Los arrepentidos

En aquellos días era joven pero no sé si más feliz… No creo que la felicidad pueda medirse, como no creo que se mida tampoco la tristeza. En aquellos tiempos, de todas formas, sí que era más joven. Y pensaba que me comería Madrid porque, divino sean los santos, estaba enamorado. O pensaba que estaba enamorado de una compañera de clase con la que iba a todos los lados: cine, paseos, visitas a librerías. Recuerdo ver con ella Bagdad Café que era por aquel entonces una película que todo el mundo tenía que haber visto y que cuando salimos a la calle (¿la pasaban en los Alphaville o era en los Renoir?) nos enteramos de lo que nos enteramos pero nos dio igual porque éramos los dos contra el mundo y no el mundo contra los dos.

Conocí a una de sus hermanas en una cafetería de Ópera, un bar que contaba con varias meses y sillas distribuidas en la calle porque ya estábamos entrando en verano. Sentado los tres, se fue uniendo al grupo otros compañeros de la hermana, hombres y mujeres que nos doblaban la edad y bastante parecidos. Pero no un parecido físico sino sentimental. Si algo me llamó la antención de aquel grupo de ¿amigos? era la profunda pena que llevaban dentro y fuera. Recuerdo, no sé por qué, que en el cine que estaba en la plaza de Ópera permanecía en cartel Blade Runner, el montaje del director. Es un apunte insignificante que no tiene nada que ver con lo que les cuento pero la imagen de Harrison Ford con el arma en la mano y Sean Young al fondo con un cigarrillo y Ruther Hauer mirando a la izquierda con esa mirada de loco que tan bien sabía poner permanecen muy frescas en mi memoria de desmemoriado profesional.

Caía la tarde de verano en Madrid. Es decir, que probablemente serían las 21 horas o más y todavía era de día. Mejor, un atardecer lechoso, pero con luces y las primeras sombras que anunciaban la llegada tardía de la noche.

Entre cañas y vasos de café con leche desparramados por la mesa, me atreví a preguntarle a uno que tenía sentado a mi lado cómo era eso de estar en los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), porque aquellas cinco personas habían pertenecido a la banda terrorista, lo que incluía a la hermana que había secuestrado mi corazón y mi cabaeza. Los cinco habían formado parte del grupo pero arrepentidos intentaban rehacer sus vidas como podían.

Nadie contestó a mi pregunta, lo que me incitó a seguir planteando otras preguntas y más preguntas a medida que oscurecía. Rematé la batería de cuestiones con ¿llegaron a matar a alguiien?

Era un chaval que no tenía medida. Un periodista en ciernes que se creía con derecho a plantear preguntas, y cuanto más impertinentes mejor… No hubo respuesta sino un silencio que se podía cortar con el filo de un cuchillo. Poco a poco se fueron levantando de la mesa los arrepentidos. La chica y el chico, ella y yo, nos quedamos sentados en la terraza. Recuerdo que cogí un resfriado, así que me soné la nariz y ahogué un estornudo llevándome el pañuelo a la boca.

Al poco rato se acercó el tipo triste que estaba sentado a mi lado. Nos miró, a ellla y a mi, y dijo: “Está todo pagado”, y dando media vuelta nos dejó solos y algo desconcertados a la chica y el chico que para romper el vacío que se había producido entre los dos exclamó: pero qué machangos.

Ella se rió, su risa sabía mecer mi corazón entre sus manos.

- ¿Qué es eso de machango?

¿Un monigote?, pensé.

Pero no dije nada, nos levantamos de la mesa y cogidos del brazo atravesamos aquella plaza, salimos a los jardines y nos enfrentamos al Palacio Real.

Ya era noche en Madrid.

Saludos, ¿y esto?, desde este lado del ordenad

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