¿Dónde estabas el 23-F?

Una persona a la que quise y estimé lo que llevo de vida cumplía el 23 de febrero, ese día que ha pasado a la Historia de España como el de la infamia.

Resulta curioso que recuerde tan claramente las sensaciones que me asaltaron cuando aquel ya lejano 1981 un guardia civil con bigote entró en el Congreso de los Diputados pegando gritos de todos al suelo, coño mientras llovía yeso pulverizado del techo del hemiciclo.

Estudiaba entonces en el instituto y recuerdo porque todo son recuerdos incluso los que ya no recuerdo, que el profesor de Historia entró en clase y nos recomendó que nos fuéramos a casa porque habían entrado unos guardias civiles en el Congreso. Uno soltó que si un comando de ETA había secuestrado a los diputados pero el profesor de Historia no dijo nada, estaba tan pálido como la pintura de la pared, y sus manos temblaban.

Los amigos nos reunimos en la plaza de Teobaldo Power y nos tumbamos en el césped. Uno estaba feliz porque no tenía clase pero también inquieto porque el rostro del profesor (demudado debe ser la palabra) traducía miedo. Miedo a lo que podía venir.

No sé de donde salió pero alguien debía de haber llevado en la maleta o en el macuto un transistor porque allí nos enteramos que no se trataba de un comando de la ETA sino de unos guardias civiles que estaban dando tiros, sacudían a un militar condecorado y llamaban al orden al entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez. Suárez se convertiría muchos años más tarde en una especie de Gary Cooper castellano en el libro Anatomía de un instante, de Javier Cercas, pero eso vendría mucho, mucho más tarde.

Al final nos disolvimos como un azucarillo en un vaso de café con leche como aquellos que servían en el Unamuno y cada uno se fue a su casa.

En la mía, mi padre llamaba al orden a uno de sus primos, que no dejaba de clamar que había que darle armas al pueblo. Ahora lo recuerdo con una sonrisa en los labios pero era lógico que se subiera por las paredes porque en el 36 los nacionales metieron a su padre en Fyffes, más tarde en uno de los barcos prisión atracados en el puerto para después desaparecerlo en alta mar. Mi tío abuelo era de la CNT, ese fue su delito para que le ataran dos piedras en los pies y lo arrojaran a las aguas que bañan las costas de la capital…

Su primo se fue y yo aproveché con un amigo para bajar a Capitanía Militar para ver qué estaba pasando.

El chasco fue grande porque el palaciego edificio permanecía cerrado a cal y canto y apenas había gente en la calle. Me entraron, supongo que por los nervios, unas ganas enormes de leer cómics de la Marvel pero los kioscos también estaban cerrados. Al final regresé a casa con las manos vacías. En el comedor, la familia estaba con la mirada puesta en la televisión. Mi padre espera el discurso del Rey. Pero el Rey no hablaba. Un periodista contó que en Valencia los tanques habían salido a la calle y mi padre se llevó las manos a la cabeza.

Me resulta curioso que todas esa imágenes las conserve tan frescas. Que aún recuerde todo lo que viví aquel 23 de febrero de 1981. Cuarenta años han pasado, fíjate tú. Y parece que fue ayer cuando el guardia civil con bigote entró pegando tiros al grito de todos al suelo.

La tarde fue transcurriendo con infinita lentitud, que es lo que pasa siempre cuando uno quiere que acaben las cosas con prontitud. Llegó la noche y el Rey no daba su discurso. En casa, como es natural, la tribu estaba sentada en torno al televisor esperando novedades. En algún lado sonaba también la radio. No sé exactamente cuando apareció el Rey y dio aquel discurso que tranquilizó a la nación pero sí que me quedé pegado ante la pantalla cuando mi familia se fue a la cama porque ya era bien entrada la noche.

Recuerdo, estos son recuerdos y nada más, ver un documental de películas de terror, y series y películas que no solían exhibirse en aquella caja tonta que no es tan tonta. Poco a poco cerré los ojos y se fue disolviendo en mi cabeza el grito desalmado pronunciado por aquel guardia civil con bigote de cuyo nombre no quiero acordarme: todos al suelo, coño.

Al día siguiente, o fue después, se convocó una manifestación de rechazo a la que acudimos en peso. Las calles delas ciudades y oueblos de este país se llenaron de gritos contra los golpistas y se cantaron canciones y todo el mundo se sentía feliz porque había ganado la democracia, se decía con la boca llena y así nos va desde ese día… Es decir, que casi todos seguimos en el mismo sitio, tumbados o tirados en el suelo, coño.

Saludos, a vivir, que son dos días, desde este lado del ordenador

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