Reaparecen las ‘memorias sin importancia’ de Maud Westerdahl

Los amigos e iniciados en Maud Westerdahl (Limoges, 4 de enero de 1921-Madrid, 13 de noviembre de 1991) conocían su existencia pero son muy pocos aún los que han tenido acceso a sus recuerdos dispersos. Recuerdos que la artista dejó escritos entre 1989 y 1990 con el título de Mémoires sans importance y que dedica a su hijo: “Pour toi Hugo, mon fils intelligent…

La reaparición de las memorias –al parecer escribió dos cuadernos, uno en francés y otro en español en el que reproduce más o menos similares vivencias– coincidirá el año próximo con el centenario del nacimiento de Madeleine Annette Bonneaud (4 de enero de 1921, Limoges, Francia – Madrid, 13 de noviembre de 1991) una mujer que estuvo muy vinculada a Canarias a través de dos hombres: Óscar Domínguez y Eduardo Westerdahl, que se convirtieron en su primer y segundo marido, respectivamente.

Memorias sin importancia busca de momento un editor para servir de complemento a los actos que rendirán reconocimiento a la labor de una mujer que no resultó indiferente a nadie. En este cuaderno, la especialista en esmaltes y crítica de arte rememora su infancia y adolescencia en Francia, también su primera juventud cuando el país fue invadido por las tropas alemanas los primeros años de la II Guerra Mundial. Por causa del conflicto, su padre, Arsènne Theódore Bonneaud, sería detenido y asesinado por los nazis.

Fruto de aquel matrimonio nacieron tres hijas, una de las cuales fallecería (Jeanne), quedando solo dos hermanas: Odile y Maud. Los recuerdos que desgrana en estas memorias hasta el momento inéditos para la mayoría, abarcan la infancia de la protagonista en Limoges, a su padre, un socialista convencido que tras ser capturado por los alemanes es enviado a un campo de concentración donde muere en 1944, y su madre, Adrienne Aimée L’Hotelier, que regentaba una farmacia en su localidad natal.

Estas Memorias sin importancia repasan también su adolescencia y como a la edad de quince años fue enviada a Londres donde, explica, se aficiona al cine. Algunos de los largometrajes que ve y que reseña en este cuaderno son La vida futura (William Cameron Menzies, 1936), que se basa en la novela del mismo título de H.G. Wells, y Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936), el primer filme sonoro del conocido popularmente como Charlot. En Londres, Maud se interesa también por el arte. Queda deslumbrada ante la obra de Van Gogh y Turner, entre otros artistas.

Maud Bonneaud regresa a Francia donde comienza sus estudios universitarios de Letras en la Universidad de Poitiers (1938) que concluye en 1940, e inicia su maîtrise, un trabajo de fin de carrera, que lleva el título de Procedimientos del terror y psicología del miedo en la novela llamada gótica inglesa, desde Ann Radcliffe a Mathew Lewis, que no concluye. La amenaza de la guerra hace que intente marcharse a Norteamérica pero al estallar el 1 de septiembre de 1939 la II Guerra Mundial, tiene que quedarse en Poitiers donde conoce a André Breton.

El escritor, poeta, ensayista y teórico del surrealismo será uno de los tres hombres determinantes en su devenir existencial. En estos recuerdos evoca una etapa febril, inquieta, de salidas. Maud se relaciona con Breton y algunos de sus amigos. Narra sus almuerzos en El Caracol y los largos paseos y conversaciones que mantiene con el fundador del surrealismo. Sellan una amistad en la que él le habla de Tenerife y de las calaveras de México.

Conoce también a Dora Maar, que se convertiría con el paso de los años en una de sus grandes amigas y se suma al grupo la mujer de Breton, Jacqueline Lamba, con quien éste había contraído matrimonio en 1934 y la hija que tienen en común, Aube, nacida dos año después.

Maud lee esos días sobre Ubú, rey, la obra teatral de Alfred Jarry que cuenta la historia de Ubú, capitán del ejército polaco y exrey de Aragón y gran doctor en patafísica quien instigado por su mujer, decide derrocar al rey de Polonia Venceslao, con la ayuda del capitán Bordura y su ejército, instalando una terrible tiranía.

Estas Memorias sin importancia son una pieza fundamental para entender la deriva de Maud Bonneaud años más tarde. También la vida de André Breton a finales de los años 30 e inicios de los 40. En estas páginas, Maud Bonneaud explica cómo André Breton tiene que marchar a América, trasladándose a Marsella para embarcar. Lo consigue. No regresará a Francia hasta 1946, recién terminada la guerra que ha mancillado la geografía de Europa.

Maud Bonneaud cuenta que se traslada a París en 1942 y que será allí, en la ciudad de las luces y un año después donde conocerá a Óscar Domínguez quien, escribe, le invita a una cena oriental pero no le convence, no le gusta mucho aquel hombre que viste con descuido, “desarreglado” y que va mal peinado, relata, y que en un rapto de confianza se atreve a llamarla “pequeño saltamontes” y “estrella del infinito”. “Yo me casaré contigo”, le revela el pintor tinerfeño que esos días vive con la pianista Roma Damska, a la que protege por su origen judío en el París ocupado.

A través de Domínguez será como Maud Bonneaud conozca a otro español instalado en París. Un malagueño que responde al nombre de Pablo Picasso. O “don Pablo”. En estos meses estrecha un poco más sus relaciones con Dora Maar y Valentine Penrose y ya en plena postguerra, cuando Europa y el mundo intenta levantar la cabeza después de tanta tragedia, Maud suma una nueva amistad, Man Ray, y fortalece sus relaciones con artistas españoles y de otras nacionalidades que regresan a París como quien despierta de un mal sueño. No será sin embargo lo mismo.

En estos años Maud Bonneaud aprovecha para aprender español como lo aprende el extranjero que no estudia en academias, primero los tacos, las palabrotas y luego todo lo demás. A tenor de lo que escribe, se vuelve imprescindible para el volcánico Óscar Domínguez.

A través de esta especie de autobiografía apresurada, escrita con letra menuda y casi ilegible, Maud Bonneaud relata sus primeras investigaciones con los esmaltes, que trabaja conjuntamente con Domínguez aunque éste se cansa muy pronto. Nacen así las primeras joyas diseñadas por Maud Bonneaud.

Óscar Domínguez cumple la promesa que le hizo varios años antes y se casan en 1948 iniciando un periodo de su vida feliz. Así se traduce por lo que relata en sus memorias: viajes, la puesta en escena de Las Moscas, de Jean-Paul Sartre, en Baden Baden con música de Guy Bernard, quien se convertirá en uno de sus amigos más íntimos…

Maud es ahora Maud Domínguez. Así la conocen. Las memorias finalizan abruptamente y no profundizan más en su relación sentimental con el pintor tinerfeño ni su viaje a la isla y cómo conoció a quien sería su segundo marido y padre de su único hijo, Eduardo Westerdahl. Maud ya no será Domínguez sino Maud Westerdahl.

Para conocer cómo fue ese encuentro y la vida que mantuvieron en común hasta la muerte de Eduardo se recomienda consultar Eduardo Westerdahl. Suma de la existencia de Pilar Carreño Corbella, una publicación del Instituto Óscar Domínguez de Arte y Cultura Contemporánea de 2002. La autora, Pilar Carreño, tuvo la oportunidad de conocer a la pareja por lo que el libro propone un interesante retrato del crítico de arte tinerfeño.

Pese a que algunos expertos han tenido acceso a estas Memorias sin importancia estos recuerdos continúan siendo inéditos para el público. Están escritos sin obedecer a un orden cronológico aunque es un material de primer orden para reconstruir una biografía más o menos completa de Maud Westerdahl, trabajo en el que se encuentra ahora la historiadora del arte Pilar Carreño Corbella, comisaria de una exposición sobre su obra artística que espera que se inaugure el 16 de diciembre de 2021 en TEA Tenerife Espacio de las Artes.

Autora de Los surrealistas en Tenerife, Óscar Domínguez en tres dimensiones y El triángulo de las artes, entre otros, señalan a Pilar Carreño como una de las grandes conocedoras de las vanguardias y el surrealismo en Tenerife. Es la profesora quien resalta que hubo tres personajes fundamentales en la vida de Maud Bonneaud: André Breton, Óscar Domínguez y Eduardo Westerdahl.

“Se trató de una mujer que se movió en diversos ambientes por lo que no se puede hablar de una sola Maud sino de muchas. Todas estas piezas forman un rompecabezas”, apunta la historiadora, quien añade: “es un personaje apasionante”.

La biografía en la que está trabajando Pilar Carreño Corbella y que formará parte del catálogo de la exposición que acogerá TEA Tenerife Espacio de las Artes en diciembre de 2021 con el título de Maud, c’est la vie), dibuja el retrato de una mujer extremadamente inteligente que, recuerda Pilar Carreño que la conoció, “siempre estuvo ahí para ayudar”.

“No sé si se sentía artista”, opina la profesora cuando se le pregunta sobre Maud como creadora, “pero sí que se lo tomaba como una actividad que la entretenía”. No tuvo veleidades rupturistas y una vez instalada en Canarias medio olvidó aquellas experiencias para volcarse en la educación de su hijo.

Su obra refleja sus gustos por el mundo antiguo y el de los artistas que conoció a lo largo de su vida y a ellos les rinde homenaje en algunas de sus creaciones.

Pilar Carreño cuenta que con motivo de un homenaje a Óscar Domínguez que se iba a celebrar en 1963, Maud invitó a Breton para que viniera a a Tenerife para participar en una serie de actos que iban a desarrollarse en Tacoronte. Breton nunca respondió. El hombre que le abrió al mundo intelectual, quien la inició en muchas lecturas y la relacionó con los artistas más ingeniosos de los años 30, hace mutis por el foro.

Si uno de los lados de su triángulo emocional e intelectual fue André Breton, los otros dos lo representan Óscar Domínguez, todo lo contrario del fundador del movimiento surrealista y el crítico Eduardo Westerdahl.

Domínguez no era y por lo tanto no presumía de ser un intelectual, se trataba más bien “de un surrealista nato”. Él será el primer amor de Maud. El segundo lo encontrará encarnado también en un tinerfeño, Eduardo, con quien vivirá en Tenerife.

La isla a la que llega no es un paraíso pero sí un lugar en el que se vive bien y en el que está rodeada por los amigos de su marido. El poeta Pedro García Cabrera y el escritor Domingo Pérez Minik, entre otros. Ese pequeño grupo encarna la otra cara de un archipiélago tan contradictorio y “surreal” por naturaleza.

SEGÚN MAUD (*)

“Picasso fue un encuentro más en mi camino siempre lo había admirado pero el conocerlo personalmente me enriqueció. Sobre todo me honró con su amistad y esto significó, un premio muy valioso para mi”.

“A los 18 años conocí a André Bretón y fue el encuentro más importante de mi vida. Entonces, se produjo en mí un desdoblamiento, mitad surrealista y mitad cartesiano. Ahí se inició mi juego intelectual de la razón y lo onírico. Si, en un momento determinado, me hace falta ser surrealista, soy surrealista y, por el contrario, si debo ser cartesiana; soy cartesiana. Lo curioso es que yo me las arreglo muy bien, aunque parezca contradictorio”.

“En Tenerife me encuentro muy bien. La verdad es que con Eduardo a mi lado cualquier sitio sería bueno para vivir. La isla no me es necesaria, pero sí me es terriblemente agradable. Quizás, también, porque tengo muchos amigos aquí. Aunque,
en ocasiones hay que salir para respirar otros aires. Sin embargo, al principio me costó un poco adaptarme”.

(*) Declaraciones extraídas de una entrevista a Maud Westerdahl publicada en la sección Exposiciones y artistas de Ramón Salarich:, “Maud Westerdahl”, Diario de Avisos, Santa Cruz de Tenerife, 25 mayo 1980, p. 47.

FOTOS:

1.- La imagen fue tomada por Eduardo Westerdahl en 1954.

2.- dos páginas de estas ‘memoria sin importancia.

Saludos, plásticos, desde este lado del ordenador

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