Mil doscientos pasos, una novela de Juan Cruz

“Mi padre había estado en la guerra, por Zaragoza, como el maestro, y tenían muchas cosas que parecían comunes, incluido el tipo de armas que lucieron, pero no el bando al que habían pertenecido. Aunque de eso no se hablaba en casa, luego trascendió que el maestro había estado de parte del gobierno republicano, mientras que mi padre fue llevado voluntario; era así: te mandaban como voluntario, a luchar a favor de los insurrectos, aunque él nunca hubiera tenido esa preferencia, puesto que era un anarquista cuya madre le había obligado a lucir un uniforme que le duró lo que un suspiro”.

(Mil doscientos pasos, Juan Cruz Ruiz, Alfaguara, 2022)

Tengo la sensación cuando leo cualquier novela de Juan Cruz Ruiz que ya he leído ese libro. No sé si les pasará a otros lectores pero esto es lo primero que pienso cuando abro las tapas de Mil doscientos pasos, aunque más tarde, cuando la historia coge velocidad de crucero, me de cuenta al llegar a las páginas finales que estaba equivocado. No demasiado, seamos justos, pero sí que algo porque lo que sucede como una avalancha en su tramo último sí que no me hace evocar otras novelas del escritor y periodista.

Mil doscientos pasos es una novela que destila nostalgia por los cuatro costados. También de reconquista de la memoria. La literatura de Juan Cruz Ruiz es sobre todas las cosas una literatura que insiste casi siempre en el mismo asunto: la memoria reconquistada. Es decir, que estos libros adopten la forma que quieran, ahora una novela, están fuertemente atados al pasado que el escritor reconstruye. Un pasado muy subjetivo ya que no le hace ascos a la ficción.

Los protagonistas de esta historia resultan por eso mismo tan reconocibles e identificables para quien ya esté iniciado en los conflictos literarios de Juan Cruz. Que conozca, aunque sea meridianamente, las constantes de su literatura.

La novela retrotrae al pasado y al barrio en el que creció el escritor y periodista. Tuve hace unos años el privilegio de conocer aquella casa de la mano del propio Juan Cruz. Y sí, allí mismo comprobamos los que nos apuntamos a aquel singular viaje en busca del pasado del escritor que muchos de los elementos que circulan por sus novelas están basados en circunstancias reales. En situaciones que más tarde transformaría en literatura este hijo del Puerto de la Cruz. Con todo, y siguiéndole desde hace ya unos años, me pregunto como sería una novela, un cuento si quiera, salido de su imaginación sin explotar el formidable disco duro en el que deben de estar concentrados sus recuerdos.

Si algo me sorprende de la gente que conozco es su capacidad para recordar hechos del pasado, del pasado que han ido construyendo su historia. Y escribo que me sorprende porque me confieso absolutamente incapaz de evocar los acontecimientos menos graves que me sucedieron cuando tenía otra edad. Sí que están grabados los tristes y alguno alegre, pero no aquellos que no significaron nada en mi existencia. Leyendo a Juan Cruz como cuando hablo con un amigo que tiene esa misma capacidad de recordarlo todo con admirable precisión me pregunto hasta qué punto estimulan y hasta qué punto fabrican con ficción su inspiración. En el caso del amigo, tengo la respuesta: recrea su pasado como mejor le parece. No lo tengo tan claro cuando leo algún libro de Juan Cruz, libros que camufla como novelas, y mucho de novela tiene, claro, solo que como les decía al principio tengo siempre la sensación de que eso ya lo he leído en un libro anterior del mismo autor.

Curiosamente, el final de Mil doscientos pasos no me disgusta como sí me disgusta el de anteriores libros del autor. Creo, además, que lo mejor de esta novela se encuentra en sus páginas finales quizá porque tengo la sensación de que lo he leído en otra parte pero no en una novela de Juan Cruz. Reconozco también a un escritor más elástico con las expresiones que pronunciamos en esta tierra, y que repite varias veces pero sin abusar un insulto que en Canarias decimos de otra manera a cómo lo dicen en territorio peninsular. El sonoro pollaboba por el gillipollas mesetario. Hay otras palabras que compartimos aquí que ocupan su sitio en la novela, así que esta historia de un niño que está aprendiendo a crecer, su madre y el profesor republicano al que un falangista le perdona la vida entre otros personajes se convierte en un material literario diría incluso que inédito en la producción literaria de Cruz Ruiz.

La novela está dedicada, entre otros personajes, “A don Domingo Pérez Minik”, el crítico tinerfeño que nos enseñó hace años que Tenerife tuvo su propia facción surrealista y que para Juan Cruz es como un sabio venerable, rasgos que derrama sobre el maestro republicano que enseña pero tiene miedo, mucho miedo, de lo que puedan hacer con él los que han ganado la guerra. Al final… al final lo mejor es que se compren Mil doscientos pasos y descubran que cualquier tiempo pasado no tuvo que ser necesariamente mejor.

Saludos, agrupémonos todos, desde este lado del ordenador

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