Ciudad en llamas, una novela de Don Winslow

Coinciden en librerías dos novelas escritas por dos de los escritores que más venden en el género policíaco, negro y criminal o negro a secas. Pánico, de James Ellroy, y Ciudad en llamas, de Don Winslow.

Para el aficionado, el encuentro en los estantes de estas obras resulta algo parecido a un gran combate de boxeo. A un lado de la esquina el perro rabioso de Ellroy que intenta volver a los orígenes explotando su instinto de pelea. En el otro, el mucho más sereno Winslow, un escritor preocupado porque sus novelas fluyan aunque se traten de monumentales retratos sobre el narcotráfico (la trilogía de El poder del perro, El cártel y La frontera) o de un podrido departamento de policía (Corrupción policial).

Don Winslow regresa ahora con Ciudad en llamas, primer volumen de lo que se presume será una nueva trilogía, una novela que se desarrolla en uno de los estados más pequeños de Norteamérica, Rhode Island, y en concreto la capital de ese estado, Providence que fue el lugar de nacimiento de un gran narrador de literatura fantástica llamado H. P. Lovecraft.

Ciudad en llamas tiene la particularidad de desarrollarse en un territorio que no es habitual en las novelas del género, aunque en la historia confluyen todos los elementos que el aficionado leído conoce de la A hasta la Z: rivalidad entre bandas, en este caso irlandeses e italianos, los afroamericanos llegan un poco más tarde pero se mantienen como secundarios; corrupción policial y un relato que se inspira, y Don Winslow no lo disimula, en La Ilíada de Homero, solo que donde uno se encuentra con Elena y Paris, de quien se enamora locamente y rapta, están Liam y Pam, el hermano del primero, Pat, que podría hacer de Héctor y Danny, el protagonista de la novela que, si seguimos con las comparaciones, se puede identificar como ¿Eneas?

Don Winslow que ha leído La Ilíada y, es un suponer, La Odisea, adapta situaciones de la primera como la recuperación del cadáver de uno de los protagonistas por el padre y mantiene como secundario con líneas de diálogo y cierta importancia a Casandra, la adivinadora del gran poema épico de Homero que aquí, en Ciudad en llamas, es Cassey. Hay otros personajes que el lector iniciado en el clásico literario puede ir identificando si así lo desea. Entre los enemigos aparece Sal, una suerte de Aquiles que pierde la razón cuando asesinan a su amante, por lo que la novela traduce con chispa el universo clásico para adaptarlo sin necesidad de calzador a los años 80 del pasado siglo.

Como otras novelas de Don Winslow, hay buenos y malos. Hay troyanos y aqueos, para que nos entendamos. Puestas así las cosas y conociendo el final de La Iliada, una ya conoce el final pero aquí y entre nosotros poco importa.

La prosa de Winslow es muy eslástica y demoledora. Se trata de una escritura que siempre va hacia adelante con ligeros retrocesos para conocer algo fundamental en el pasado de los personajes Solo una queja, una queja inimaginable en el universo de Ellroy, donde todo lo que se mueve resulta a la postre malvado, en las novelas de Winslow siempre hay personajes buenos y malos, tallados de una pieza. Danny es uno de los buenos, un tipo que trabaja para la mafia irlandesa que se dedica a los sindicatos pero no a las drogas.

Lo de las drogas es fundamental porque para el escritor es un delito mucho más grave que mantener a los sindicalistas en un puño para que hagan la vista gorda con las cosas que entran y salen del puerto. Lo expresa claramente uno de los personajes:

“Lo nuestro son los sindicatos –añade Bernie–, los chanchullos de la construcción, los préstamos, el juego. Hemos robado mercancías en los muelles, hemos atracado camiones, pero nunca nos hemos dedicado a la prostitución, ni le hemos vendido veneno a la gente para que se lo meta por vena. ¿Por qué? Porque vamos a confesarnos los sábados y a comulgar los domingos y porque sabemos que tendremos que responder de nuestros pecados ante el Señor”, una moral que no deja de resultar inquietante ya que los enemigos, la banda por la que pelean para hacerse los dueños del negocio, y cuya procedencia es italiana, profesa también la fe católica aunque estos últimos no tienen, al parecer, los problemas de conciencia de los irlandeses.

Al margen de esta lectura, que aproxima al demócrata Don Winslow a decantarse más por los descendientes de la isla verde que por lo italianos, muy marcados por jerarquías, Ciudad en llamas se lee en un suspiro. El escritor norteamericano es un especialista para que sus novela no se lean sino que se devoren literalmente. Y con Ciudad en llamas pasa eso mismo aunque también produzca un efecto a la inversa una vez se ha digerido y es la facilidad con la que la historia y los personajes desaparecen de nuestra cabeza cuando nos dedicamos a otras cosas.

¿Quién ganaría por k.o. en un combate entre Winslow y Ellroy? No lo sé, la verdad. El primero en un buen peso pesado con el que pasar el tiempo y olvidarse de las fatigas de la vida diaria; el segundo es un golpeador nato, un tipo acostumbrado a venderse como un perro rabioso… Digamos entonces que el combate del siglo quedaría en un honroso empate con ambos púgiles a punto de besar la lona.

Saludo, el viejo Odiseo tuvo razón, desde este lado del ordenador

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