces se intentaba rendir homenaje con esta publicación que, mucho me temo, pasó igual de desapercibida que otros actos de la ACL, cuestión que la institución debería de analizar si quiere formar parte de la sociedad en la que vive.

De los 29 escritores que participaron en esta feliz iniciativa ya no está con nosotros José Carlos Cataño aunque sí que continúan en activo el resto de las 28 firmas que recoge un volumen que cuenta con ilustraciones de Patricia Delgado de la Rosa.

El libro se abre con unas palabras preliminares del actual presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, quien apunta que “el habla de los habitantes de las Islas, nuestra forma de comunicarnos, está más cerca del español de América que de cualquier otra modalidad lingüística peninsular”. Sea verdad o no, y reclamando otras maneras de mirar a la ACL, es urgente que tras estos días de confinamiento la institución se plantee nuevas fórmulas para llegar a una sociedad que prácticamente no sabe de su existencia y animarla a que sea éste y no otro su plan de objetivos prioritarios en el momento que hablar del Covid-19 sea cosa de un lejano y molesto pasado.

El presidente de la Academia Canaria de la Lengua, Humberto Hernández escribe en el prólogo que una de las razones que motivaron su publicación se debió a que por una vez se permitieron “la licencia de expresar lo que nuestras palabras nos sugieren”. Y así hicieron los profesores y escritores que recogieron el guante y que participaron con sus textos y sus palabras canarias en un volumen que resulta simpático, entrañable en muchas ocasiones y que sin caer demasiado en el sentimentalismo descubre y en otros casos redescubre términos que están desapareciendo en el archipiélago.

Si hay algo que hecho en falta de este trabajo es más sentido del humor en los artículos aunque se agradece en otros el carácter nostálgico que empapa a estos textos.

A continuación se mencionan las palabras y los autores que escribieron sobre cada una de ellas en un volumen que estaba llamado a tener mayor recorrido que el que obtuvo a finales del año pasado e inicios del que llevamos en curso. Ojalá que estas líneas sirvan para que en lo queda de 2020 y tras el angustioso paréntesis que ha supuesto la expansión del coronavirus llegue a más lectores y los ejemplares no se queden olvidados en cajas de cartón.

Abobancado (Ángel Sánchez); Alongarse (José Carlos Cataño); Aquellar (Antonio González Viétez); Arretranco (Víctor Ramírez); Beletén (Manuel Lobo Cabrera); Bichorno (Juan Cruz Ruiz); Chilín (Juan José Bacallado Aránega); Chirrimil (Marcial Morera); Coñobobo (Carmen Díaz Alayón); Empalambrarse (Gonzalo Ortega Ojeda); Faicán (Manuel de Paz); Fleje (Juan Manuel Pérez Vigaray); Folelé (Humberto Hernández); Gofio (Oswaldo Guerra Sánchez); Goro (Antonio Machado), Higo pico (Antonio Lorenzo); Jacío (Yolanda Arencibia); Jeito (Eugenio Padorno); Lajial (Sabas Martín); Machango (Nilo Palenzuela); Magua (Yeray Rodríguez Quintana); Maleta (José Antonio Sámper Padilla); Maresía (Manuel Torres Stinga); Moledo (José Antonio Martín Corujo); Nailas (Alicia Llarena); Orijama, orejama (Wolfredo Wildpret de la Torre); Perenquén (Cecilia Domínguez Luis); Tonga (Francisco Mayor Suárez) y Vidriago (Juan Manuel García Ramos).

Como sucede en textos colectivos como el presente, hay voces que están mejor que otras y ante la abrumadora presencia de profesores, cabe destacar que varios de los textos se decantan en el estudio de la palabra, algunos realmente interesantes.
Los escritores que colaboran en Palabras nuestras aportan por otro lado imaginación y algo de frescura al conjunto general. Escribieron sobre las voces que, libremente, escogieron lo que resta de seriedad y lustre académico a lo que nació, como asegura Humberto Hernández en el prólogo del libro, una licencia de la ACL. Una forma de soltarse la melena y llegar –la ocasión lo requería, el XX Aniversario– a más público del que suele llegar.

El volumen contó con una subvención del Gobierno de Canarias y es una lástima, se insiste, que pasara tan desapercibido porque aporta una perspectiva novedosa con la que observar unas palabras que organismos como la ACL intentan que no desaparezcan del vocabulario de los canarios. Por ello y pese a que la tónica general no resulte demasiado regular, Palabras nuestras merece más reconocimiento del que tuvo en su momento y un mayor alcance entre sus lectores potenciales.

Divertimentos así son los que aproximan y no alejan una institución que, como la Academia Canaria de la Lengua, nació para promover y aproximar “el estudio y la descripción de nuestra modalidad lingüística”.

Saludos, a la espera de que repitan iniciativa con más gracia, desde este lado del ordenador

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