Un tipo llamado John Huston

No termina de cuajar entre algunos especialistas y críticos el cine de John Huston (Nevada, Misuri, 5 de agosto de 1906 – Middletown, Rhode Island, 28 de agosto de 1987) lo que, sinceramente, no entiendo porque pese a que sí, admitamos que cuenta con películas que se escoran peligrosamente a lo malo por aburrido, también cuenta con cintas que a un servidor le abrieron hace mucho tiempo los ojos.

Entre esas películas que a mi me parece que se rodaron solo para mis ojos (otra vez los ojos) cito de memoria El tesoro de la Sierra Madre, Cayo Largo, La reina de África, Los que no perdonan, Vidas rebeldes y El hombre que pudo reinar. Y sí, claro que hay otras muchas más películas en la filmografía de este cineasta y actor que centró gran parte de su obra en contarnos historias de y sobre perdedores que somos la mayoría de los mortales, y que ya con bastantes años encima fue capaz de reflejar esa digamos obsesión por los que lo han perdido todo pero sin embargo siguen adelante en un filme pequeño, de factura que hoy denominaríamos como independiente, que se titula Fat City, una historias de boxeadores del arroyo, de tíos que además de medir las fuerzas en el cuadrilátero se refugian en la barra de un bar para diluir las penas de una nueva derrota.

Como todo el mundo sabe, John Huston fue hijo de su padre, un extraordinario actor, Walter Huston, y guionista antes que director.

Como casi todo el mundo conoce, la primera película del cineasta fue El halcón maltés, basada en la novela del mismo título de Dashiell Hammett, una obra, la literaria y la cinematográfica, que puso patas arriba el cine policíaco y que presentó no sé ahora si por primera vez pero sí bajo la presencia de Humphrey Bogart, al detective privado tal y como lo conocemos. O conocimos. Un tipo bronco, duro como una roca pero con un punto sentimental que casi siempre hace que se enamore de la chica equivocada.

En español contamos por fortuna con excelentes traducciones de algunos de los libros que fue escribiendo a lo largo de su para nada aburrida existencia, como una autobiografía que se lee en un plis plas no porque cuente demasiadas cosas interesantes, que el viejo se las guarda, sino por la manera en que está escrita. Se encuentra además un sobresaliente reportaje sobre La roja insignia del valor que firma la periodista Lillian Ross que recomiendo no solo a los que han visto esta película que sin ser de lo mejor de Huston, respira mucha autenticidad y tiene mensaje. Uno de ellos es la inutilidad de todas las guerras, más si son civiles, las que enfrenta en el campo de batalla a hermanos contra hermanos, que de esas cosas sabemos mucho en este país de perdedores que es España. Basada en la estupenda novela de Stephen Crane (aviso a navegantes, los que gusten de este escritor están tardando en hacerse con la voluminosa biografía que escribió Paul Auster con el título de La llama inmortal), la película, la historia de un soldado yanqui que huye del combate está interpretada (y aquí está una de sus grandes ironías) por Audie Murphy, uno de los soldados distinguidos con mayor número de condecoraciones del ejército norteamericano…

Bebedor, fumador de cigarros puros, amigo de sus amigos y uno de esos tipos que no dejaban de sorprenderse por las contradicciones de ese mono sin pelo que es el ser humano, John Huston cuenta por fortuna con una filmografía abultada ya que continuó dirigiendo hasta que el cuerpo le dijo basta por aquello de la vejez.

Entre sus últimas películas cuenta con obras tan interesantes como El honor de los Prizzi y Dublineses (Los muertos), que adapta el relato del mismo título de James Joyce que a mi, particularmente, me parece un más que digno testamento con el que poner fin a una carrera que cuenta con filmes rodados con cuatro cuartos, como Paseo por el amor y la muerte, y ambiciosas pero frustradas adaptaciones de grandes novelas al cine como Bajo el volcán, de Malcom Lowry, de la que se cuenta una anécdota que, sea o no verdadera, muestra el lado vanidoso de un hombre que así se describe sin sonrojo alguno en sus Memorias.

La anécdota cuenta que Huston tuvo siempre un vaso de whiskie durante el rodaje de la pesadilla alcohólica que vive el protagonista de la película solo que no se trataba de whiskie sino té, té helado. En fin, que nadie es perfecto y mucho menos un guionista y director al que se le puede criticar que rodaba en ocasiones demasiado deprisa, casi como si corriera contra el tiempo.

En la filmografía del cineasta hay películas para todos los gustos y de casi todos los géneros. Uno puede toparse con western, como El juez de la horca, con guión de John Milius, y protagonizada por un Paul Newman que no termino de ver como el juez Roy Bean (antes, mucho antes lo había hecho Walter Brennan rozando la perfección en El forastero, de William Wyler) y una suerte de La reina de África, solo que en otro escenario, titulada Solo Dios lo sabe en la que saltan chispas entre una novicia (Deborah Kerr) y un soldado norteamericano (Robert Mitchum) que llega como náufrago a una isla que está a punto de ser invadida por el ejército japonés. Dirigió además un largometraje del que no estaba muy satisfecho pero que a mi me parece muy interesante como es Éramos desconocidos, rodado en La Habana a finales de los años 40 y con John Garfield y Jennifer Jones como protagonistas.

Como saben muchos, algunos de los hijos de John Huston hicieron carrera en el cine como su hija Anjelica y Danny, y que rodó en los años 50 con un guión en el que colaboró Ray Bradbury (el escritor cuenta aquella experiencia en una deliciosa novela, Sombras verdes, ballena blanca) y que se rodó en parte en Gran Canaria, donde más que Huston y la ballena blanca que da nombre al largometraje, Moby Dick (1956), provocó una revolución en la capital de la isla que un tipo como Gregory Peck andara por ahí. El maestro Emilio González Déniz habla de todo eso en Hotel Madrid, una novela que pide a gritos su reedición.

En fin, que me pasaría el día hablando de y sobre el cine de John Huston, un cineasta al que odié y desprecié con toda mi alma cuando lo vi interpretar al corrupto y bastardo multimillonario en Chinatown y al que amé y sigo amando cuando reviso sus películas, incluso aquellas en las que apenas se aprecia su huella, su mirada profunda para los que están acostumbrados a despeñarse en la vida, esos que llaman los descarriados.

Por éstas y otras razones considero a John Huston “uno de los nuestros”, un tipo que se pregunta en sus Memorias :

“¿Qué harías y qué no harías si volvieras a empezar de nuevo?”

Y responde:

“Pasaría más tiempo con mis hijos.
Ganaría el dinero antes de gastármelo.
Aprendería los placeres del vino en lugar de los de las bebidas fuertes.
No fumaría cuando tuviera pulmonía.
No me casaría por quinta vez”.

En fin, la leyenda de un indomable. Un tipo llamado John Huston.

Saludos, va por ti y lo sabes, desde este lado del ordenador

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