Algún lugar donde soñar, un libro de Virginia González Dorta

Virginia González Dorta es autora de 99 variaciones en torno a la barra, un insólito libro de microrrelatos que a quien les escribe le secuestró el corazón. La escritora regresa ahora con en Algún lugar donde soñar, un libro que no tiene nada que ver con el anterior aunque la escritora persiste en las historias cortas para contarnos con una asombrosa economía de palabras más de medio centenar de reflexiones sobre el viaje y la experiencia viajera. Es decir, que Algún lugar donde soñar recoge experiencias que reproducen con la forma de instantáneas su paso por diferentes lugares del mundo y las sensaciones que le produjo algunos sitios más allá del monumento o del museo que contiene objetos que, hasta el día de ayer, uno solo conocía a través de las fotografías de los libros o las imágenes en movimiento de una película.

Virginia González Dorta no se hace preguntas sobre el viaje ni cómo el mismo viaje nos cambia de alguna forma por dentro, sino de lo conmovedor que resulta observar en vivo y riguroso directo paisajes y paisanajes que en la mayoría de los casos no tienen demasiado que ver con nosotros mismos. En el caso del libro que nos ocupa, con la escritora viajera, una auténtica trotamundos que visita países y ciudades de la vieja Europa como África y a caballo entre oriente y occidente Turquía. El libro cuenta también algunos periplos que ha realizado por las mismas islas Canarias, lo que incluye la suya, Tenerife, en algunas de las páginas más bellas que se reúnen en este volumen que es como llevar la vuelta al mundo solo que en el bolsillo trasero del pantalón. Es decir, que se trata de una lectura que nos transporta a otras geografías sin necesidad de que te montes en un medio de transporte. Solo requiere imaginación.

Imaginación… Al principio pensé que uno de los inconvenientes de Algún lugar donde soñar era que cada uno de los cuadros que presenta Virginia González Dorta no contara como apoyo de una fotografía del lugar que describe con palabras pero me di cuenta que las imágenes eran perfectamente prescindibles porque lo que cuenta es, precisamente, la fuerza de las palabras y el poder evocador que de todas ellas hace la autora de este volumen clave para llevar si uno realmente viaja a los lugares que se retratan en el libro.

Cada pieza que compone la obra presenta así una descripción emocional del lugar que se visita, pongamos como ejemplo Chicago (De Chicago a las nubes se titula de hecho este segmento) así como información real sobre esta ciudad, una de las más importantes de los Estados Unidos de Norteamérica y cuna, me entero gracias a la obra de Virginia González Dorta, de los rascacielos.

Algún lugar donde soñar es un texto que debe de leerse a sorbos y no de una sentada ya que son tantos los lugares que se dibujan que hace necesario tomarse su tiempo para no terminar confundiendo ciudades y monumentos, sensaciones varias, complejas la mayor parte de las veces como es la de recibir y percibir una congoja que solo provoca la emoción cuando uno se enfrenta a una visión que rompe nuestra capacidad de apresarla con palabras. Y esto último es la sensación que tengo cuando leo este libro, un libro que no pretende ser una guía de viajes sino un contenedor de hermosas y vibrantes emociones que dejan ver cómo estos lugares, estos sitios, han ido forjando el carácter y la mirada que tiene como persona y viajera.

Retratos que son capaces en muy poco espacio de trasladar al lector a ciudades como, pongamos a modo de ejemplo, Nápoles. Esa Nápoles, caos y gracia, que describe la turbulenta belleza de una ciudad que es resultado de un mestizaje que se impregna no solo entre sus habitantes sino también en su paisaje urbano y que revelan las invasiones varias que han ido dejando a lo largo de la historia su grano de arena en esa ciudad que descansa en las faldas del Vesubio.

Tiene mucho de la autora este libro de viajes que no es exactamente un libro de viajes sino de notas sobre experiencias viajeras. De intentar retener la emoción de estar fuera y de conocer lo que se desconoce a través de palabras con las que habla primero su corazón y luego, en otro fragmento, su cabeza.

En Algún lugar donde soñar se celebra el viaje. Y esa celebración se lee en estas piezas reunidas e independientes, ordenadas alfabéticamente que resultan tan precisas a la hora de reflejar un espacio que queda encapsulado en una obra que, se aprecia, está escrita para transmitir emociones, las que sintió la escritora cuando estuvo frente Santa María de Eunate o paseó por la Líquida y literaria Dublín que, estoy casi seguro, le encantaría al gran escritor de viajes español, hoy desgraciadamente ausente, Javier Reverte, autor a su vez de un extraordinario libro de viajes a la isla esmeralda donde llevó como equipaje el Ulises de James Joyce, libro que nunca se cansó de recomendar hasta que se nos fue a la tierra desconocida de Avalon.

Saludos, suenan canciones irlandesas, desde este lado del ordenador

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