Para morir en la orilla, una novela de José Luis Correa

“Que mi historia era justo la contraria de la suya. Que al abuelo Colacho le había salido chepa de tanto carenar barcos en la puntilla. Que había ahorrado hasta el último duro para dejárselo a un nieto tarambana, para que este enderezara su vida. Podría habérselo contado a Ernesto Leacock. Pero aquello no era un intercambio de estampitas ni nosotros amigos de pupitre”.

Para morir en la orilla, José Luis Correa. Novela Negra, Alba Editorial, 2022

En los últimos meses han coincidido en librerías tres novelas de escritores de las islas que abordan, desde distintas perspectivas, la inmigración irregular en Canarias. Juan R. Tramunt centra su relato Traficantes de historias en un hombre, Tobias Arencibia, que tras sufrir una experiencia traumática abandona su estilo de vida para ocupar una plaza de Lengua y Cultura Española en un Centro de Integración de Emigrantes en Gran Canaria mientras que Ernesto Rodríguez Abad en Hicham se pone en la piel de un joven africano que aspira llegar a un mundo en el que crezcan “higueras con frutos de oro”. José Luis Correa habla también sobre este mismo asunto en Para morir en la orilla, solo que en clave negra y criminal.

Le sirve de disparadero al creador del detective Ricardo Blanco para narrar un relato de suspense que comienza con la aparición de dos cadáveres en una patera que llega a las costas de la isla y termina con la resolución de un caso en el que, entre otras historias cerradas, se averigua quién asesinó a estos dos hombres, ya que se trata de un asesinato y no de una muerte accidental, producto del terrorífico viaje que emprenden muchos africanos para alcanzar las costas de las islas con el objetivo de alcanzar el sueño que persiguen aquellos que cruzan en pequeñas embarcaciones el brazo de mar que nos separa del continente africano.

Para morir en la orilla hace la novela número doce de Blanco, un personaje que a medida que se publica un nuevo libro de sus pesquisas como investigador privado, lleva camino de convertirse en una de las series más longevas del panorama narrativo nacional, lo que tiene mérito ya que el detective, a veces y a su pesar, desarrolla la mayor parte de sus investigaciones en la capital grancanaria, también en otros puntos de la isla redonda. Correa, a través de Blanco, cuenta en primera persona sus investigaciones y desde Quince días de diciembre (la primera) su protagonista ha ido creciendo en edad y también como persona. Para morir en la orilla muestra un nuevo paso en la evolución de Blanco, quien no pierde pese a la edad el sentido del humor.

Los lectores iniciados saben que la serie dio un volantazo tras la muerte del abuelo del protagonista, Colacho, lo que generó que el círculo de amistades y otros secundarios de la saga se haya ido estrechando.

De momento, José Luis Correa mantiene las constantes que dan credibilidad a su investigador privado, aunque comiencen a detectarse novedades que lo enriquecen si cabe un poco más.

Ricardo Blanco sigue soltero pero mantiene una relación estable con Beatriz, farmacéutica y madre de dos hijos. Esta relación nos lo revela como un hombre si no satisfecho consigo mismo, sí que estable emocionalmente al contar con la complicidad de una mujer. Por una imprudencia pone en peligro a la hija mayor de Beatriz pero sí quieren conocer la razón, léanse la novela. Un título que no defraudará a los que conocen otras historias del detective canario y casi seguro que cogerá desprevenido a quien llegue a ella por casualidad.

En las últimas novelas de la serie el personaje se ha instalado en una cómoda felicidad que en contra de lo que pudiera parecer, es uno de los atractivos de la serie. Se mueve además en escenarios familiares que resultan igual o más interesantes que los casos que debe resolver Rick, Ricardo Blanco.

Sin revelar demasiado de la trama, Para morir en la orilla cumple lo que ya venía anunciando en títulos anteriores, que su personaje, en torno a los 60 años, ya no está para muchos trotes por lo que más pronto que nunca, sus proceder como investigador está más próximo al del cerebral Nero Wolfe (que no salía de su casa para resolver los problemas) que a los de ese caballero andante que fue Philip Marlowe, el detective privado que inspiró al primer Ricardo Blanco, y aliento que se recupera en algunas de las páginas de su última novela.

Encuentro en Para morir en la orilla un personaje que continúa moviéndose con más confianza en los territorios del género negro. Negro y criminal o policíaco, entre otras etiquetas. Transpira compromiso social con la realidad que vivimos no solo explorando la inmigración irregular sino también cómo muchas de estas personas caen en la explotación más descarnada, lo que hace que su viaje a Europa se convierta en una pesadilla. La novela habla también de un caso de corrupción policial y sobre la prostitución, entre otros temas que el escritor va resolviendo a medida que avanza un relato que no llega a las doscientas páginas y que como otras novelas de Blanco se lee sin que uno note que pasa el tiempo.

Estos y otros elementos me hacen pensar que el protagonista de la serie está en un momento de inflexión, que se avecina un cambio interesante en el hábitat que hasta ahora conocíamos del personaje aunque la novela siga las pautas de las anteriores, se narra en primera persona, el tono es irónico, nunca cínico, se cuelan en el texto algunas palabras y expresiones del español que se habla en Canarias y la galería de personajes como de situaciones resultan creíbles. Es otra de Ricardo Blanco pero con novedades aún desdibujadas.

De momento, parece que el detective está terminando por cicatrizar sus heridas físicas y emocionales. Ha encontrado un hogar que calma a la fiera que lleva dentro, una fiera que despierta cuando emprende por su cuenta y riesgo una investigación que lo adentra en lo peor de la condición humana.

Saludos, en la orilla de enfrente, desde este lado del ordenador

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