Ese vendaval llamado Vivian Leigh

La biografía Vivian Mary Hartley (Darjeeling, India; 5 de noviembre de 1913-Londres, 8 de julio de 1967) parece sacada de una novela de Rudyard Kipling. La India, una familia de financieros y militares, hace que los ecos literarios del gran escritor británico resuenen en mis cabeza tan dada a estos sueños que hoy resultan a la mayoría digamos que molestos… pero en fin, así son las cosas y no iba a disfrazarlas. Además, la protagonista de hoy no merece máscaras ni antifaces y el tiempo, que a su manera es sabio, ha ido situándola en el lugar que se merece.

La mayoría recordará a Vivian Leigh por su papel de la inmortal Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), que es esa película racista que se convirtió en uno de los mayores éxitos de taquilla de su tiempo y el nuestro.

Se escribe racista porque quien niegue que no lo es, es que no ha visto este largo, larguísimo largometraje, aunque más allá de presentar a los negros como niños, bastante torpes si no está cerca un amo, ama o amito o amita blanco con una vara para corregir sus defectos, cuanta la vida de una indómita señorita del sur que se crece como un gigante ante la adversidad porque Tara, la mítica Tara, le pertenece.

Como bien sabe todo Dios, Lo que el viento se llevó fue un proyecto personal de David O. Selznick y si bien no entraba en sus cálculos que fuera Vivian Leigh, aquella actriz británica de luminosos ojos azules, la protagonista de la cinta al final se hizo con él porque, diablos, solo hay una posible Escarlata cinematográfica y esa es Vivian Leigh.

La actriz, que se desposó con el también actor y cineasta británico Laurence Olivier, procuró dar siempre una imagen de normalidad en torno a su trabajo y vida privada pero la procesión la llevaba por dentro. Se sabe ahora que sufría de trastorno bipolar y que sus picos de depresión como de euforia descontrolaban no solo a los que orbitaban a su alrededor sino a ella misma.

Yo le rendí devoción no por su papel de Escarlata, que también, sino por su papel de amante de Horacio Nelson en Lady Hamilton, en la que trabaja al lado de Oliver bajo las órdenes de Alexander Korda, que es un cineasta al que tengo muy en cuenta aunque hoy no guste demasiado por patriota que así son las cosas. Ellos y ellas se lo pierden.

Vivian Leigh volvió a magnetizarme en Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951) donde, generosa, hace pareja perfecta por errante con Marlon Brando y antes, mucho antes, en El puente de Waterloo (Mervyn LeRoy, 1940). Estos son, pienso ahora, los cuatro papeles por lo que la recuerdo y venero aunque alguno pueda decirme que me olvido de su Ana Karenina o Cleopatra. Y sí, tienen razón, pero insisto que sus cuatro grandes películas, las cuatro grandes interpretaciones por las que será recordada serán por Lo que el viento se llevó, Lady Hamilton, El puente de Waterloo y Un tranvía llamado deseo.

Y nada más salvo celebrar que tal día como hoy viniera al mundo ese vendaval hecho mujer que ensombreció con su vitalidad a prototipos masculinos de su tiempo como el atractivo Clark Gable, Robert Taylor, Laurence Olivier y el mismísimo Marlon Brando.

Mañana, hermanos y hermanas, será otro día.

Saludos, nervios fuera, desde este aldo del ordenador

Escribe una respuesta