Julio Cortázar, alguien que anda por ahí

Julio Cortázar (Ixelles, 26 de agosto de 1914-París, 12 de febrero de 1984), aunque parezca insólito, ya no tiene demasiado pegada en los tiempos infernales que vivimos. No hace demasiado, unos estudiantes universitarios me dijeron que se había inflado la fama de un escritor que, a su juicio, no lo merecía. Se agradeció con respetuoso silencio que al menos aquellos dos lo conocieran porque el resto de la clase no dejaba de preguntarse ¿Cortázar, quién es Cortázar?

El olvido, que es tremendo, se ha extendido y son pocos, muy pocos, los que vuelven a la obra de un escritor que quizá, yo mismo soy de los que no he vuelto a sumergirme en sus cuentos y novelas, ha quedado aplastado por el paso del tiempo pero permítanme que sospeche que me equivoque ya que le debo más de lo que pensaba a este escritor que no renunció a lo que pensaba en vida y que después de muerto elevaron a los altares para ser sepultado por la mala memoria en un siglo, reitero, tan nefasto que nos ha tocado vivir.

Además de sus relatos y novelas le debo a Cortázar el descubrimiento de dos autores fundamentales también en mi atestada biblioteca: Daniel Defoe y Edgar Allan Poe ya que ejerció también de traductor. Siempre tuve la sospecha mientras leía El gato negro o las desventuras Robinson Crusoe que se hace amigo de Viernes que las versiones de aquellos cuentos y de esa prodigiosa novela dividida en dos partes eran más interpretaciones del señor Cortázar que traducciones modélicas en el sentido más estricto de la palabra. Que el autor de Rayuela o Los premios, del mismo modo que hacía Jorge Luis Borges, escribía sus versiones de aquellos clásicos literarios pero es probable que me equivoque porque suelo equivocarme demasiado con lo que me rodea. Aunque algo me dice que esta vez, amigo mío, no vas desacertado.

El primer libro que leí de Cortázar fue Alguien que anda por ahí, volumen que reunía un puñado de relatos en los que nadé sin salvavidas. Más tarde llegó la novela Los premios, El libro de Manuel y otros recopilatorios de relatos entre los que descubrí El perseguidor que es un emocionante homenaje al saxofonista Charlie Parker, que aquí se llama de otra manera pero que es Bird, hasta llegar a Rayuela que fue una conmoción en mis tiempos mozos, aquellos en los que todo el mundo leí esta novela o decía que la había leído y los más atrevidos se dejaban la barba (barbita más bien) para parecerse al legendario escritor argentino que solo se sacaba fotografías con un cigarrillo colgando entre sus labios.

Hace mucho tiempo, tanto que ya se confunde en la memoria, hubo una librería en la la pequeña capital de provincias en la que vivo. Estaba localizada en la calle de El Pilar, a mano izquierda si se baja del parque García Sanabria. La librería se llamaba La internacional y la llevaba uno de esos libreros que amaba a los libros. Creo recordad que llevaba melena y una barbita a lo Cortázar. También que era un digno representante de esa tribu que ahora se conoce como progre. Este, en todo caso, era un progre de los de antes. Es decir, un tío al que le entusiasmaba incitar a los demás a que leyeran. Y más si se trataba de un renacuajo que se dedicaba a perder el tiempo en las por aquel entonces nutridas librerías que se desparramaban por la ciudad en la que nació y aún vive. O hace que vive.

El caso es que aquel clon de Cortázar nos recomendaba libros (me regaló, así como lo oyen, el primer Bradbury que cayó en mis manos, El hombre ilustrado) y autores que, según él, no deberíamos dejar pasar y uno de ellos, claro está era el argentino. Pero no el argentino Borges, que también, sino Julio. Julio Cortázar.

La librería, como todas las cosas buenas que hubo en mi ciudad, desapareció demasiado pronto pero aún conservo los libros que adquirí allí en tardes, más que mañanas, en las que deambulábamos como almas sin pena por sus calles y plazas. Más tarde compartiría mi entusiasmo por Cortázar con un amigo irremplazable que se murió demasiado pronto. Uno de los libros que escribió rinde, de hecho, homenaje al escritor en su título: Decena de un cronopio. Si aún no saben de quién se trata les revelo el nombre Ezequiel Pérez Plasencia. Con esta obrita, muy autobiográfica, recibiría el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo pero mucho me temo que Ezequiel como Julio, Julio Cortázar, son hoy dos perfectos desconocidos para esa inmensa minoría que lee. O dice que lee.

Con todo, sí que podría afirmarse que, contra todo pronóstico, vivimos en la actualidad dentro de un cuento de Cortázar. Este 2020 parece sacado de hecho de su imaginación aunque el hubiera subrayado las relaciones de unos con otros. Los lazos que se hacen y deshacen entre tanto calor, la calima que sume a una ciudad un caluroso y no gélido febrero. La descripción de dos meses largos de confinamiento y la vuelta a una normalidad que las autoridades anuncian como “nueva”.

Pero basta ya y entiéndase todo esto como cosas de alguien que anda por ahí…

Saludos, hasta la próxima, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta