George A. Romero, el padre de los muertos vivientes

No recuerdo ahora si lo leí en algunos de aquellos estupendos artículos que firmaba Luis Vigil en Vampus, la primera versión española de la revista Creepy, pero en el mismo se venía a decir que 1968 fue un año inquieto no solo por el mayo que sacudiría las calles de París ni por el emergente movimiento hippy que comenzaba a ocupar las calles en rechazo a esa lejana guerra del sudeste asiático que se había desencadenado en un país llamado Vietnam, en aquel entonces dividido entre el sur y el norte, sino porque en 1968 se estrenaron tres películas que pusieron patas arriba al género fantástico.

Una de ellas fue 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick), una cinta de la que todavía se habla y de la que algunos se empeñan en descifrar su final. Otra, El planeta de los simios (Franklin Schaffner), a la que no hizo falta descifrar su final porque queda bastante claro y, por último, La noche de los muertos vivientes (George A. Romero), porque fue la película que lo inició todo, la que redescubrió un subgénero que desde entonces ha dado origen a centenares de largometrajes y series poblados por zombies que o bien caminan pasito a pasito o te persiguen a toda pastilla por ciudades que ya no son lo que fueron.

Ya no hay demasiada gente que se acuerde del impacto de La noche de los muertos vivientes, una película que por razones ignotas se estrenó en España tras la muerte de aquel general de cuyo nombre no quiero acordarme, pero cabe destacar que se trata de un filme pequeño, independiente que fue rodado en blanco y negro y con actores poco o nada conocidos porque su presupuesto resultaba entonces y ahora de risa.

Apenas contiene elementos “desagradables” que más tarde conquistaría al cine de muertos vivientes, la sangre y tripas vendrían años después con El amanecer de los muertos, cinta en la que colaboró con el maestro del cine amarillo, o giallo, Dario Argento, pero sí que contiene como todo el cine de George A. Romero (Nueva York; 4 de febrero de 1940-Toronto, Ontario, Canadá, 16 de julio de 2017) y de otros ilustres maestros del género de la fantasía, con un sustrato político que tiene una lectura muy dependiente del ir y venir de la película.

Si han visto el filme –y estoy casi seguro de que lo ha visto la mayoría que ahora mismo no nos lee– sabrán que el superviviente es un hombre de raza negra al que abate un grupo de cazadores blancos que lo derriban primero porque puede ser un muerto vuelto a la vida o segundo por el color de su piel. Se asiste también en la película a la desintegración de una familia y no se explica, lo que se agradece, cuál es la razón de que los muertos hayan despertado de su sueño eterno y qué provoca su desatado apetito por la carne humana.

George A. Romero fue el descubridor de un subgénero dentro del fantástico que desde ese entonces no ha dejado de dar dividendos. Los muertos vivientes aprendieron de hecho a caminar solos. A recorrer el ancho mundo fuera de la protección de su creador original.

No solo de zombis vivió nuestro hombre aunque sean los zombis los que elevaron a categoría de leyenda a un cineasta que sin ser John Carpenter, sí que le fue leal al género que lo hizo popular. Entre otras películas, destacaría Martin, Knighriders, The Crazies, que le debe mucho a los muertos resucitados y Atracción diabólica en las que nos enseña que igual no es muy buena idea tener a un mono como enfermero y mascota.

Adaptó una novela de Stephen King –que aparece curiosamente de extra en Knighriders– que se tituló en España La mitad oscura. Con King intentaría recuperar el estilo ácido y brutal de los E.C. Comic en Creepshow, que tuvo una o dos secuelas, la verdad es que ahora mismo no lo recuerdo, e historietas que fueron ilustradas por el gran Bernie Wrightson y película que en España, o al menos Canarias que es la tierra en la que vivo, vimos mutilada porque de los cinco episodios cortaron uno, precisamente el protagonizado por un Stephen King que hace muy bien el papel de paleto, respetando solo a los cuatro restantes. La amistad entre escritor y cineasta se consolidó con el tiempo, tanto que el autor de Christine le dedicaría una novela que no sé ahora si es la misma Christine.

Ha llovido mucho desde ese entonces.

La primera película que vi de Romero fue, por supuesto, La noche de los muertos vivientes que se reestrenó en los ochenta en un cine que ya no existe y que luego fue gimnasio para convertirse en la actualidad en ruinas. Se llamaba Yaiza Borges aunque antes fue cine Tenerife y se encontraba en la avenida del General Mola hoy de las Islas Canarias.

Fue una sorpresa que estrenaran en aquella sala una película como La noche de los muertos vivientes ya que el colectivo que estaba detrás de Yaiza Borges además de locos por el cine lo eran de un determinado cine. Se les reconoce por ello que se atrevieran a apostar por una película que no era ese otro que querían cultivar y que acogieran el estreno de un filme que, bien mirado, sí que podía presumir de independiente, de tiro al aire que entre otros tiros al aire por una vez da en la diana.

Salí de la sala conmocionado y el regreso a casa tuvo el mismo efecto que cuando vi por primera vi El exorcista en un cine de barrio: el Delta, porque en las salas del centro no me dejaban entrar ya que no tenía los 18 años de edad que se exigía.

George A. Romero me ha venido acompañando desde entonces aunque tras La mitad oscura la mayoría de sus películas las he visto en televisión.

El caso es que su cine vino para quedarse y pese a que se le pueda criticar por cierta tosquedad detrás de cámara nadie le podrá quitar de las manos el cetro de adelantado a su tiempo. De ese tan cacareado pero nunca verdadero adjetivo con el que se quiere renombrar a un artista como es el de visionario aunque en su caso, ya lo ven, sí que fue visionario cuando a mitad de los años sesenta se le ocurrió la idea de lo que podría pasar si los muertos regresaran de sus tumbas sin dejar muy claro la razón: ¿un misterioso fenómeno producido en el espacio?, ¿que el infierno está demasiado lleno de almas perdidas?, ¿un virus igual de letal que la Covid-19?

Como se dijo, el acierto del escritor y cineasta fue no explicarlo y situar al espectador uno o dos días después de producido el desastre. Los muertos revividos están ahí y han venido a morderte.

Saludos, cerebro, cerebro, cerebro, desde este lado del ordenador

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