El cachetón

Hace tiempo solía reunirme en casa de amigos para ver de madrugá la gala de los Oscars. Hacíamos nuestras quinielas con un único premio, invitar a cenar al que tuviera más aciertos. El año en que arrasó El silencio de los corderos fui el ganador. Todavía no me lo explico porque con el paso de los años me fui distanciado de aquella apuesta para dedicar el concurso de mis modestos esfuerzos a otras tareas…

No vi, y no es un suponer, la gala de los Oscar que tuvo lugar este domingo, 27 de marzo, pero me despierto con las portadas de los periódicos y las tertulias mañaneras en radio y televisión no hablando de la injusticia de que una película tan conmovedoramente redonda como El poder del perro solo recibiera una estatuilla a la mejor dirección ni que le robaran literalmente el Oscar a mejor actor a Benedict Cumberbatch, su protagonista, por el trabajo interpretativo que Will Smith hace en El método Williams que, por cierto, si ayer fue la noche de alguien fue la de Will por el castañazo que le soltó al actor y humorista Chris Rock en plena ceremonia cuándo éste hizo una broma de dudoso gusto sobre la mujer del protagonista de El príncipe de Bel Air, que todos tenemos un pasado del que más o menos sonrojarnos.

Lo trágico de este cachetón, sonoro además, es el cachetón en sí mismo. El acto violento de uno contra otro aunque las razones estuvieran (o no) justificadas.

Escucho en esas radios que devoran la mañana con tertulias idiotas que el bofetón probablemente forme parte de un juego, de una broma entre Rock y Williams. También que Chris mantuvo relaciones con la esposa de Will, la actriz Jada Pinkett… Uno hasta comenta entre bromas una cosa muy seria: una gala caracterizada por su solidaridad con lo que está pasando en Ucrania se viene abajo por la muestra de violencia de uno de los nominados, y personaje que finalmente recibe el Oscar balbuceando unas disculpas tardías que me hacen sentir mucha pena por el cine norteamericano que no está viviendo sus mejores momentos.

La gala es un espejo deformado de lo que fue una vez la industria, ahora dominada por esas plataformas que nos quitan el sueño. Will debería de olvidarse de su papel de Mohamed Ali y dedicarse a sus cosas, que es ganar dinero. Si John Wayne hubiera hecho algo parecido no quiero pensar en cómo lo hubiera freído a chascarrillos varios… Lo del tortazo de todas formas es un buen titular, un buen titular para una fiesta que ya no dice nada y que visto lo visto y salvo la hostia en plena cara importa a la gente muy poco.

Leo los repasos que hacen conocidos sobre la gala que aguantaron de madrugada y no sé si ponerme a reír o a llorar. En los periódicos y esas tertulias de pesadilla también así que me quedo, más con el cine, con esa fiesta que nació para promover el cine norteamericano, con el cachetón de Williams a Rock. Un plaf sonoro que de alguna manera simboliza la importancia que está perdiendo un cine como es el estadounidense que hasta el día de ayer era como ir a misa: de obligado visionado.

En fin, que no dejo de ver en redes sociales el soberano tortazo y pienso que vamos atrás como los cangrejos. Que este mundo enloqueció hace ya un buen puñado de años… Putin, Trump y ahora Biden, la Covid-18… esas siete plagas que parecen que no son siete sino muchas más… Puestas así las cosas entiendo pero no justifico el galletazo de Will a Rock, aunque me hace gracias, las cosas como son, el uayyyy que ladra el cómico norteamericano cuando la palma de Williams le calienta la mejilla.

Así que constato lo que somos y lo que somos son sacos de carne, sangre y huesos.

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