Humphrey Bogart

Si Humphrey DeForest Bogart (Nueva York, Nueva York; 25 de diciembre de 1899-Los Ángeles, California; 14 de enero de 1957) hubiera sido cualquier cosa menos actor no digo nada de cómo hubiesen resultado las películas que interpretó a lo largo de su carrera.

Afortunadamente, quiso la diosa fortuna que olvidara otra clase de menesteres y que dedicara sus esfuerzo a la interpretación. También que se encontrara en el camino con una estrella de la que hoy apenas se acuerdan los aficionados (Leslie Howard) y que éste le diera el espaldarazo definitivo para que metiera la cabeza en la industria del cine. Industria en la que se convirtió en uno de los referentes del cine negro (de hecho casi parece que este género lleva su nombre y apellido con permiso de gigantes como James Cagney, George Raft y Robert Mitchum, entre otros).

Y es que Bogey tuvo algo. No era lo que se dice muy guapo pero sí lo que se dice tremendamente atractivo. Y duro como el granito. Una roca que escondía por dentro a un romántico empedernido. Un tipo capaz de dejar que la mujer de su vida se fuera con otro bajo los compases de La Marsellesa o la de un personaje que, quemado por el sol y la mala vida, descubre el amor en el otoño de su vida mientras recorre las turbulentas aguas de un río africano…

Son muchos los papeles que, afortunadamente, nos legó Bogart antes de despedirse del mundo. Detrás dejó una carrera donde sobresalen los trabajos notables por encima de los insuficientes. Y una legión de rendidos aficionados, la mayoría de ellos masculinos, que le rindieron devoción en los sesenta y setenta porque encarnaba al hombre viril pero también al héroe que suele acabar solo y mal. Al detective privado o al gángster que sigue férreamente unas normas de conducta en un mundo que ya no cree en casi nada.

Hay un momento en la carrera cinematográfica de Bogey donde solo trabaja en largometrajes que han pasado a la Historia del Cine. Pequeñas obras maestras donde se mueve como pez en el agua a las órdenes de artistas con todas sus letras como Howard Hawks, John Huston, Delmer Daves, Nicholas Ray…, entre otros y otros gigantes que contribuyeron a que todos (iniciados y profanos) aprendiéramos a tomarnos muy en serio el cine norteamericano. Y en este escenario –el del cine norteamericano– Humphrey Bogart es una de sus estrellas más brillantes. Basta mirar al cielo y observar que aquella estrella que va dejando una estela que, dicen que es la que anuncia la llegada de Jesucristo, representa para los otros, los que pertenecen a esa religión de chalados que es la cinefilia, el nacimiento de un héroe al que si lo necesitas ya sabes, basta con silbar para que esté a tu lado.

En la imagen que hemos escogido para ilustrar nuestro humilde y personal homenaje a Bogart lo ven como el chandleriano detective privado Philip Marlowe en El sueño eterno (Howard Hawks, 1946).

Así que gracias y feliz aniversario, Bogey, es usted uno de los más grandes.

Saludos, a todas y todos, desde este lado del ordenador.

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