Aguasvivas, un cortometraje de Josep Vilageliú

Josep Vilageliú es uno de los cineastas canarios, aunque su caso sea el de un canario/catalán, más productivos que existen desde que apareció el cine por estas costas atlánticas. No ha parado desde los años 70 de rodar y estrenar películas muy personales pero también y en algunos casos desiguales. Nadie, sin embargo, le puede negar su sello de autoría, una mirada limpia por transparente en una serie de trabajos que en los últimos años ha etiquetado como de “cine leve” sin que todavía me haga una idea aproximada de lo que se quiere decir con leve en esto de su cine. A su lado, y como infatigable compañero de fatigas audiovisuales, Daniel León Lacave y algún director más que ahora mismo se nos escapa pero que sí forman parte de este clan “leve”. Un cine, el que insiste en su levedad, que si por algo se caracteriza intento razonar es por su absoluta libertad a la hora de rodar. Se quiera o no contar historias.

El cine de Josep Vilageliú es un cine muy personal al que se le puede acusar de cierto cripticismo pero eso no quita que película a película (ya son más que un generoso puñado) su trabajo tenga unas señas de identidad que a mi juicio convierte a su director en un autor. ¿Es cine de autor entonces el que firma Vilageliú? Me atrevería a decir que sí porque desde que lo llevo siguiendo, más o menos desde los 80 e incluso antes, sus técnicas narrativas siguen siendo más o menos las mismas solo que depuradas con el paso de los años.

Aguasvivas, rodada en julio del 2022 en el monte de Las Esperanza (Tenerife), es un cortometraje que recupera lo mejor y también lo peor de la cinematografía de Josep Vilageliú. Lo mejor es la capacidad hipnótica que tiene para que el espectador se quede sentado contemplando imágenes con una poderosa fuerza visual y lo peor es que sigue siendo un hombre que rehuye contar cosas para todos los públicos. En este sentido, o uno acepta las reglas que propone con su cine o las rompe y a otra cosa. En nuestro caso, y hace ya algún tiempo, aceptamos el juego. Un juego que consiste en dejarse llevar por las imágenes y no por lo que cuenta. Y eso que lo que se cuenta en Aguasvivas lo refuerza la voz en off de Miguel Ángel Rábade (un habitual en el cine de Vilageliú) que explica que son, precisamente, las aguasvivas.

Y aguasvivas, solo que con encarnación humana, son los protagonistas de la cinta, personajes sin identidad y sin pasado, solo dos personajes, que interpretan Cristina Piñero y Norberto Trujillo, también habituales en el cine no solo de Josep Vilageliú sino de otros cineastas leves.

La película se desarrolla en exteriores y apenas hay primeros planos sino generales y con poético movimientos de cámara. Se da prioridad así al elemento natural en el que se encuentran esta especie de Adán y Eva, estas aguasvivas que viven en un paraíso que solo invita a jugar. A jugar con los reflejos del sol mientras devoran una manzana; a tirarse las piñas de los pinos del bosque o a entablar luchas de broma imitando a dos ciervos salvajes. Al caer la noche, el juego se convierte en luces y sombras mientras la oscuridad vaticina el final de un cortometraje que si uno entra en él, resulta gratificante y potente. De subyugante reflexión.

Como en otras películas de Josep Vilageliú y pese a su espíritu leve, las cuestiones técnicas están muy cuidadas, más cuidadas incluso que las de guión que, en el caso del cineasta canario/catalán es una norma que asume desde que prácticamente se puso a dirigir películas.

Claro que las películas de Vilageliú son, como ya se dijo, otra cosa. Se tratan de producciones muy personales que no se preocupan por contar historias pero sí la de mostrar (con o sin silencio) emociones. Y emociones hay muchas en su filmografía aunque en los últimos tiempos he notado otra voluntad, otro entusiasmo por dotar a estas emociones de sustancia, casi como si se esforzara en que el espectador pesque sus claves.

Se equivocan por eso los que creen que el cine de Vilageliú es demasiado intelectual porque no lo es. El cine de Vilageliú responde solo a emociones ya que hace caso al pálpito de su corazón . En este aspecto, aspira a que unos y otros interpreten señales con las que racionalizar un universo que, pese a su dispersión, no resulta caótico.

El caso es que su producción, sobre todo la que acuña como leve, nos deja seguir el rastro de un hombre de cine al que si tuviéramos que definir creo que el mejor título que lo representaría es el de un poeta. Y la poesía, o lo que entiendo como buena poesía, más que contar una historia muestra sentimientos y refleja emociones.

A modo de conclusión, uno se pregunta porque un trabajo de este calado nunca encontrará su hueco en los catálogos Canarias en corto. Probablemente, razono, porque ese catálogo perdió hace ya unos años su vínculo con el mundo real. Ese mundo real que no es otro que el cine que hace gente de aquí en escenarios naturales de aquí.

Y esto, sea o no provinciano, no admite discusió.

Saludos, se ha dicho, desde este lado del ordenador

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