Aniquilación, una novela de Michel Houellebecq

El éxito de un escritor como Michel Houellebecq es típicamente francés. Solo en Francia se entiende que irrumpa en la arena literaria un autor como él. En España, y por mucho que se esfuercen, ya se hubiera tirado por un barranco a un autor de esta clase. La causa, probablemente, porque su literatura con sus idas y venidas te sacude por dentro y, lo que me parece más atractivo, al menos en nuestro caso genera preguntas y en otras, si no respuestas, una reflexión sobre muchas cosas pero sobre todo de nuestro tiempo que deja literalmente sin aliento.

Se trata además de un escritor que en todas sus novelas, en las mejores y en las peores, que haberlas las tiene, sabe emocionar. Y conmover también. En otras incluso mirar con cierta amarga distancia el futuro que nos espera como especie. Hay, en este aspecto, algo de animal sin domesticar en los libros de Houellebecq. Un pensamiento que rompe con lo establecido sin necesidad de violencias. La franqueza de su escritura, muy acentuada en Aniquilación, sigue resultando por ello anonadante aunque no se trata Aniquilación, ni de lejos, de lo mejor que ha escrito hasta la fecha.

Entre los inconvenientes de la novela es que da la sensación de que queda todo en el aire. Que las tramas, alta política, una conspiración terrorista en clave ¿satánica?, atentados varios; la relación que mantiene su protagonista con su mujer y la familia, se dispersa y abandona en las casi seiscientas páginas de un libro que, como otras obras generosas en páginas escritas por Houellebecq, se queda en nada. De hecho, se nota que la descripción de los sueños que tiene su protagonista están escritos para llenar páginas. Son cápsulas independientes y afirmaría que innecesarias dentro de una novela que fluctúa, que no hace equilibrio, que se pierde en sí misma capítulo tras capítulo. Se aprecia, no obstante, que ahí late el talento del escritor pero no brilla ni resplandece como sí lo hace al principio y al final de la novela. En estos tramos, se encuentra uno con el escritor que lo sorprendió la primera vez que leyó algo suyo. Digamos que Las partículas elementales e incluso Ampliación del campo de batalla
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Pero estamos ante otro Houellebecq, escritor que inició una nueva ruta narrativa en Serotonina y que prosigue ahora en Aniquilación. Es decir, la mirada despiadada sigue siendo la misma pero sin la amargura ni la desesperación que venía arrastrando en sus obras anteriores, libros en la mayoría donde además de escribir sobre la soledad, reflexionaba sobre la muerte. Temas, por otro lado, que están presentes en Aniquilación pero sin el barniz escéptico de entonces. Es como si el escritor mirara ahora el vaso medio lleno y no medio vacío.

Este optimismo que describe el pulso de un hombre que al final está aprendiendo a vivir consigo mismo y sobre todo con los demás, carece de estridencias y por supuesto de ningún asomo de sentimentalismo, por lo que creo que si sigue ahondando en esta vida, aunque ya no sea el niño terrible de las letras francesas, Michel Houellebecq no se traiciona así mismo como he leído, sino más bien al contrario, sigue siendo uno de los mejores cronistas de nuestro tiempo de las clases medias acomodadas no solo francesas sino también de la Europa comunitaria a la que han metido en una guerra.

Cuando se publicó Aniquilación en Francia la única guerra que existe en la novela es la de ese grupo terrorista que se disuelve en las páginas, pero sí que se explica que en el año en el que se desarrolla, 2027, Francia ya no será la nación que fue ayer. El sistema se mantiene pero casi por inercia. Estamos, aunque no profundice en ello, en la antesala de un nuevo orden, de una nueva realidad que está muy por encima de nosotros.

Estructurada en seis partes, la mitad, la que empieza desde la segunda y termina en la quinta, es una sucesión de rellenos que se leen, eso sí, bastante bien pero que no aportan demasiado a la historia. Son momentos de una vida, la de Paul Raison, asesor del ministro de Economía y Finanzas, Bruno Jorge; con el señor ministro así como con su familia y su mujer.

Este itinerario existencial por una vida rutinaria pero acomodada no satisface al protagonista, quien se deja llevar por la corriente hasta que de pronto todo parece que se viene abajo salvo el sexo. El sexo como nexo de una existencia que se le va en un parpadeo como, paradójicamente se nos va de los dedos al resto de los mortales. La conclusión es que la vida, como dice el título de la novela, es un proceso continuo de aniquilación.

Todo esto contando con demasiados puntos muertos en casi seiscientas páginas. Más próxima a la caótica propuesta de La posibilidad de una isla por su extensión que de otras obras de un escritor que incluso ahora que está reconciliado con su entorno, cuando muerde, muerde de verdad.

Saludos, calor, desde este lado del ordenador

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