Ejercicios espirituales para ‘yuppies’

“Todo el mundo tiene que ser igual y reaccionar de idéntica forma ante una obra de arte concreta, un movimiento o una idea, y si te niegas a sumarte al coro de aprobación serás tachado de racista o de misógino. Es lo que pasa a una cultura cuando deja de importarle el arte”.

(Blanco, Bret Easton Ellis. Traducción: Cruz Rodríguez Juiz, Literatura Random House, 2020)

Bret Easton Ellis se está haciendo viejo y no le gusta. No le gusta ser viejo y no entender a las nuevas generaciones que nacieron a finales del pasado siglo XX e inicios del XXI.

Los seguidores del escritor, y no me considero un animal que pertenezcan a esta fauna, no les ha sentado muy bien su último libro, Blanco, un puñado de reflexiones en las que habla sobre sí mismo, que es lo mejor que sabe hacer, y del signo de los tiempos que nos marca como especie que vive en eso que llaman Primer Mundo. El librito, no obstante, no deja de desconcertar sobre todo por algunas de las pullas que vierte pero se queda en eso, pullas más que en una crítica razonada y objetiva de aquello que no le gusta y que ha configurado, se reitera, el sistema que se organizó a raíz del atentado terrorista a las Torres Gemelas.

Su país ya no es el mismo aunque su presidente, Donald Trump, quizá pueda hacer el milagro. En fin, eso concluye un Easton Ellis que al menos permanece leal al espíritu depredador de los años 80 del pasado siglo XX, ese espíritu voraz que intentó reflejar en American Psycho y en el que, precisamente, gente como Trump se abrió paso aplastando las cabezas que fueran necesarias.

La segunda parte del libro trata así de explicar cómo ha degenerado la raza con los millennial o generación gallina, que es como los llama; la neo censura que ha instaurado la izquierda de su país, fiscalizando cualquier sospecha que ataque la inclusión y una reivindicación a una libertad de expresión que dice que está perseguida aunque sea paradójicamente la que hace posible que su libro se publique.

Blanco está estructurado en ocho partes (Imperio, Actuar, Álter ego, Postsexo, Gustar, Tuitear, Post imperio y Hoy día) y se lee con apetitosa curiosidad porque, como casi todo lo que hace este escritor, quiere buscar pelea. Una pelea verbal, una polémica insiste que respetuosa ante un contrincante que es cualquier cosa menos respetuoso, afirma, pero idea con la que se permite arremeter contra gente (entre ellas un novio suyo millennial) y elogiar a su presidente porque es un tío con dos narices. Un caballero que dice las cosas a la cara. No como los que están enfrente, en permanente estado de guerra utilizando armas como una “autoridad moral” que, según Easton Ellos, ejercen con modos fascistas.

Lo mejor de estos escritos más que ensayos o por lo menos los más atractivos son todos aquellos en los que Easton Ellis cuenta su vida. Como muchos de su generación, esa generación X que todavía luchaba con uñas y dientes para conseguir lo que quería, el escritor confiesa que echa de menos a los yuppies y el cine de una década, los 80, que supo reflejar aquel modo de vida: ganar dinero al precio que fuera, y que reflejan filmes como American gigoló y Wall Street , películas que le sirven como referentes para justificar lo que escribe que no es solo de dinero y éxito y de fiestas regadas con alcohol y cocaína, sino de pertenecer a una clase social que mira con asco a los miembros de esa generación gallina que demasiado sensible y acostumbrada, escribe, a que le den todo hecho.

“Una vez más, mi reacción tuvo que ver con el hecho de que contemplaba a los millennial desde el punto de vista de una de las generaciones más pesimistas e irónicas que han pisado el planeta. Dependiendo de las clasificaciones de referencia, soy de los primeros miembros de la Generación X, de modo que cuando escuchaba que el ciberespacio afectaba tanto a los millennial como para llegar a convertirse en una invitación al suicidio, lo admito, me costaba procesarlo: ¿era broma? Sin embargo, hasta mi novio estaba de acuerdo en que la Generación Gallina se pasaba de sensible, en especial a la hora de aceptar las críticas”.

Si hubo un capítulo del libro que logró que al menos durante un rato llegara a comprenderlo como persona y no como escritor de éxito, millonario porque me lo gané, es el primero, que titula Imperio y en el que recuerda cómo le gustaba el género de terror (¿y a quién no si fue joven en los setenta y ochenta?). En otro segmento, se dedica a citar sus podscat donde no suele dejar títere con cabeza y más adelante escribe sobre sus novelas de más éxito: Menos que cero y American Psycho y de algunos escritores de su generación como David Foster Wallace.

Blanco es como una especie de ejercicios espirituales del cronista literario de los yuppies, un intento por racionalizar lo irracional y una mirada desagradecida a una generación, los millennial que si se merece algo es su soberano desprecio.

No sé cómo habrá sido recibido el libro en Norteamérica ya que está escrito para buscar pelea, sobre todo pelea con esa izquierda millonaria que aísla, hace el vacío, a quien no crítica a Donald Trump, el hijo predilecto, dice Bret Easton Ellis, de los ochenta. El gran triunfador de una época que fue todo menos prodigiosa.

Saludos, ¿a dónde vas, Easton Ellis?, desde este lado del ordenador

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