Pedro Herrasti: “Que una novela histórica sea divertida no quiere decir que no esté exhaustivamente documentada”

Pedro Harresti no se arruga cuando reconoce que Jorge Blanco, el protagonista de Capitán Franco y Madrid era una fiesta, es la versión española de Harry Flashman, el personaje creado por el escritor escocés George MacDonald Fraser y a través del cual se narra en clave de humor la historia del imperio británico según las supuestas memorias de Flashy, un militar golfo y cobarde que termina en todas sus aventuras como lo que no es: un héroe. En el caso de Jorge Blanco, que aparece como personaje real en La forja de un rebelde, de Arturo Barea, se repite la fórmula solo que con un delicioso acento español.

Los seguidores de Blanco han tenido sin embargo que esperar casi diez años para que Herrasti ofreciera otra novela de “nuestro particular cobarde heroico” pero la espera ha merecido la pena. Tanto, que su creador avanza en la siguiente entrevista que espera sacar una novela al año de Blanco y que en todas ellas aparecerán muchos de los protagonistas de la Historia de España de ese momento como, entre otros, Manuel Azaña, Francisco Franco, Juan Negrín y escritores como Miguel de Unamuno o Juan Ramón Jiménez.

– Casi diez años después de publicar Capitán Franco aparece Madrid era en una fiesta, ¿por qué ha tardado tanto tiempo en publicar la segunda entrega de la serie Blanco?

“He estado volcado en mi ámbito profesional, algo que me ha impedido ocupar el tiempo que debería a la escritura. Efectivamente, creo que ha transcurrido demasiado tiempo entre la primera entrega y la segunda, pero espero sacar las próximas con un ritmo mucho más rápido. Si es posible, casi anualmente”.

- ¿Cómo se le ocurrió el personaje?

“Jorge Blanco es una adaptación española de las novelas de Harry Flashman del escritor británico George MacDonald Fraser. Al igual que Harry es un sujeto amoral, juerguista, bebedor, mujeriego y cobarde, aunque, por unas circunstancias u otras, al final siempre queda como un valiente y esforzado caballero. El gran mérito de las novelas de Flashman es el introducir en la novela histórica algo tan escaso en este género como es el humor. Que sean humorísticas, amenas y divertidas no quiere decir que no estén exhaustivamente documentadas. Eso es algo que también he querido hacer con las novelas de Jorge Blanco”.

- ¿Y por qué una secuela ambientada en aquel Madrid que no dormía de noche de los años 20?

“En Capitán Franco ya hablaba de la intensa vida intelectual del Madrid de principios del Siglo XX. Allí se relaciona con Manuel Azaña, entonces secretario del Ateneo, y con Rafael Cansinos Assens, una de las grandes figuras intelectuales que destacaba en las tertulias de la época. Sin embargo, la gran explosión de lo que se ha llamado la “edad de plata” llega en los años veinte. Es entonces cuando surge una generación de jóvenes de nivel internacional como Salvador Dalí, Luis Buñuel o García Lorca. Éstos se unen a grandes figuras ya consolidadas como Juan Ramón Jiménez o Miguel de Unamuno. Todos ellos residían o frecuentaban la Residencia de Estudiantes. Vi que allí había una historia que merecía ser contada. Para mí era muy importante convertir a esos personajes sacralizados en gente de carne y hueso con sus errores, defectos y grandezas. También acercarlos al gran público de una manera amena, divertida y, si es posible, conseguir arrancarles una carcajada. El origen de la novela lo tuve al leer La Residencia de Estudiantes de Isabel Pérez-Villanueva. Aquí descubrí ese mundo de jóvenes brillantes de provincias que venían a estudiar a Madrid y recalaban en lo que era una idea nueva: un edificio que alojase a los estudiantes basada en los College británicos. Anteriormente, los estudiantes se alojaban en modestas pensiones. El establecimiento de esa residencia a las afueras de Madrid creó un nuevo espacio de intercambio de ideas, opiniones y vivencias personales. También les permitió formar grupos de amigos y pasárselo muy bien”.

– ¿Y el título, Madrid era una fiesta?

Madrid era una fiesta es el título de la novela, pero también una realidad. La ciudad se estaba convirtiendo en un sitio vibrante y moderno. Pepín Bello decía que Buñuel era el hombre más divertido que había conocido, siempre estaba planeando nuevas actividades: representar el Don Juan Tenorio, obra que le encantaba, acudir a espectáculos de jazz, restaurantes, cafés, tertulias míticas como la que tenía lugar en el Pombo dirigida por Ramón Gómez de la Serna, merenderos, verbenas, combates de boxeo, visitas a Toledo (su ciudad favorita) y un largo etcétera. Tanto Dalí como Buñuel reconocen en sus memorias lo fundamental que fue para su formación aquel lugar”.

- Tiene entonces un plan diseñado para las novelas protagonizas por Blanco?

“Sí, la primera novela es Capitán Franco que narra los inicios de la gran aventura colonial del siglo XX española: Marruecos. Una parte se desarrolla en el Protectorado y otra en España. En Madrid Blanco toma parte en las tertulias y la vida intelectual de la época y, posteriormente, participa en la represión de la gran huelga de 1917 en Asturias. Un precedente de los grandes conflictos sociales que estallarán posteriormente y de la misma revolución de Asturias en 1934. Allí están ya los tres planos desde los que quiero narrar la primera mitad de la historia del siglo XX española: el bélico, el intelectual y el político. En la novela se presentan personajes que serán fundamentales en la trayectoria del personaje como Francisco Franco o Manuel Azaña. A Capitán Franco le sigue cronológicamente un segundo volumen ambientado en la Barcelona del pistolerismo anarquista de los años veinte. Me llama mucho la atención el movimiento anarquista que predicaban la Idea, como la llamaban ellos. Perseguían una utopía social igualitaria ideal y pacífica, algo que conjugaban con la práctica de la violencia. La sangre es un mal camino para llegar al paraíso, pero ellos no lo veían así. Su mundo era de apóstoles, pero también de asesinos. El tercer volumen es una novela sobre la guerra de Marruecos. Blanco hace referencias continuas a su participación en el desastre de Annual, Monte Arruit o el desembarco de Alhucemas. Debe ser una novela de aventuras coloniales en el más puro estilo Flashman. La cuarta novela sería la recientemente publicada Madrid era una Fiesta. La quinta entrega se desarrollará en Hollywood. El cine es una de mis grandes aficiones y no he podido evitar la tentación. A finales de los años veinte el cineasta y dramaturgo Edgar Neville estaba allí. Ya en las entregas anteriores he narrado la amistad que le unía a Blanco, así que no es extraño que le llamase a Hollywood. Allí reunió un grupo de amigos españoles para que trabajasen en los estudios de cine para hacer películas destinadas al público de habla hispana. Entre ellos Jardiel Poncela, Tono y, cómo no, Jorge Blanco. La sexta novela, que estoy a punto de acabar, se ocupa de la caída de la monarquía y los primeros años de la República. Una etapa tan convulsa como interesante, donde Jorge jugará un papel importante como conspirador y, posteriormente, como enchufado en varios ministerios. Pocas veces se ha tratado en la literatura el importantísimo papel que juegan los inútiles ocupando altos cargos. Es obvio que alguien como Blanco, pelota y con don de gentes, sería hoy en día un asesor muy disputado. Poco importa que, como tantos otros, sea una nulidad. La séptima entrega se corresponde con el estallido de la Guerra Civil. Sería algo totalmente inusual contar la este conflicto de una manera desapasionada, poco partidista y si es posible con un humor irónico que quite hierro a la tragedia. Es difícil, pero habrá que intentarlo. La octava entrega, y última, ocurriría en Rusia, durante el servicio de Blanco en la División Azul donde se encuentra para salvar el cuello. Ese es el plan de la obra, espero que el público apoye las novelas para que se pueda acabar el ciclo”.

- De la vida bohemia en la que se mete el personaje en Madrid era una fiesta ¿hay algún escritor por el que sienta especial predilección?

“Sí, Rafael Cansinos Assens. Era un perfecto caballero con una gran cultura. Tiene una obra tan amplia como desconocida, la mejor de sus obras es La novela de un literato. Cansinos acudía a sus tertulias con unos cuadernos donde apuntaba pequeñas notas que se han convertido en las actas de la vida intelectual madrileña del primer tercio de siglo veinte. Un retablo apasionante, divertido y repleto de curiosidades. Sus textos están cargados de humanidad e ironía. Consiguió algo tan difícil como que todo el mundo hablase bien de él. Apoyaba a los escritores jóvenes, en especial a los vanguardistas. Al menos, hasta que se hartó de sus estupideces e incongruencias. A esos escritores, un tanto chiflados, les dedicó un libro titulado El movimiento V.P.

- ¿Y que deteste con toda cordialidad?

“A una vaca sagrada como Juan Ramón Jiménez, un tipo impresentable donde los haya. Se construyó un personaje hipersensible, delicado y exquisito que poco tiene que ver con la realidad. Cansinos Assens cuenta cómo engañaba a los editores pidiéndoles continuamente ejemplares de sus obras. Cuando se los daban iba a venderlos a las librerías de viejo. Su amor por Zenobia Camprubí tiene mucho que ver con el interés económico. Ella era de familia adinerada y sus padres al ver al pretendiente salieron huyendo hacia Nueva York. Una buena táctica que no les salió bien. Juan Ramón sableó a los amigos para conseguir un pasaje con el fin de casarse con ella. Ese fue el medio que ideó para evitar su penosa situación económica. Zenobia dedicaría el resto de su vida a cuidar del hipersensible: vendía antigüedades, alquilaba pisos, la pobre hacía de todo con el fin de mantener al poeta. Vamos, un parásito de libro. Por si fuera poco, era una persona bastante insoportable de trato. Se llevaba muy mal con casi todos sus contemporáneos. Además, era envidioso. Criticó a todos los jóvenes poetas de la generación del 27, a los que consideraba unos rivales sin talento alguno”.

- Desde la distancia, ¿qué opinión le merece la bohemia de escritores y poetas que recalan en el Madrid de aquellos años?

“Sin duda, fascinante. Independientemente de su valía, me encantan esos escritores de segunda fila, extraños y de vida estrafalaria. En la novela hablo de Emilio Carrere, Armando Buscarini, Jesús de Aragón y Andrés Carranque de Ríos. Tal vez el mejor de ellos era Emilio Carrere, al menos fue el más popular. En un principio destacó como poeta modernista, pero cuando el movimiento pasó de moda se dedicó a escribir novelas cortas con las que consiguió una gran popularidad. Compaginaba la escritura con una vida bohemia repleta de tabernas, mujeres y mesas de juego. Ganaba mucho, pero se lo gastaba todo. Siempre estaba a verlas venir. Por eso propugnaba el reparto de la riqueza, al menos hasta que heredó de su padre, entonces se hizo derechista. Tanto que durante la Guerra Civil en Madrid tuvo que refugiarse en un manicomio haciéndose pasar por loco. En fin, una vida rocambolesca, casi tanto como que su obra más conocida La torre de los siete jorobados, en realidad, no está escrita por él. El que la escribió fue Jesús de Aragón, un joven contable que soñaba con ser el Julio Verne español, el gran escritor autóctono del género de aventuras. Consiguió publicar varias novelas tras escribir La torre de los siete jorobados, cuyo origen es un timo de Emilio Carrere a un editor. Carrere vendió unos folios que contenían el principio de una novela ya publicada, el final de otra y, entre medias, folios en blanco para hacer bulto. El editor encargó a Jesús de Aragón escribir algo con ese material tan precario con la promesa de publicarle después sus obras. Algo que no sólo consiguió, sino que convirtió la obra en un éxito popular. Incluso Edgard Neville hizo una película en 1944 que está hoy considerada un clásico del cine. Aquel fue el inicio de una carrera literaria con obras de títulos tan estrafalarios como Cuarenta mil kilómetros a bordo del aeroplano Fantasma. Pero mi favorito es Armando Buscarini. No hay una figura que encarne mejor el artista maldito. Maldito en todo: en su vida miserable, en la falta de éxito, talento o cualquier otro aspecto. En realidad, se llamaba Armando García, un nombre demasiado vulgar para la gran figura literaria que pretendía ser. Algo complicado porque sus poemas eran malísimos, casi todos eran ripios de estilo becqueriano que ya estaban pasados de moda. Se autopublicaba cuadernillos que vendía poniendo una manta al inicio de la calle de Alcalá, aunque también vagaba por los cafés tratando de colar a los clientes sus obras infumables. Nunca consiguió el ansiado triunfo. Sólo logró pasar hambre, pegar sablazos, publicar esos cuadernillos ínfimos que nadie leía y casi todos compraban por caridad. El éxito sólo le acompañó en dar pena y escribir poemas sin talento. Al final fue ingresado en el hospital psiquiátrico donde moriría en 1970. Una historia tremenda”.

- La novela se desarrolla durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Usted que ha estudiado este periodo, ¿cómo calificaría este gobierno?

-El régimen de Primo de Rivera fue muy positivo. Para empezar, acabó con la guerra de Marruecos, algo que le dio una inmensa popularidad. Además, consiguió un notable crecimiento económico, aumentó el nivel de vida de la población, emprendió una serie de grandes obras públicas, creo cientos de escuelas y casi todas las grandes empresas estatales como Telefónica. Fue una época de paz social, la UGT colaboró con la dictadura y acabó con el pistolerismo anarquista en Barcelona. El problema de la dictadura es que todo el mundo la aceptó como una solución temporal, pero Primo de Rivera quiso que perdurase en el tiempo. Fue una dictadura totalmente distinta a la de Franco. Primo de Rivera era un dictador paternalista y bien intencionado que trataba de resolver los problemas del país sin recurrir a medidas represivas o violentas. Además, había una gran libertad de costumbres (para la época), algo totalmente alejado del ambiente puritano y ultracatólico que se impuso tras el fin de la guerra civil. Al leer memorias de políticos republicanos me sorprendió ver como algunos consideraban una solución para acabar con la guerra el establecimiento de un régimen similar, algo que ya era imposible”.

- En Madrid era una fiesta vuelve a aparecer Miguel de Unamuno, un personaje que si no me equivoco no termina por caerle demasiado bien a Blanco pero ¿y a Pedro Herrasti?

“Los juicios sobre Unamuno de las personas que le conocieron son casi unánimes: era un hombre tan engreído como pesado. Le encantaban lo que él llamaba los “diálogos”, entendiendo por ello unas reuniones en las que el único que hablaba era él. Pepín Bello y Buñuel le conocieron por sus continuas visitas a la Residencia de Estudiantes y pensaban que era un hombre muy serio, rígido, pesado y carente del más mínimo sentido del humor. Sin embargo, hay que separar el personaje humano del intelectual. Uno puede ser una persona lamentable y un gran escritor. Blanco dice que era tan insoportable como sus obras, creo que algo hay de cierto. Unamuno era un autor que abordó la filosofía, el teatro, la poesía, el ensayo y, por supuesto, la narrativa. “Hacía de todo y todo lo hacía mal”, dice Blanco, tal vez un juicio excesivo pero que se acerca a la realidad. No creo que nadie pueda reivindicar la poesía o el teatro de Unamuno sin rubor. Yo, al igual que Blanco, soy bastante iconoclasta. Obras tan famosas como La Tía Tula o San Manuel Bueno y mártir me parecen flojas. Eso sí, Niebla, es una obra maestra, algo que pocos escritores logran en toda su vida”.

- ¿Cree que España está preparada para hablar de su pasado con mirada objetiva o continúa dividida ante periodos históricos como la Guerra Civil. Una Guerra, por cierto, que parece que no termina nunca?

“No, en absoluto. Creo que cada vez vamos a peor. Hemos pasado de espantarnos por los terribles crímenes del “Terror rojo” a espantarnos por los terribles crímenes de la represión franquista. A mi tanto espanto, si me permites la broma, me parece un espanto. El único momento en que ha habido cierto equilibrio ha sido en la Transición. En parte por una necesidad política de conciliación y, en parte, porque había mucha gente que había vivido la guerra y recordaba los crímenes y abusos que se habían dado en ambos bandos. No veo nada épico y admirable en la Guerra Civil. Fue un desastre sin paliativos. Hace poco leí Retaguardia roja de Fernando del Rey, obra por la que obtuvo el Premio Nacional de Historia. Allí se relata el transcurso de la guerra civil en la provincia de Ciudad Real, que estudia como un microcosmo de lo acontecido durante el conflicto. Es un estudio preciso, desapasionado y escrito con un rigor admirable. En él hace un recuento de las víctimas de ambos bandos. No recuerdo las cifras exactas, pero los franquistas ejecutaron unas 2.700 personas, una barbaridad. Por su parte, los “luchadores por la democracia y la libertad” republicanos acabaron con cerca de 2.400. Tampoco está mal. Esa es la realidad de la guerra: crímenes, abusos, ajustes de cuentas… una crueldad inhumana”.

- La novela histórica escrita por escritores y escritoras españoles parece que está de moda, ¿por qué?

“La novela histórica lleva de moda desde los años ochenta. Lo que resultaba extraño es que no hubiera autores españoles que la cultivasen. Aquí se consideraba un género menor destinado a escritores de segunda fila, algo que no se podía comparar a la “gran literatura”. Si eso es así la nómina de autores menores que han cultivado el género es chocante: Walter Scott, Robert Graves, Margarite Yourcenar, Alejandro Dumas, Umberto Eco, Charles Dickens, Manuel Mujica Laínez, Mario Vargas Llosa o mi amado Pérez Galdós. Tonterías aparte, sí es cierto que sólo en los últimos años los autores españoles han tenido éxito en atraer al público”.

Fue en aquellos agitados años 30

Pedro Herrasti afirma que está a punto de concluir la tercera novela de Jorge Blanco, que se desarrolla en España desde agosto de 1930, “cuando algunos conspiradores se reúnen en San Sebastián para derribar la monarquía”, hasta la revolución de octubre de 1934. Se trata según el escritor madrileño, de uno de los libros más ambiciosos de los que ha escrito hasta la fecha y en ella Blanco participa en muchos de los grandes hitos de la época como, por ejemplo, la sublevación de Jaca y Cuatro Vientos, la reforma militar de Azaña o la creación de la Guardia de Asalto por Muñoz Grandes (el futuro general de la División Azul), el incidente de Casas Viejas o incluso la declaración del Estat Catalá en Cataluña”. Todo ello, afirma, contado “con el habitual escepticismo y sentido del humor de Jorge Blanco, poco dado a arrebatos ideológicos. En ella salen viejos conocidos de otras entregas como Azaña, Fermín Galán, Ramón Franco o Victoria Kent. Por supuesto, también hay nuevos personajes tan interesantes como Niceto Alcalá Zamora, Largo Caballero, Miguel Maura, Alejandro Lerroux o Lluis Companys. Lo que pretendo es contar parte de la historia de la II República de una manera amena, divertida y empleando ese arma de destrucción masiva de los prejuicios que es el humor. Espero que los lectores disfruten leyéndola tanto como yo escribiéndola”.

Buñuel, ‘cazado’r de homosexuales

Uno de los grandes secundarios de Madrid era una fiesta, de Pedro Herrasti, es el cineasta aragonés Luis Buñuel, a quien no los muestra “cazando” homosexuales en los servicios públicos que en aquel entonces se encontraban en la plaza de Santa Bárbara “, en Madrid. Buñuel, un hombre atlético y con buena planta en su juventud, coqueteaba con alguno y lo sacaba al exterior donde fuera le esperaba un grupo de amigos y, entre todos, daban una paliza a la víctima”. Todo esto no estás inventado sino que lo cuenta el mismo Luis Buñuel en su autobiografía Mi último suspiro aunque hay que aclarar, dice Pedro Herrasti, que el cineasta se avergonzaba “de haber actuado así” en estas memorias imprescindibles.

Saludos, diciembre, ya es diciembre, desde este lado del ordenador

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