H.P. Lovecraft, la soledad del corredor de fondo

No quiso pertenecer a su tiempo. Su tiempo, decía, se se remontaba al XVIII. Se imaginaba, mientras recorría solitarios cementerios, como un caballero de aquel siglo mientras no dejaba de pensar historias macabras, la mayoría de ellas protagonizadas por una galería de criaturas que, tras descansar el sueño de la inmortalidad durante eones, abrían los ojos y despertaban para castigar la cordura de hombres igual de solitarios que, por estudio o aburrimiento, habían convocado a esos titanes leyendo en voz alta las páginas del libro maldito, del Necronomicon, escrito por el árabe loco Abdul Alhazred.

El creador de esa nueva mitología poblada por deidades con nombres impronunciables como Cthulhu y Jog Sothoth, entre otros, fue Howard Phillips Lovecraft (Providence, Rhode Island, 20 de agosto de 1890-Providence, 15 de marzo de 1937), escritor norteamericano que publicó cuentos en revistas editadas con papel de mala calidad en la década de los 20 y 30 del pasado siglo XX y que se convirtió ya en vida en el centro (¿sumo sacerdote?) de un círculo de jóvenes escritores de fantasía que como el mismo Lovecraft, Robert E. Howard y Clark Asthom Smith, entre otros, cambiaron la faz del género.

Llegué a los relatos de Lovecraft y los suyos cuando hay que llegar a sus cuentos, siendo un adolescente. La lectura de aquellas historias me cambió la vida y a mi manera intenté si no convertirme en él, sí en seguir sus pasos creando un fanzine con el que pretendí rendirle tributo y al que se sumó, ya en el segundo número, un amiguito al que conseguí inyectarle el veneno Lovecraft. Un veneno realmente activo a una edad en la que comienzas a vislumbrar lo solo que permanecerás toda tu existencia.

Luego te haces mayor y dejas abandonado al bueno de Ech-Pi-El en cualquier rincón aunque de tanto en tanto ojeo sus libros intentando encontrar sin resultado el adolescente que una vez fui.

El caso es que hace unos meses intenté volver a sus historias y tuve que dejarlas a la mitad. De pronto me parecían pesadas y hasta pretenciosas. Me asqueaba la cobardía que define a todos sus personajes que suelen ser los mismos, estudiantes o investigadores que llegan a Ismouth o Arkham buscando respuestas y que terminan por abrir puertas a otros mundos que, aquí y entre nosotros, mejor era no haber abierto.

En aquella edad que llaman del pavo me leí prácticamente todo Lovecraft publicado en español. Aún conservo esos libros, en editoriales tan variopintas como Alianza, Caralt, Bruguera…

Primero llegué a HPL por Los mitos de Cthulhu y luego continúe con recopilaciones de relatos, El color que cayó del cielo, Las montañas de la locura (que a mi me sacudió, me dio por dentro, me convirtió a la hermandad lovecraftiana aunque ahora no quiera leer sus libros) mientras imitaba su universo con una serie de relatos que me dan vergüenza ajena pero en los que se observa a un niño pretencioso que ya divisaba, como certeramente entiende Michel Ouellebecq en su ensayo sobre el escritor, lo que iba a ser su lucha personal “contra el mundo, contra la vida”.

Superada la etapa Lovecraft, algunos no la han superado todavía porque no resulta fácil asesinar el síndrome de Peter Pan, todos los años me veo sin embargo en la obligación de escribir unas líneas no tanto en su recuerdo sino por lo que significaron sus cuentos en una etapa clave de mi vida. Vamos, que a través de HPL comencé a darme una idea de lo que me rodeaba. Probablemente, equivocada, pero idea al fin y al cabo.

“Que no hay muerto que yazga eternamente y con ciertos eones puede morir la muerte”. Es una de sus frases, o así ha quedado transcrita en la memoria y como tal cual la reproduzco ahora para que se hagan una idea. También esa que dice que “vivimos en una isla rodeada de plácida ignorancia” y que si no me equivoco (ya me corregirá algún lovecraftiano como lo fui yo, eso espero) proceden del Necronomicon, el libro maldito, ese que sirve para invocar a los dioses destructores y que enloquece a la gente que osa leerlo.

En fin, Lovecraft sigue estando aquí. Y no gracias al cine, precisamente, sino a los millones de seguidores que tiene en todo el mundo un escritor hasta cierto punto mediocre y que jamás imaginó que algún día su nombre compartiría estrellato con el de su admirado Edgar Allan Poe.

Pero así son las cosas, así quedó la tirada de dados en la que HPL, a quien vestían de niña cuando era infante, aprendió a leer y a tener miedo con los libros fantásticos que ocupaban las estanterías de la librería de su abuelo; el que un principio fue nativista y racista norteño y que si conoció mujer, Sonia Green, judía y liberada, fue en esa antesala del infierno que era la ciudad de Nueva York que vivía dentro de su cabeza tallaron a hachazos la personalidad de un hombre que por si algo se caracterizó fue por sus miedos y sus contradicciones. Por la búsqueda de una soledad que provocó el divorcio con su primera y única mujer y que regresara a su localidad natal como quien pretende huir de un mal sueño. Volvió a Providence, la provinciana capital del diminuto estado de Rhode Island.

Otro año y otras líneas en recuerdo de Ech-Pi-El, el hombre que contó con una amplia red de corresponsales entre los que se encontraba Bob Dos Pistolas, el texano Robert E. Howard, creador de Conan, el cimerio; Kull de Atlantis, el puritano Salomon Kane, Henry Kuttmer, Ausgust Dertleth, Frank Belknap Long y otros tantos que con sus escritos se sumaron al culto de Cthulhu. Cuentos que a su vez hicieron sumar a millones de lectores de todo el planeta a una hermandad que no solo es indiscreta sino también para nada secreta y en la que todos sus miembros se reconocen, reconocemos, llevándonos la mano derecha a la frente mientras repetimos:

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”.

En un mundo tan caótico como el actual, con epidemias que trastocan nuestro modelo de vida; retiradas deshonrosas, terrorimos y guerras de baja intensidad que desangran al planeta año va y año viene todo hace pensar que, probablemente, al final y tras tanta derrota, Cthulhu ganó la guerra sembrando de caos la tierra que habitamos y que nos hemos acostumbrado a destrozar con nuestras manos…

Temblad, hermanos y hermanas, es hora de marchar o morir. El fin nunca estuvo tan próximo.

He dicho.

En la imagen, H.P. Lovecraft según el ilustrador Virgil Finlay.

Saludos, reloj no marques las horas, desde este lado del ordenador

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