Una odisea etílica

“Las ciudades que hemos habitado en épocas difíciles se recuerdan siempre con una vitalidad que nunca tendrán los lugares que asociamos con la felicidad y el éxito. En las calles de algunas ciudades puedo experimentar una cálida satisfacción o deseos de rememorar, pero si camino por la Tercera Avenida de Nueva York, por ejemplo, siempre sentiré un desasosiego amargo, un recuerdo súbito y ridículo: hace mucho tiempo, una tarde de invierno, entré a robar un gran queso Stilton en la quesería de esa avenida, una precursora de las tiendas gourmet tan de moda en la actualidad que, sin embargo, en aquel entonces eran una novedad”.

(Beber o no beber. Una odisea etílica, Lawrence Osborne. Traductor: Magdalena Palmer, Gatopardo Ediciones, 2020)

Si hay dos libros que deberían de estar en la biblioteca de todo aficionado al arte de beber son Sobrebeber y Beber o no beber. Una odisea etílica de Kingsley Amis y Lawrence Osborne, respectivamente. Dos hijos de la Inglaterra profunda y dos tipos con una extraña relación con el lugar en el que nacieron.

Beber o no beber. Una odisea etílica se trata, como dice su título, de un viaje, preferiblemente por países musulmanes, con el fin de embriagarse a escondidas con brebajes prohibidos por esa religión. La aventura tiene su riesgo. No solo físico sino también económico pero como toda aventura que se precie tiene también su recompensa.

Extraño libro de viajes, Osborne propone una divertida aventura tras la botella, describiendo los peligros que pasó y, al mismo tiempo, lo que un tipo como él es capaz de hacer por tomar una copa en aquellos sitios donde está prohibido.

Como bebedor Lawrence Osborne pertenece a esa vieja y cultivada estirpe que bebe. El whisky, explica, una de sus señas de identidad, es hoy incluso la bebida favorita de muchos musulmanes pese a que lo prohíba su religión.

Esta es la crónica de un hijo de lo que queda de aquel imperio. Su itinerario lo conduce a mezclarse con las gentes de los países que transita, algunos ex colonias como Paquistán, y a reflexionar sobre el arte de beber , en especial cuando la religión te convierte en delincuente por buscar alcoholes.

Lawrence Osborne cuenta en uno de los capítulos del libro cómo la prohibición de las bebidas alcohólicas en los países musulmanes está empujando a los más jóvenes al consumo de otras drogas, como la heroína. Un problema que está resultando cada vez más grave en estos países y al que de momento no se ha puesto solución.

El periodista no da opiniones, no es su trabajo, pero se pregunta de que sirven las prohibiciones cuando se inventaron para saltárselas. No se trata de un libro sobre la embriaguez, los derviches llegan a ese estado danzando como una peonza, sino del derecho a beber que es muy distinto.

Este viaje etílico se inicia en Milán, donde Osborne saborea libremente un gin tonic con un grupo de amigos. Describe sus viajes a Dubai y Java, donde termina en Solo, una ciudad de “seiscientas mil personas y ni un solo bar” y en el que paga en el único que encuentra cuarenta euros por una copa. De Solo el autor nos transporta a Beirut para embriagarse con un anisado, el arak, en el valle de la Bekaá o Becá o Beqaa, según las fuentes.

En cada uno de estos lugares, algunos devastadores para el protagonista porque resulta tarea de titanes encontrar un bar en el que beber, Osborne reflexiona sobre lo que ganamos y perdemos y sobre todo cómo la cultura del alcohol impregna la forma de ser de su país. También como la exportó a las colonias como espacios lúdicos y privados para sus funcionarios.

El resultado es que hoy apenas existen bares, y que todo lo que consiguió aquel imperio es que uno de sus descendientes, el protagonista, acuse desgaste mientras busca un bar en territorio hostil.

Lawrence Osborne describe comidas de la élite regadas de alcohol y hace un retrato de “los bares de nuestra vida” como el Montero’s, “que fue mi bar durante más de una década en Brooklyn” y el del hotel St. Regis también en Nueva York. Otro bar que lleva en el corazón es el Dukes Hotel, en Londres.

Beber o no beber está construido por reportajes que no tienen relación entre sí y están narrados en primera persona por lo que más que leer, vivimos las experiencias que evoca el escritor y periodista británico. Toda una filosofía de bar vista por un viajero que conoce, porque los ha visitado, locales de estas características en medio mundo.

De hecho, reflexiona, qué ciudad que se precie no tiene un bar legendario. Un bar con historia. Madrid cuenta con Chicote y La Habana con el Floridita, ambos especializados en combinados que es una mezcla que no termina de agradar a Osborne que, a lo más que llega, es a pedir un Martini seco y agitado, como James Bond, el personaje creado por otro bebedor británico: Ian Fleming.

El libro cuenta sin alardes cómo consigue beber una copa en plena guerra civil en la frontera sur de Tailandia con Malasia y escribe un relato de Islamabad cuajado de nostálgico cariño por una ciudad donde “es innegable que beber tiene su punto de emoción”.

Lawrence Osborne sigue un itinerario en el que explora escenarios en ocasiones violentos hacia los que beben pero el escritor se arriesga; todo sea por consumir donde no se puede. Desafiar y al mismo tiempo informar dónde se debe beber y en dónde te pueden cortar el cuello si te cogen con una copa en las manos.

Mezcla de libro de viaje y de aventuras, un género en el que se ha especializado el escritor con notables resultados, Beber o no beber es una interesante mirada a una manera de entender el mundo que ignora algo tan corriente en occidente como es tomar una copa.

Saludos, ron, ron, ron, la botella de ron, desde este lado del ordenador

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