Personas decentes, una novela de Leonardo Padura

Leonardo Padura irrumpió en el mundo editorial internacional con una feliz creación literaria, el primero policía y más tarde investigador y vendedor de libros usados, Mario Conde. El escritor ha explicado en más de una ocasión que el nombre de su personaje, que ya es protagonista de una decena de historias, no tiene nada que ver con el de un conocido ex banquero español que terminó con sus huesos en la cárcel. Que los dos tengan el mismo nombre es fruto de la caprichosa casualidad aunque su Conde tiene mucho más de conde que el Conde español.

A través de Mario Conde, Leonardo Padura retrata a la sociedad cubana de su tiempo mostrando sus miserias y grandezas. En cierto sentido, con estas diez novelas el lector se puede hacer una idea de las distintas etapas por las que ha atravesado ese país, Cuba, y su capital, La Habana, en los últimos años, y en la que pone el acento en la degradación de un sistema que ha terminado por pudrirse por dentro y por fuera. Por dentro queda reflejado en el alto nivel de corrupción que caracteriza la vida diaria en este país caribeño y por fuera en la degradación cada vez más acentuada de un régimen que ha terminado por traicionarse a sí mismo. Es decir, por traicionar los derechos y deberes que, presuntamente, se habían alcanzado tras el triunfo de la Revolución cubana.

Como sucede con Pedro Juan Gutiérrez, la literatura de Padura además de contar historias (policiales cuando son protagonizadas por Mario Conde) aprovecha para sacar los colores a un régimen que ha terminado por devorarse, remarcando los pro y los contras de una sociedad en la que ya no se reconoce ni el protagonista de estas novelas ni su autor, Leonardo Padura. Ya se avistaba en el primero de los libros que dio origen al ciclo Mario Conde, Pasado perfecto, y forma parte del escenario físico como espiritual de Personas decentes, que el escritor considera la más policial de sus novelas. Una novela, aprovecharía, en la que se respira el mismo entusiasmo y casi la misma estructura de las anteriores de la serie. Es decir, que el escritor aprovecha dos momentos digamos que esenciales en la historia cubana para desarrollar sus relatos. Historias reales que se confunden con las ficticias y que siempre, al final del libro, terminan por converger en un mismo camino.

En Personas decentes, la décima novela protagonizada por Mario Conde, la acción de desdobla en una misma ciudad, La Habana, cuya ciudadanía asiste expectante a la visita que el presidente Barak Obama hizo a la capital cubana en marzo de 2016. También suena como vientos de cambio el concierto que los Rolling Stones ofrecieron algunos días después de la histórica presencia del mandatario norteamericano en Cuba. La visita y la corriente de ilusiones que despertó en todo el país caribeño sirve de escenario a un relato estrictamente procesal aunque es un asunto del que se sirve Leonardo Padura para ir diseminando cartuchos de dinamita que va a activando a medida que el lector avanza en la lectura de la novela.

El asesinato, con brutales mutilaciones, de un viejo pope de la cultura revolucionaria y de otro individuo más o menos en parecidas circunstancias, desata una investigación en una ciudad que se prepara para recibir al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Paralelamente, se cuenta la historia de un proxeneta habanero a principios del siglo XX que postuló a teniente de alcalde de La Habana a través de la mirada de un policía que lo considera su amigo. La desaparición de un sello de oro que perteneció a Napoleón Bonaparte será el tercer eslabón de un misterio que tiene algo de El halcón maltés aunque nuestro Conde se haga en cada novela un año o dos más viejo.

La vejez hace que nuestro detective vea la vida bajo otro prisma, que se haya hecho más sabio que no más inteligente. En Personas decentes, además, ya no ocupan páginas y páginas los almuerzos y cenas que mantiene con sus amigos aunque alguna hay, y no hay romance ni amores desesperados por las calles de una ciudad que se cae a pedazos. Se da la sensación, en este sentido, que Conde está más pendiente del caso que debe de resolver que de los distintos casos abiertos que ha ido dejando a lo largo de su existencia. Conde, además, regresa a la policía para echar una mano, ya que ahora disfruta no sé si de jubilación pero sí de un retiro que lo aleja de violencias desenfrenadas en muchas ocasiones con acento pasional.

En conjunto no me parece una de las mejores novelas de la serie aunque está bien escrita solo que a veces se le escapa la mano con descripciones ampulosas y caiga en contradicciones y no termine de dejar bien atado las distintas subtramas que arman el libro. Casi da la sensación que Padura ya está un poco harto de su personaje, Mario Conde, y que para encontrarnos con el escritor que algunos descubrimos en el pasado haya que recurrir a las novelas que no pertenecen a la serie Conde como pasa con una de las últimas: Como polvo en el viento, retrato crudo y amargo de una generación, la del mismo escritor, vista con relativa distancia y una pregunta muy presente en su literatura, también en Personas decentes: ¿qué hemos hecho con nuestra vida?, ¿hasta que punto nos dejamos cegar por un sueño revolucionario que no fue otra cosa que una pesadilla?

Personas decentes no aburre como no aburre casi ninguno de los libros del escritor habanero pero no termina de funcionar con la precisión de un reloj de Cuervo y Sobrinos. Falta mayor hondura en el retrato de personajes, una mejor ambientación de fondo (la llegada de Obama y el concierto de los Stones daban mucho juego) y una historia que no dejara tantos cabos sueltos. Con todo, la novela se lee pero no deja de resultar como un tiro fallido. Una bala que equivocó su camino.

El relato de un investigador viejo y cansado y triste, solitario y ¿final? que parece que está anunciando que lo deja, que abandona, que quiere tirar la toalla sobre el ring.

Saludos, se dijo, desde este lado del ordenador

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