El profeta de la basura

Tengo la sensación en estos tiempos de confinamiento que hay que mantener buena cara ante la fatalidad si no quieres que te señalen con el dedo y te llamen “ciudadano”. O tío que no se cree esta corriente de buenismo dentro de la tragedia que les ha entrado a algunos. Si alguien conoce el valor de la resistencia en estos tiempos, incluso mucho antes de la expansión de la covid-19, es alguien que conozco y que vive en el barranco. Alejado de to’dios, que dice. Lo acompaña un perraco que impone respeto pero que resulta más bueno que el pan si no aprecia agresiones a su alrededor.

A este tipo barbado y que huele a pis me lo suelo encontrar bajo las escaleras que dan al barranco de Santos y como Kala, mi perra, y su perraco han hecho buenas migas, ya saben, tras olerse el culo se ponen a saltar y a correr como si se conocieran de toda la vida, mantenemos laaargas conversaciones en unos tiempos, los de la nueva normalidad, que parece que no quiere que la gente dialoge. Y si dialoga, que sea como telecharlas. Darle al bisté ya no será igual. Quieren borrar la tabarra de nuestro uso común.

“Se trata de un plan perfectamente estudiado”, me dice el profeta de la basura, Y pienso que si el hombre navegara por las redes sociales tipo Facebook, se hubiera tirado del puente Zurita hace tiempo. No sabe de la que se libra. Facebook, últimamente, me parecen perjudicial para la salud. Demasiado narcisismo. Eso sí, nadie muestra de verdad la desnudez de su alma, lo que equivale a que ninguno de ellos tiene dos dedos de frente. Me pregunto si…

Lo que me cuenta este profeta de la basura es que ahora todo es chachi, popi, siempre y cuando no cuestiones lo que está pasando. Vamos, que te rebeles, que quieras ir a la contra. El profeta de la basura –basurilla escuché que lo llamaba el otro día un vecino desde la ventana de un cuarto piso– me dice que a él siempre se le hizo difícil responder a cualquier tipo de autoridad “porque nací y me crié en una familia donde me enseñaron a vivir y dejar vivir. Hoy parece que no te dejan vivir si rechistas”.

En esa estábamos, alegando mientras los perros juguteaban por el fondo del barranco cuando comenzaron los avisos sonoros del guasap, lo que molestó bastante a mi acompañante que estaba reclinado en una roca mientras tiraba piedras a los lagartas. Mogollón que había a esa hora de la mañana, de sol inmenso y cielo azul, profundo azul celeste.

Le dije que estaba un poco confundido ya que veía a conocidos a los que respetaba hasta el dìa de ayer mostrando una faceta que reducía su singularidad como gente pensante. Todos, le comenté, o casi todos, se han plegado a obedecer la consigna de un sistema que insiste en que aquí no pasa nada, salvo los muertos que cosecha la enfermedad. La nueva normalidad volverá a reinstaurar lo que tan alegremente desperdiciamos cuando todo era solo normal.

“Eso dicen pero es mentira”, responde el profeta. “Casi todos seremos, en cualquier caso, más pobres y probablemente más infelices”.

Se rasca su barba, que crece desordenada bajo la nariz y en torno a los labios.

“Primero lo que tienes que hacer es relajarte”, dice sorbiéndose los mocos, “y continúa metiendo el dedo en la llaga. Que no lo hagan los demás por comodidad, por miedo, por papanatismo es cosa de ellos. Lo tuyo es seguir insistiendo y denunciando cuando obra, lo que está pasando”.

Confieso que no entendí demasido lo que quería expresar pero cerré la boca intentando digerir sus palabras. Los perros correteaban ahora por una ladera del barranco, metiendo sus hocicos entre las piedras buscando roedores o lagartos.

El profeta continuaba hablando pero ya no le prestaba mucha atención. Cerré los ojos e incliné la cabeza para recibir de lleno los rayos del sol. Ese agradable calor que parece que lo sana todo. El profeta de la basura dio un silbido y escuché el trotar de los perros dirigiéndose hacia nosotros. Cuando abrí los ojos, Kala moviendo el rabo manifestaba una felicidad que también le salía por los ojos. Daban ganas de achucharla.

- Hasta mañana.- me dijo el profeta de la basura.

Le dije adiós con las manos y salí del barranco acompañado de Kala, que no dejaba de mover el rabo.

Saludos, lo encontrarán allí…, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta