Adiós mundo cruel

“Pienso que las notas de suicidio están escritos en esta lengua que menciona Améry y por esa razón su lectura comparada es muy pertinente para avanzar en las contradicciones irresolubles del suicidio, para dejar constancia de cómo estos hombres y mujeres llegaron a ese momento, a ese instante previo a la muerte en la que escribieron sus últimas palabras”.

(Notas de suicidio, Marc Caellas)

No me atrevería a decir (aunque otros sí que lo hagan) que existe un género o subgénero literario que tira a lo excéntrico con forma de ensayo. Un género que estudia y propone reflexiones sobre temas que no son del agrado de la mayoría.

Es verdad que estos libros tienen mucho de provocador pero también nacen para normalizar actitudes frente a fenómenos que no resultan muy agradables.

Hace mucho tiempo atrás, apenas unos cuantos días después de que los dinosaurios dejaran de dominar la tierra, leí un libro de tapas grises publicado por Tusquets Editores en la colección Cuadernos Ínfimos con el nombre de Nuestras hermanas las ratas en la que su autor, Michel Dansel, proponía y con argumentos de peso una defensa encendida de estos animalitos con los que convivimos y con los que apenas nos cruzamos sea de día o de noche. El libro, que fue elogiado entre otros por el cineasta Luis BuñueL, me hizo cambiar mi forma de ver a estos simpáticos e inteligentes animales que disfrutan de mucha popularidad en cuentos infantiles y películas de dibujos animados. De hecho, la primera gran estrella del cine de dibujos animados fue un ratón, Mickey, Mickey Mouse, y más adelante Speedy Gonzales entre otros roedores de animación que han pasado a formar parte del género.

Estas series de televisión y películas sin embargo no han hecho demasiado esfuerzo para que nuestra forma de percibir a las ratas y a los ratones sea distinta. O más positiva sino todo lo contrario. Ratas y ratones siguen siendo vistos por la mayoría como detestables alimañas. Bichos indeseables a los que solo se tolera (y el que tolera, desprecia) porque no se dejan ver. Viven bajo tierra, en las alcantarillas.

Recordé la grata lectura que me produjo Nuestras hermanas las ratas leyendo Notas de suicidio (Ediciones La uña rota, colección Libros robados, 2022), un libro de Marc Caellas en el que hace un recorrido escueto, apenas supera el centenar de páginas, sobre la última voluntad de los que deciden, por razones en la que no vamos a entrar ahora, decir adiós a este mundo cruel.

Hace unos años germinó en mi centro de operaciones la idea de escribir un libro que recogiera las últimas palabras de los que están a un paso de morir. Casi todo el mundo conoce lo que dicen que dijo Goethe antes de marchar al otro mundo, por si existiera otro mundo, “Más luz, más luz”. O la desarmante y dramáticamente terribles palabras que pronunció Charlotte Bronte en su lecho de muerte: “No voy a morir, ¿verdad?”. William Burroughs escribió un atípico guión de cine que tituló, precisamente, Las últimas palabras de Dutch Schultz. El Holandés fue un gángster que traficó con licores durante la Ley Seca que se impuso en los Estados Unidos de Norteamérica en la década de los años veinte y que fue ametrallado hasta la muerte en un bar…

Con esto lo que pretendo decir es que antes de despedirnos de este valle de lágrimas cualquiera, por norma general, desea poner su punto y final con una frase que sea definitiva de todo lo que fue un proyecto de vida que ahora se disuelve; un epitafio que resuma lo que fue y lo que espera sea el tránsito de lo que vendrá. Si viene algo…

Lo interesante del libro de Marc Caellas además de la recopilación de varias notas de suicidas famosos es la reflexión que propone sobre el suicidio que sigue siendo una manera de despedirnos del mundanal ruido que todavía provoca recelo por emplear una palabra no demasiado redundante. El escritor y autor teatral se atreve a tomar el pulso del suicida antes de que adopte su trágica decisión y a través de un inteligente análisis de las últimas notas que escribieron asegurar que ninguna de estas líneas escritas bajo tanta tensión “deben tomarse en balde”.

En este aspecto, Notas de suicidio es un libro que pese a tocar un tema digamos que tan poco agradable logra, al menos fue nuestro caso, que miremos esa realidad con otra mirada. Con otros ojos.

Me imagino que como a muchos, cuento con una serie de amigos que se fueron al otro barrio voluntariamente. En todos los casos fue la desesperación y estar sumidos en una depresión de caballo lo que les llevó a tomar esta fatal decisión. Uno de ellos tuvo incluso la sangre fría de atiborrarse de pastillas para quedarse dormido con los cables del equipo de música rodeándole el cuello. Mi amigo, una persona especial y muy querida, no dejó una nota de suicidio pero si que escribió unas palabras en el espejo del cuarto de baño en la que se leía: “Te quiero, mamá. Te quiero, papá”. Sus padres fueron, precisamente, los que encontraron el cadáver y no creo que se hayan recuperado desde entonces de la muerte de su hijo pese a que su última voluntad fuera la de expresarles su cariño.

La lectura del libro de Marc Caellas es tremendamente amena y genera preguntas. Estructurado en capítulos muy cortos, en todos ellos intenta estudiar escuetamente esas notas que se encuentran junto al suicida “para consolar a los padres”; las que están dedicadas al “marido/esposa”, “el suicido en pareja”, que es una variante curiosa porque acompaña por decirlo de alguna manera un acto tan solitario; la nota de suicidio “escueta”, “inmadura, “avergonzad” y un largo, largo etcétera de lo que podríamos pensar que escrito así se trata de casi un género o subgénero literario.

Por el libro desfila además una serie de gente famosa que recurrió a adelantar el final de su vida a través del suicidio. Algunos de los que aparecen en la obra de Marc Caellas son el escritor norteamericano Robert E. Howard, el creador de Conan, el bárbaro, que se voló la tapa de los sesos cuando conoció la muerte de su madre: “Todo voló, todo acabó / Por tanto levantadme sobre la pira / El festín ha terminado / Y la lámpara ha expirado” o la actriz Jean Seberg, que dejó escrito a su hijo “Diego, mi hijo querido, perdóname / No podía vivir más. / Compréndeme. / Sé que puedes hacerlo y sabes que te quiero. / Sé fuerte. / Tu mamá que te quiere”.

Se puede entender como paradójica y sí, se admite también como contradictoria, la nota que escribió Yukio Mishima antes de su final: “La vida humana es breve, pero yo quisiera vivir siempre”. O la que garabateó en letras mayúsculas Syd Vicious: “HICIMOS UN PACTO DE MUERTE, YO TENGO QUE CUMPLIR MI PARTE DEL TRATO. POR FAVOR, ENTERRADME AL LADO DE MI NENA. ENTERRADME CON MI CHAQUETA DE CUERO, VAQUEROS Y BOTAS DE MOTERO. ADIÓS”.

Hay más notas escritas por escritores, músicos, artistas que decidieron marcharse de este mundo cruel escribiendo unas pocas líneas en las que más que justificar su huida, aspiran con unas pocas frases no a explicar su decisión sino a poner el punto y final a una existencia amarga o, en algunos de los casos, adelantarse a la propia muerte.

No sé quien dijo que el suicidio es un acto de libertad suprema y que por su alcance muy pocos se deciden a tomar quizá porque estamos aferrados a una existencia que se acaba cada día que pasa, pero la esperanza es lo último que se pierde aunque en este caso todos los suicidas la han perdido.

El caso es que tras leer este libro mi idea sobre asunto tan delicado y polémico ha cambiado. Tanto, que ahora entiendo que la mayoría de los que se van al otro mundo busquen procedimientos para coger el pasaporte definitivo de la manera más fácil y menos indolora.

El autor del libro asegura que así se muere –rápido y sin dolor– quien quiere morirse voluntariamente en un centro especial localizado en Suiza. Basta con pagar 10.000 euros para que el suicida que no busca el sufrimiento antes de la muerte diga adiós definitivamente. No especifica el libro si se le permite estar rodeado de los suyos.

Durante la lectura de este libro singular, extraño y con un poder de agitación que más desarrollado sería capaz de hacer mover montañas recordé una excelente novela de Gore Vidal titulada Mesías y en la que propone cómo un iluminado termina por convencer a la humanidad que lo mejor que puede hacer es suicidarse. Pronto, esta nueva religión cosechará millones de adeptos hasta dejar el planeta prácticamente sin seres humanos. Y no les cuento más con el ánimo de que alguno de ustedes se atreva a leer una novela que como otras de su autor toca el corazón y la cabeza.

Pero despidámonos ya, que es hora de irnos aunque de momento no sea al otro barrio, con un pequeño fragmento de Notas de suicidio, un libro de Marc Caellas:

“El suicidio es un a perfomance de la que su artista desaparece, dejando a los que siguen vivos la tarea de limpiar las ruinas, resolver los conflictos, gestionar los trámites. El cuerpo, el entierro y la culpa caen sobre los demás, que se ven forzados a cerrar la representación tras la salida de escena repentina del causante de todo el show”.

Escrito así solo cabe pensar que como muy bien cantó La Lupe la vida es, decididamente, puro teatro.

Telón.

Saludos, a los que fuimos educados en la violencia y en la muerte, desde este lado del ordenador

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