Unos invasores verdes tocapelotas

Educado una buena época de mi vida por escritores norteamericanos que cultivaron la literatura de baratillo, Fredric Brown siempre ha sido uno de mis autores de cabecera clásicos. He cometido el error de leerlo traducido y en ocasiones muy mal traducido, pero sus historias estén bien o mal vertidas a mi español de andar por casa, suelen capturar mi atención. Es decir, que no suele defraudarme.

No es un escritor que se publique demasiado ahora mismo en España, y si se publica son sus novelas más conocidas y los cuentos de ciencia ficción que firmó a lo largo de una larga carrera tecleando en la máquina de escribir, por lo que quizá vaya siendo hora de rescatarlo en ediciones asequibles, de precios razonables para que llegue tanto a iniciados como a profanos de la obra de un autor, porque Brown es un autor, que malvivió caso toda su vida vendiendo sus novelas y cuentos a editoriales sin escrúpulos y a revistas que tardaban en pagarle sus colaboraciones.

Fredric Brown cultivó casi todos los géneros que alimentaron la literatura de kiosco, y en casi todos ellos fue un maestro de la originalidad, de saber contar historias y de buscar finales que dejaran noqueado al lector. Cultivó antes que lo llamaran microrrelato, el microrrelato con El final y escribió una serie de novelas de misterio que a mi, particularmente, me parecen muy atractivas como La bestia dormida y La viva imagen. También La noche a través del espejo, novela que traduce al género policíaco las aventuras de Alicia… a través del espejo. Muchos de estos libros estaban protagonizados además por dos detectives atípicos y muy originales. Dignos acompañantes de ese lugar donde acaban Sherlock Holmes, Hercules Poirot y Miss Marple como son Ann y su sobrino Ed Hunter. Se tratan de novelas lentas, que obligan a centrar la atención en los detalles para desentrañar la maraña que oculta el caso que deben de resolver.

Brown cuenta además con un libro de cuentos de misterio traducido al español, lleva por título ¡No mires atrás! Y está publicado por una editorial nacional que adoro por sus portadas y su catálogo: Ediciones Molino.

Como autor de ciencia ficción, Brown que pertenece a la vieja escuela da más prioridad a la historia y a los personajes que a la coherencia científica del relato. Coherencia que justifica con dos brochazos y para adelante. Este, personalmente, es uno de los mayores valores del escritor, y por eso comparte un generoso espacio dentro de mi memoria literaria y en el apartado de clásico porque, precisamente al no preocuparle la cuestión científica, su obra no ha envejecido sino que sigue viva ya que le interesa mucho más los personajes y la trama en la que se desenvuelven.

Una de las novelas más conocidas de Fredric Brown es ¡Marciano, vete a casa!, una divertida anomalía dentro del género de la ciencia ficción porque está escrita como una novela de humor y al mismo tiempo propone una divertida invasión de los vecinos del planeta rojo.

Cuenta la historia de un escritor de novelas y cuentos de kiosco (¿les suena?), llamado Luke Deveraux, que un buen día y mientras se recupera de una resaca de caballo se encuentra a un diminuto hombrecito verde que le dice toda clase de cosas, algunas de ellas verdades hirientes. El bicho lo suelta por mala leche y el protagonista se dará cuenta pronto que estos extraterrestres están por todas partes jodiéndole la vida a la humanidad entera, lo que provoca una enorme crisis que parece no terminar nunca.

Lo de la crisis es un tema a tomar en cuenta porque Brown describe perfectamente el caos que provoca una economía que se hunde y la psicosis que se extiende entre las personas.

No vamos a revelar como termina esta historia pero sí decirles que cuenta con un final tremendamente original que tiende a la confusión. Una confusión premeditada por el escritor que se convierte en protagonista de esta batalla para librarse de tan pesados como antipáticos invasores.

¡Marciano, vete a casa! tiene además una lectura que podrá parecer a unos peligrosamente reaccionaria y a otros peligrosamente progresista ya que, como las dos caras de una monedad, facilita este tipo de lectura política según las creencias que uno tenga en sus ideologías. No se preocupen por ello en que le sorprenda aunque masque ideas que no comparte ya que el objetivo del libro, escrito recuerdo en una década marcada por la Guerra Fría, es la de divertir al lector.

La novela tiene además la habilidad de leerse de una sentada. No es extensa, va directa al grano y los invasores más que marcianos son los duendes que dictan nuestra conciencia solo que son los gamberros y no los que nos llevan por el buen camino.

Se recomienda por eso leerla si no ve muy claro el rumbo que toma el planeta que vivimos. Todavía conserva su animosidad por ridiculizarnos como civilización. Y lo mejor es que metiendo el dedo en la llaga, hurgando en tu desgastadas ideas… solo que en vez de enfadarte te ríes aunque lo que cuente maldita gracia que tiene.

Saludos, pórtense mal, desde este lado del ordenador

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