Entre los árboles

“Decía siempre “la mar”. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de “ella”, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban alto, empleaban el artículo masculino, lo llamaban “el mar”. Hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o incluso un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía evitarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer”.

(El viejo y el mar)

Está mal visto en estos tiempos profilácticos hablar bien de escritores como Ernest Miller Hemingway (Oak Park, 21 de julio de 1899-Ketchum, 2 de julio de 1961) porque es la literatura de un cazador solitario. Pero más allá de sus libros, algunos de los cuales han quedado algo rancios, exalta un individualismo feroz y viril hoy tan políticamente incorrecto.

Varios de sus protagonistas son cazadores, cazadores de animales salvajes en el África profunda. Otros turistas millonarios norteamericanos que se divierten desafiando al peligro corriendo delante de los toros en Pamplona durante el San Fermín. La fiesta nacional aparece en algunas de sus novelas más celebradas aunque personalmente me resulten las menos recomendables de su trabajo porque la España que conoció Hemingway pertenece a su imaginario personal y tiene mucho de turística. De hecho, allí por donde pasó y dejó huella a Hemingway se le recuerda con un sagrado y respetado cariño turístico.

En el Floridita, la cuna del daiquirí, en La Habana, la butaca en la que solía sentarse permanece vacía porque una cadena impide que otros se sienten en ella. Ese bar pasó a la posteridad gracias a Ernest Hemingway, como pasó con La bodeguita del Medio que salvo las paredes pintarrajeadas ya no sirve, me temo, el mejor mojito del mundo.

La España de Hemingway está reflejada en novelas como Por quién doblan las campanass; cuentos sobre la Guerra Civil española y una obra de teatro (La quinta columna). Ya en la postguerra Muerte en la tarde, Fiesta y alguna más que ahora se le escapa a mi distraída memoria. Cuba aparece en Tener y no tener, que según Howard Hawks se trataba de su peor novela aunque de su peor novela el cineasta sacó adelante una de las mejores películas de su carrera no sé si por la colaboración en el guión de William Faulkner… Entre otros títulos, la mayor de Las Antillas está presente también en Islas en el golfo (que para mi es la obra mayor del escritor, y que como obra mayor dio como resultado una más que estimable adaptación al cine) y, cómo no, El viejo y el mar cuyo protagonista, el viejo que se lanza al mar y logra pescar la pieza de su vida que lleva a tierra mientras los tiburones la devoran, está inspirado en un canario, el lanzaroteño Gregorio Fuentes, emigrado a Cuba y a quien conoció en Cojímar, pueblito marinero en una isla, en un país donde se consume más carne que pescado…

Llegué a la literatura de Hemingway gracias a Scott Fitzgerald, de quien fue amigo aunque más tarde dejaran de serlo o, simplemente, dejaron que aquella relación se disolviera como se disuelve todo en esta vida. El libro es París era una fiesta, recuerdos en los que el autor de Fiesta rememora capítulos esenciales de una existencia a la que le quitó la vida volándose la cabeza en 1961, cuando este que les escribe ni siquiera había venido al mundo.

Tras su París era una fiesta me entró hambre hemingwayana así que prácticamente me zampé de una sentada casi toda su obra, en especial las novelas y sus cuentos ya que Hemingway aunque muchos no lo sepan fue un notable escritor de cuentos.

Leí Adiós a las armas, que es una bonita novela sobre la I Guerra Mundial donde el protagonista como él termina enrolado en el servicio de ambulancias del ejército italiano aunque no alcanza la intensidad de la hermosísima Tres soldados, de John Dos Passos, con quien mantuvo una estrecha amistad que se hizo trizas tras el paso de los dos por una España en llamas, dividida en dos mitades antagónicas que ellos a su manera llegaron a entender en los sótanos de la coctelería Chicote.

Le tengo especial cariño también a los cuentos que protagoniza Nick Adams y a la novela Al otro lado del río y entre los árboles porque le gustaba mucho a una mujer que fue quién me recomendó que no dejara de leerla si me gustaba tanto la literatura de Ernest Hemingway, un escritor que apostó por ser conciso y un escritor de diálogos prodigioso. Sus artículos en prensa tienen también su no sé qué aunque si por algo me atrae su enorme figura es (¿sabían que solía escribir de pie, así lo descubrí en una visita que nuca hice a la Finca La Vigía, a las afueras de La Habana) por su querencia confesa por España y Cuba aunque dejó rastro también de Italia pero la huella que queda no tiene la misma intensidad que la que grabó en estos dos países tan unidos culturalmente… Tanto, que yo sigo siendo de los que digo “más se perdió en Cuba” cuando todo a mi alrededor se pone histérico, extremo, odiosamente penoso por el actual cambio de régimen.

Por su carácter, por ser quien fue a lo largo de su vida, un impetuoso y un pesado antipático cuando se emborrachaba, que era casi todos los días, no deja de resultarme ejemplar la altura que alcanza como escritor. Honores que conoció en vida (le dieron el Nobel aunque en un patético encuentro con Pío Baroja dijo que Baroja lo merecía más que él) como después de su muerte.

Norberto Fuentes, un escritor por el que particularmente siento aprecio aunque su vida sea demasiado oscura, escribió la que probablemente sea la mejor biografía del escritor durante los periodos que pasó en Cuba. Si les gusta el escritor y les gusta Cuba, es una obra imprescindible, uno de esos libros que uno debe leer pese a que deteste recomendaciones obligadas, todas esas que te meten por los ojos pero no por la cabeza.

En contra de lo que me pasa con otros autores, las películas que he visto sobre novelas de Hem no han terminado por gustarme salvo Islas en el golfo, o Islas a la deriva según otras traducciones. La isla del adiós en el cine. No sé, mantienen algo de su espíritu pero no está él salvo en Las nieves del Kilimanjaro, gracias sobre todo a la actriz más hemingwayana de la historia del cine: Ava Gardner, que también asoma la nariz en Fiesta y The Killers.

No me convence las versiones cinematográficas de Por quién doblan las campanas, ni El viejo y el mar aunque sí que me llevaría a una isla desierta con sala de cine Tener y no tener y The Killers, que debe de tratarse del relato corto más adaptado de la historia del cine.

Cuentan que se voló la tapa de los sesos con la escopeta que le regaló su padre. El momento es increíblemente Hemingway: Un tipo bronco y violento, también bromista y jodedor pero desconcertado porque no ha logrado superar su pasado se prepara para suicidarse.

No sé si se pegó el tiro en su casa o en el campo (entre los árboles) o en medio del lago donde solía ir a pescar. El caso es que escucho el estampido de la detonación de la escopeta quebrando la paz del paisaje. De pronto y de entre los árboles una bandada de pájaros sobrevolando asustados el firmamento, asustados por la explosión, por el tiro atroz que puso fin a la vida de un hombre llamado Ernest (don Ernesto en Cuba y España) Hemingway.

Saludos, y sí, tal día como hoy, desde este lado del ordenador

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