Ay, Santa Cruz de Tenerife, ay

“En aquellos años cincuenta, la sociedad canaria era muy clasista en sus dos capitales, pero así como en Santa Cruz de Tenerife los más acomodados contaban con el Club Náutico para el baño, y no se encontraban con los pobres, que tenían que bañarse en las incómodas playas de piedra de Valleseco o María Jiménez, sorteando la grasa de los buques del Muelle, o en el Balneario de Educación y Descanso al que iban las clases populares, en Las Palmas, todos, pobres y ricos, se encontraban en Las Canteras, un espacio democrático en el que la gente hacía amigos”.

De la radio a las letras (Memorias de infancia y juventud)
, Fernando Delgado, Nectarina Editorial, 2022.

La publicación de De la radio a las letras (Memorias de infancia y juventud), escrito por Fernando Delgado y editado por Nectarina este mismo año es uno de esos felices descubrimientos que de tanto en tanto, más de tarde en tarde de lo que uno quisiera, se producen en el universo editorial de las islas por varias razones.

La primera y es la que más me ha llamado la atención, descubrir mi ciudad, Santa Cruz de Tenerife, en un tiempo en el que si no estaba, sí que era pequeño para guardar cualquier tipo de evocación del lugar en el que nací y resido. Y todo pese a que Fernando Delgado revele “Me da cierto pudor hablar de mi al hablar de Santa Cruz de Tenerife, pero lo hago con la convicción de que al hacerlo así hablo de todos aquellos”.

La segunda, tener la oportunidad de leer las impresiones de un escritor y periodista nacido en la isla, las islas, aunque desarrollara gran parte su labor profesional fuera de Canarias, sobre algunas de las razones que motivaron la escritura de muchas de las novelas que forman parte de su ya más que generosa bibliografía como escritor.

Estos hechos, unidos a otros muchos, refuerzan el atractivo que, a mi juicio, reúne un libro que añade como complemento una serie de retratos de amigos muy cercanos (Martín Chirino, Millares y Elvireta, Luis García Berlanga y Fernando Fernán Gómez, entre otros) así como anima a una reflexión con perspectiva de la capital tinerfeña que conoció.

Pero su principal atractivo, al menos para un lector como quien ahora les escribe, es conocer cómo se entiende la ciudad en la que nació y vivió algunos años el escritor, un Santa Cruz de Tenerife marcado férreamente por una diferencia de clase que divide a la sociedad que habita la capital en dos zonas que no es que sean irreconciliables, sino que viven por separado, como si no existiera la una para la otra.

A lo largo del libro, Fernando Delgado insiste en esta diferencia, acentuada según dice, en una ciudad que gusta de mantener esta distorsión que alcanza al mapa de una urbe con playas para pobres y piscinas para los que viven con holgura. También colegios donde los humildes tienen que entrar por la puerta de atrás. En este aspecto, reconoce que las primeras lecturas y las películas que vio en los por aquel entonces numerosos cines de la ciudad le sirvieron de válvula de escape y que fue material, sustancia, que lo forjó como persona.

En el libro repasa también, aunque mucho menos, sus primeros pasos en el mundo radiofónico y también audiovisual español ya que se trata de una obra, fundamentalmente, que recoge sus recuerdos de niñez y adolescencia.

También el de una juventud en la que jóvenes como él contaron con el magisterio de un intelectual que nunca adoptó esa pose. La de un sabio que los orientó en el sendero de la literatura: Domingo Pérez Minik, a quien por cierto, Fernando Delgado dedica este libro como “padre y maestro” así como a su “todo un hermano” Jerónimo Saavedra y a José Luis Yoribio, Juan Cruz, Alberto Omar y Julio Pérez “desde mi juventud”.

Estas memorias están escritas con entusiasmo meridiano, no hay en ellas estridencias. Así, la visión que absorbo sobre lo que retrata bajo el prisma de su niñez adquiere otra dimensión y me hace pensar que no han cambiado tanto las cosas desde entonces. Que Santa Cruz de Tenerife a veces es más una santa cruz cuando empuja a sus habitantes a superar tantos límites, fronteras, algunas de ellas parecen que infranqueables entonces y ahora.

En cuanto a memoria, y como toda memoria que se precie, se le puede criticar al libro que resulte algo reiterativo y disperso pero no es una razón suficiente que le reste interés a lo que cuenta.

Es verdad que capítulo va y capítulo viene el escritor y periodista insiste en ocasiones en la mismas historias, lo que casi parece que más que un libro de memorias con sentido cronológico se trate de una recopilación de momentos en los que el autor quiso recuperar capítulos de su infancia y de su juventud chicharrera que, a mi juicio, son menores en un libro que si destaca por algo es por su aplastante sencillez y el esfuerzo por evocar un pasado que pudo ser distinto.

El libro cuenta además con otro valor añadido y que interesará a los aficionados a esas obras en los que un escritor que publica y es reconocido por lo que publica escribe sobre su vida y también sobre su literatura, y pienso en dos obras fundamentales para aprendices a escritores como los que no lo son: Mientras escribo y Suspense, de Stephen King y Patricia Highsmith, respectivamente. Sumaría ahora a este dueto De la radio a las letras.

Estas memorias que no pretenden ser una autobiografía sino solo memorias dibuja un retrato muy personal de una ciudad, de una capital de provincias que aisló a una calle, la de Miraflores, vecina a la que nació el escritor, porque aquello era otro mundo. En conjunto son recuerdos que me han atrapado como vecino de esta ciudad, también el hecho de reconocer muchos de los escenarios que retrata aunque la mayoría no existan o han sido transformado en la actualidad.

“Era mi calle una calle céntrica y principal de la ciudad, pero muy vecina a un barrio de mujeres de la vida, –jamás nos dejaban decir putas, naturalmente– y los niños de la zona éramos advertidos de continuo sobre la prohibición de cruzar la frontera apenas perceptible entre nuestras supuestas calles decentes y aquellas otras tan supuestamente peligrosas”.
Y en cuanto a su trabajo como escritor:

“Y si me preguntan, como me han preguntado, con que disposición abordo una nueva novela cuento que cuando eso pasa uno trata de estar dotado de la capacidad de aventura y de riesgo que posee un niño para dar un salto hacia lo desconocido y llegar a un lugar insospechado por el autor en el momento de ponerse a escribirla”.

Estos recuerdo abarcan historias sobre dos mundos, la literatura y el periodismo que se diferencian, escribe Fernando Delgado, porque “el periodista ha de contar y certificar que es verdadero cuanto cuenta y el novelista es mejor que dude de si realmente ha visto lo que cuenta”.

Como escenario el paisaje de una ciudad tan cambiante y sufrida como es la capital tinerfeña, aunque esta metamorfosis haya sido en mucho de los casos para mejor. No es un escritor Fernando Delgado que se incline hacia la nostalgia sino a sentir lo que recuerda. Y es ese sentimiento el que prevalece a lo largo de toda la obra.

“La ciudad, por entonces, una ciudad sin coches, permitía que los niños hiciéramos de la calle un parque de juego. Y era habitual que nuestro juego fuera interrumpido para que pasara entre nosotros el cortejo fúnebre con un niño muerto, blanco el pequeño ataúd, blanco el coche fúnebre con sus plumachos blancos. A aquellas procesiones mortuorias se les llamaba en Canarias por lo general entierro y, a la de los niños, entierrito”.

Se trata, en conclusión, de un libro notable, muy atractivo no solo para los que conocen la obra literaria del escritor y periodista tinerfeño –entre otros libros destacaría su demoledora novela chicharrera Ciertas personas, su tercer libro publicado y uno de los que más menciona en estas memorias con importancia– sino también para aquellos lectores (y ese es nuestro caso) que desde hace años buscan la reconciliación con la geografía física y sentimental de una ciudad muy anclada a un pasado turbio que la envenena. Una capital de provincias que uno nunca terminó ni termina de considerar como suya.

Saludos, gracias, señor Delgado, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta