Chinatown es más que una película

“Para Evans (Chinatown), suponía algo más que la luz de la luna, la brisa marina y el fulgor verdoso visible desde la mansión de Gatsby al otro lado de la bahía; no era una fantasía, sino la prueba palpable de un sueño hecho realidad, la singular y estremecedora puerta de entrada a un placer inconmesurable, la promesa que la imaginación concede a lo mundano y el cauce montañoso por el que la belleza y la bondad fluyen, contra todo pronóstico y probabilidad, hasta derramarse por el mundo en forma de arte”.

(El gran adiós. Chinatown y el ocaso del viejo Hollywood. Sam Wasson. Traducción: Óscar Palmer Yáñez. Es Pop Ediciones, 2021)

La historia de la gestación, rodaje y estreno de Chinatown es lo que narra El gran adiós, de Sam Wasson, un libro de cine para aficionados al cine que sigue la senda abierta por Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes y Sexo, mentiras y Hollywood, es decir, mostrar todo lo que hubo detrás de una gran película como es el filme de Roman Polanski o las interioridades de la industria en los años 70 y 80, que es lo que hace Biskind.

Los protagonistas de El gran adiós son además del director Roman Polanski, su productor, Robert Evans, y el guionista Robert Towne, así como el actor protagonista: Jack Nicholson. Sin ellos, Chinatown no sería el clásico que es desde que se estrenó en cines. Clásico que derramó durante el parto toneladas de sangre, sudor y lágrimas.

Como película y así lo defiende Sam Wasson, Chinatown es un estado mental pero también más cosas como la crónica de una gran amistad y “el ocaso del viejo Hollywood”, que es el subtitulo que han escogido los editores de Es Pop Ediciones para su circulación en español. También el encuentro de un grupo de gente que hizo posible la materialización de un sueño, sueño que fue desarrollándose en medio de la tragedia (el asesinato de Sharon Tate cuando el guión aún no había salido de la máquina del escribir), desencuentros y un actor, Jack Nicholson, que hizo todo lo posible para que este proyecto se convirtiera en los que finalmente fue: un clásico. Con lo que encierra esta palabra: estilo, elegancia y un aroma retro que desde entonces no ha dejado de ser imitado en el cine hasta la saciedad.

En el corazón del libro late Los Ángeles. De hecho, la historia explica el desarrollo de una ciudad que nació y creció bajo la sombra de la corrupción. El escritor Raymond Chandler fue uno de los primeros que observó esa combinación de tierra hermosa y malvada de L. A. a través de la mirada de un detective romántico, Philip Marlowe, al que no le tiembla el pulso cuando tiene que recurrir a la violencia para defenderse a lo largo de una investigación. El título del libro de Sam Wasson es un homenaje al creador de Phillip Marlowe y a la que probablemente sea la mejor de las novelas que Chandler le dedicó: El largo adiós. Y una amarga despedida a un modo de hacer cine. Nostalgia que se extiende a lo largo de un retrato que recorre la historia de cuatro tipos muy particulares que supieron rodearse de un equipo que estuvo a su altura. También de egos encontrados y del combate que libraron a lo largo del parto y posterior rodaje de un filme ya legendario.

Puede abrumar el número de páginas, que uno eche en falta algo más de chismorreo pero todos los iniciados que se adentren en él apreciarán la ingente documentación que ha reunido Wasson para hacer posible una milimétrica reconstrucción de un filme que se alimentó de uniones y desuniones. Lástima que estas tiranteces frustraran un proyecto que nació con la idea de ser una trilogía. Una trilogía que contara la historia de Los Ángeles desde los años 30 a los 50 a través de su protagonista, Jake Gittes (Jack Nicholson) aunque sí que se estrenó, y así se encarga de recordarlo el autor del libro, una segunda parte titulada Los dos Jakes, que escribió Towne, produjo Evans e interpretó y dirigió Nicholson, pero se trata de un filme que apenas evoca el espíritu de la original, Chinatown. Un espíritu oscuro y triste pero también adulto cuando el cine norteamericano podía permitírselo.

Sam Wasson sigue con paciencia de hormiga el rastro disperso de fuentes (orales y escritas) a las que recurrió para armar El gran adiós y rinde justicia no a una película que no hace falta defender porque se defiende por sí sola sino a un guionista que casi perdió la razón por ella. Un cineasta de origen polaco que tuvo que salir de los Estados Unidos de Norteamérica tras ser acusado de un delito desgarrador y de un productor que irrumpió en la industria como un Irving Thalberg de los años 70. La cuarta estrella fue un actor que descubrió que su hermana era su madre y al que años después los niños llamarían Joker por su trabajo en Batman. Pero sobre todo, así lo remarcan los entrevistados, un amigo de sus amigos. En esto último coinciden actores, productores, gente del cine en general en El gran adiós. Jack Nicholson no es de los que deja tirado a la gente. Lástima que lleve retirado desde 2010.

El gran adiós describe con pulso periodístico aquellos años frenéticos. Frenéticos en cuanto a producciones cinematográficas de calado y frenético por sus legendarias fiestas regadas de alcohol y drogas. Leyendo esos capítulos es inevitable que uno se pregunte si de verdad hemos avanzado en nuestras libertades o más bien retrocedido.

Chinatown es resultado de muchas coincidencias. La mayoría afortunadas y eso se refleja en la película. Es, dice Wasson, una historia que no sufre el paso del tiempo porque es original y desgarardora, dulce y corrupta como la ciudad de Los Ángeles.

Saludos, aroma retro, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta