¿Su nombre? Robert Graves

Cumplen años este mes que se nos va dos escritores por los que siento un profundo agradecimiento. Hace unos días algunos locos como quien les escribe celebramos el natalicio de Raymond Chandler, el creador de un detective privado que contribuyó a reforzar la imagen del, precisamente, detective privado modelado años atrás por Dashiell Hammett con su Sam Spade. Como sabe el aficionado, Bogart les dio vida a los dos en pantalla grande, concretamente en El halcón maltés (Spade) y El sueño eterno (Philip Marlowe).

Hoy hubiera cumplido años también Robert von Ranke Graves (Wimbledon, 24 de julio de 1895 – Deyá, Baleares, 7 de diciembre de 1985) Robert Graves, al que le debo muchas lecturas provechosas y también un conocimiento de la Historia a través de la literatura que ya quisieran el 90 por ciento de los escritores y escritoras que en la actualidad se dedican al género de la novela histórica. Y es que Graves además de ser un erudito fue un escritor con todas sus letras. Cultivó de hecho tanto la poesía como la narrativa y el ensayo histórico además de una autobiografía, Adiós a todo eso, que recomendaría no solo a los que siguen con devoción la obra de su autor sino también para todo aquel despistado que llegara a él por, como llegan casi todas las cosas en esta vida, casualidad.

Imagino que como muchos, conocí a Robert Graves a raíz de la extraordinaria serie de televisión que adaptó una de sus obras más monumentales: Yo, Claudio, novelas que en España se publicó en dos volúmenes y que nos aproximó a un mundo romano que hasta ese momento había permanecido olvidado como es el de la alta política que desarrollaban sus élites.

El héroe, o mejor el anti héroe de la novela y de la serie, es el propio Claudio, tartamudo y el tonto de la familia Julio-Claudia que es el único que sobrevive a sus tíos y sobrinos a medida que el imperio se extiende por medio mundo conocido.

He visto no una sino tres veces la serie completa. Las dos últimas gracias a que me hice hace ya unos años con el paquete completo, paquete que incluía además un montaje de las escenas que llegó a rodar Josef Von Stemberg de la novela, y que contaba entre otros actores con Charles Laughton haciendo del mismo Claudio (en la serie de televisión lo interpreta otro actor shakesperiano, Derek Jacobi).

El caso es que la novela es ya un clásico y que sus respectivas versiones cinematográficas, aunque la película de Stemberg no llegara a terminarse, también.

Pero si hay no una sino varias novelas de Graves por las que siento un aprecio especial son El vellocino de oro, que me llevó a leer Las Argonáuticas, el material original que la inspira y que escribió Apolodoro de Rodas; Las aventuras del sargento Lamb, las memorias de un sargento del ejército británico que sirve en las colonias americanas durante la guerra de independencia, y que existió en verdad y que a mi, personalmente, me parece con El vellocino de oro uno de sus mejores libros (transporta al lector a aquel tiempo, conoces por dentro en qué consistió la verdadera historia de la lucha por las colonias americanas del norte) aunque la pregunta es ¿qué libro es malo en la afortunadamente extensa producción literaria del erudito y escritor británico? Pues ninguno. Eso sí, los hay mejores y no tan buenos pero no cuenta con ninguno malo, horroroso, de esos que dejas casi a la mitad.

Hijo del Mediterráneo aunque nacido en la fría y húmeda Gran Bretaña, Robert Graves se estableció finalmente en Deyá, Mallorca, donde todavía lo recuerdan algunos vecinos que tuvieron la suerte de conocerlo. Fue aquí, además, donde fortaleció su amistad con la actriz Ava Gardner. De hecho la autobiografía de la protagonista de Pandora y el holandés errante la escribió con la colaboración de la hija de Graves, que se manejaba muy bien en español.

Otros grandes libros del escritor son El conde Belisario, cuya lectura me ayudó a combatir la soledad impuesta por el confinamiento y La hija de Homero donde desarrolla una hipótesis perfectamente creíble y asumible. Destacaría como ensayista sus trabajos centrados en Los mitos griegos, Lawrence y los árabes y La gran diosa blanca, que tuvo bastante influencia entre los que consumen literatura esotérica vaya uno a saber las razones.

El caso es que tal día como hoy, decía, nació Robert Graves, un escritor cuyos libros me han acompañado un buen trecho de la existencia y en algunos de esos viajes que he realizado por esos mundos de Dios como Israel, donde me llevé su Rey Jesús. O Grecia, donde descansaba de tanta belleza hecha ruina leyendo sus mitos griegos. Luego, al regresar, cayeron La Iliada y La Odisea. Y El vellocino de oro que, como ya dije, a mi me parece una de sus mejores novelas históricas. Literatura de primera división en un género, el histórico, tan necesitado de escritores con la misma dimensión que Robert Graves.

Saludos, a leer, que son dos días, desde este lado del ordenador

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