Adiós a todo eso

Recibo el aviso que José Luis Balbín ha muerto y pienso en el presentador y periodista (esto es más importante de lo que se cree) que condujo La clave cuando todavía éramos jóvenes y creíamos en algo.

No sé que edad tendría entonces, pero en mi casa lo seguían de cuando la televisión era en blanco y negro. Luego llegó el color y le pudimos ver los colores a José Luis Balbín. Si uno recuerda alguno de aquellos programas reconocerá que comenzaba con una presentación de los invitados, el tema a debatir, la exhibición de una película relacionada con la charla y la tertulia con una media de seis invitados por programa.

Gracias a La clave pude ver El planeta de los simios, una de esas películas que me cambió la vida. Siempre me cayó mal el arrogante Taylor, el astronauta que desprecia a los monos porque se cree superior. Nunca olvidaré a Cornelius y sobre todo a la doctora Zira, que debe ser la primera y última mona de la que me enamoré gracias al cine.

No recuerdo ni de qué iba ni de quiénes estuvieron en aquel debate pero aún le guardo agradecimiento especial a Balbín por eso.

La Clave nació con vocación de ser un programa de tertulia serio porque se tomaba en serio. Desde los títulos de crédito, la cosa anunciaba seriedad por los cuatro costados gracias a la música, que fue compuesta expresamente para el programa por Carmelo Bernaola.

En La Clave se fumaba, estaba permitido entonces. Y creo que también se bebía. Al menos algunas risas nos cogimos con Balbín sobrio al principio de la emisión y con el Balbín digamos que festivo con los que despedía aquel kilométrico programa. Claro que esto de que estaba sobrio y terminara alegre puede ser un infundio de los monárquicos.

Si uno revisa algunos de los debates que se encuentran en You Tube, descubrirá una forma de hacer periodismo televisivo que hoy chirría. En La Clave se charlaba y no recuerdo yo que se chillara. En ocasiones se producían momentos de alta tensión, como el que se vivió en el estudio con Enrique Tierno Galván, político, sociólogo, jurista, ensayista, fundador del Partido Socialista Popular y alcalde de Madrid; Santiago Carrillo, Secretario General del Partido Comunista de España y el filósofo francés Bernard-Henri Lévy.

Les rogaría que lo vieran. Uno se siente orgulloso de cómo torean Tierno como Carrillo a Bernard-Henry Lévy.

Veo ahora fotografías de José Luis Balbín sin barba, lo que me resulta curioso porque para mi siempre tendrá barba y una pipa como Maigret en los labios. Pero más allá de la imagen que proyectó, si me emociona ahora recordarlo es por su voz. Una voz que a veces planteaba preguntas con una risilla para despistar.

Se es consciente de que va resultar difícil que vuelvan estos programas. Conducidos por personas no sé si inteligentes pero con olfato para oler la noticia e invitados serios. Tan serios que incluso los cómicos parecían descafeinados. Con la ausencia de Balbín me doy cuenta que la televisión que conocí entonces desaparece, que ya no es tiempo de dinosaurios aunque cuando despierte sigan ahí.

Afortunadamente, nos queda mucho Balbín en las redes sociales así que volver a él es como volver a un país de nunca más. Esa España que comenzaba tímidamente a tomarse en serio porque estaba aprendiendo a dejar atrás el miedo que todavía llevamos dentro. Parece que no, pero el periodista que hablaba con esa voz que te metía en el bolsillo me ayudó a ver las cosas con otra mirada. Golpito a golpito. Obligándome a dejar atrás todo eso.

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